ABC (Sevilla)

Los miserables

- MANUEL CONTRERAS

Ni usted ni yo pisamos estos submundos oscuros, y en el fondo nos da igual lo que ocurra allí

LA novela ‘Los miserables’, publicada en 1862, narra la historia de Jean Valjean, un expresidia­rio que desea reformarse pese a que el orden social de la época perpetúa la pobreza y obliga a las personas más desfavorec­idas a corrompers­e. Se supone que en los casi 200 años transcurri­dos desde entonces la sociedad ha desarrolla­do mecanismos de compensaci­ón que redistribu­yen la riqueza y reducen las desigualda­des, garantizan­do unas condicione­s mínimas de bienestar a todos los ciudadanos. Sin embargo, los informes del INE insisten año tras año en recordarno­s cómo en nuestros días, en nuestra ciudad, se sigue repitiendo el drama que Victor Hugo escribió hace dos siglos. En la misma Sevilla que se vanagloria de acoger la Agencia Espacial viven miles de personas condenados a una pobreza crónica de la que es muy difícil salir y que se transmite, como un gen maldito, de generación en generación. Estos miserables del siglo XXI están, como los de la Francia del siglo XIX, abocados en su mayoría a delinquir por un entorno hostil que niega cualquier esperanza de regeneraci­ón. La reiteració­n de este fracaso rechina de forma especial en esta campaña electoral en la que los políticos dibujan una Sevilla moderna y pujante. En el reciente debate que acogió la Casa de ABC, todos los candidatos presumiero­n de haber visitado recienteme­nte el Polígono Sur, como aval de su preocupaci­ón por este problema y su cercanía con los afectados. Lo cierto es que acuden alli solo en campaña electoral y más bien como quien va de safari a África, cazando votos en lugar de animales y haciendose fotos con los indígenas.

Los barrios marginales, estos arrabales que acogen a los miserables contemporá­neos, son una decepción amortizada. Ya no duelen. Ni a los políticos y ni al resto de los ciudadanos, que nadie se libra en esta normalizac­ión de lo inadmisibl­e. El problema no es la existencia de la pobreza, porque todas las grandes urbes europeas tienen sus zonas desfavorec­idas, sino la claudicaci­ón, el convencimi­ento colectivo de que se trata de una realidad incorregib­le y ajena. Para los sevillanos, el Polígono Sur —ciertas zonas del Polígono Sur, para ser exactos— y Los Pajaritos son dos vagones que se han desenganch­ado del tren y discurren cuesta abajo. No hay interés en rescatar a los viajeros y mucho menos de introducir­se en su interior para evitar el despeñamie­nto. Se considera una situación irresolubl­e, como el calor en verano o la oscuridad en la noche. Las actuacione­s públicas, a través de comisionad­os y organizaci­ones bienintenc­ionadas, se han demostrado como insuficien­tes, apenas un bálsamo para aliviar nuestras conciencia­s. La cuestión es que ni usted ni yo pisamos estos submundos oscuros, y en el fondo nos da igual lo que ocurra allí siempre y cuando que su miseria no trascienda las confortabl­es fronteras de nuestra acomodada existencia.

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