El disputado voto del candidato
Ahí están esas criaturas sudando la camiseta para poder ponerse la chaqueta durante cuatro años más
POBRES criaturas… ¿Alguien ha tenido la compasión de pensar en lo que significa una campaña electoral para los candidatos? Pongámonos por un momento en su piel. Lo primero es el intenso trabajo facial que deben hacer estos días. ¿Imaginan lo que es estar sonriendo todo el rato? Para algunos incluso supone un auténtico ejercicio de tensión acrobática por incompatibilidad con su rostro real. Para otros, la falsedad de la máscara hace que la sonrisa se quede congelada en un tic muscular que convierte la cara en un eterno gesto grotesco. Qué durísimo ejercicio tener que parecerse todo el rato a la instantánea de los carteles electorales, ese fruto del photoshop y de los fotógrafos de campaña que son como los pintores de cámara que hacían del engaño un oficio bien pagado en la corte.
¿Y qué hay de las manos? Qué esfuerzo estar saludando todo el rato a miles de manos anónimas, manos sudorosas, manos blandas, manos recias, manos resbaladizas como anguilas, manos callosas, manos que aprietan hasta el dolor. Qué cansacio de baño de multitudes. Qué ganas de dejar de bajar a los charcos, a las aceras rotas, a las plazas sórdidas de los barrios y regresar otra vez a las mullidas alfombras de los despachos. Pero paciencia, ya queda menos. Pronto acabará esta pesadilla de masas, este griterío de eslóganes y promesas que no son más que un pespunte de mentiras dosificadas.
Hay que tener empatía con estos sufridos candidatos que se exponen todos los días al ojo público, al objetivo de las cámaras, a la medición colectiva de sus palabras. Pero lo más perturbador es esa función teatral de los debates televisivos y radiofónicos. ¿Cómo ser educado, cortés y amable -al menos en el momento del saludo del encuentro- con el rival político que en un segundo se convertirá en enemigo encarnizado? ¿Cómo mantener la compostura con quien intenta ridiculizarte ante una audiencia de miles de personas? Qué templanza para controlar la ira cuando se dicen mentiras y se dan golpes bajos. Políticos convertidos en púgiles de tres asaltos. Boxeadores de la palabrería que para sobrevivir a la campaña no tendrán más remedio que curtir esa piel fina y pálida que se cría en los despachos. Aunque lo cierto es que muchos ya vienen bien pertrechados con las corazas de las batallas que mantuvieron entre los suyos por llegar a ser candidatos. ¿O no es más cruel la lucha con los que disparan con fuego amigo? Los que han pasado por este trance son fácilmente identificables porque tienen el rostro acerado y de la sonrisa, tan beatífica como postiza, les sobresale un colmillo afilado.
Pero no pensemos tan mal. Ahí están esas criaturas sudando la camiseta para poder ponerse la chaqueta durante cuatro años más. Ya pasará esta bajada a los infiernos de la calle y volverán a sus acogedoras salas de reuniones donde deciden el destino de los infelices de las manos sucias.