ABC (Sevilla)

La lona del racismo

- ALBERTO GARCÍA REYES

LA ALBERCA

Los racistas son execrables, pero España no es un país racista, esa generaliza­ción también es un insulto

LA lona es el averno del púgil. Cuando cae tendido sobre ella, todo ha terminado. España está tumbada con indolencia en la lona del hermano de Ayuso. Sin oponer resistenci­a. Sin fajarse. Hemos tolerado que un grupo de inquisidor­es en minoría se salte a piola todos los contratos sociales que nos han traído hasta aquí. Estamos viendo cómo una caterva que nunca ha sido capaz de ganar unas elecciones en ningún sitio promueve sin rubor la censura a Pablo Motos y Ana Rosa Quintana ante el silencio de muchos presuntos periodista­s, en su mayoría secuestrad­os por intereses políticos. Nada hay más contrario al periodismo que la sumisión. Allá ellos, pero que por favor se abstengan de darnos lecciones. Aquí se lapida al adversario pasando la raya de la calumnia, se reparten carnés de buenos y malos al antojo de los mesías, se utilizan los recursos públicos en beneficio particular mientras se pontifica sobre la corrupción, se asedia a la libertad de expresión en su propio nombre, hasta se modifica una obra de teatro para adaptarla a lo políticame­nte correcto. Y tragamos. Nos hemos tumbado en la lona.

El caso de Vinicius tampoco escapa del estabulami­ento ideológico al que nos someten. Sólo dan dos opciones: o defiendes al jugador, o eres racista. Quedan anulados los matices. Por supuesto que en España hay racistas y son execrables, pero es muy cansino el ardid de la metonimia que practica el populismo: como en España hay racistas, España es racista. Pues no, mire usted. Yo abomino de los que insultan a Vinicius. De los que insultan a quien sea. Deploro con vehemencia a los energúmeno­s que han encontrado refugio en el fútbol para practicar sus rebuznos. Creo que la Liga, la Federación y los clubes tienen que remangarse para echar a ese bestiaje de los estadios. Pero a mí no me dice racista nadie. No me da la gana. Creo que es compatible defender a Vinicius frente a los racistas y criticar a quienes nos meten a todos en el mismo saco. También creo que eso no me convierte en fascista. Creo todas esas cosas a la vez, pero quizás mi pensamient­o es demasiado complejo o propio, no comprado en las rebajas de la politiquer­ía.

Los chicos de la lona tienen que cavilar sobre sus generaliza­ciones. Hay una España callada, mayoritari­a, que repudia a los que han insultado a Vinicius y que tiene que aguantar que el buenismo de quincalla la esté poniendo en duda permanente­mente. Esa es una España transversa­l, que diría un asesor. Se cita en ella gente de izquierdas y de derechas, gente normal. Sin embargo, el ruido de un ejército pequeño de cacerolero­s la arrastra hasta la cadena de etiquetado moral. Si matizas alguno de sus postulados, eres racista, machista, homófobo y corrupto. Ellos son los únicos que aún no saben que la generaliza­ción también es una ofensa.

Vinicius me parece un jugador excelso, quienes le dirigen insultos racistas me parecen unos becerros y quienes generaliza­n, unos sátrapas. A mí hay que darme golpes de más calidad para que caiga de boca en la lona de la nueva inquisició­n, lo siento.

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