ABC (Sevilla)

La inútil tablilla

El problema aumenta cuando confundimo­s el trapío con el peso

- ANDRÉS AMORÓS

Casi todas las tardes de San Isidro vemos, en el tendido, alguna pancarta que reivindica el toro, fundamento básico de la Fiesta. Estoy totalmente de acuerdo. El problema surge porque no es fácil ver al toro, apreciar justamente su presentaci­ón y su comportami­ento. Esto último es lo decisivo. Para sentir emoción, hace falta un toro bravo, encastado, fuerte. En un automóvil, importa mucho más el motor que la carrocería: puede ser una birria, incapaz de subir una cuesta, aunque el diseño y el color sean atractivos. Mil veces he escuchado que un toro, por su preciosas hechuras, «no podía fallar» y ha fallado. Y lo contrario: un toro era tan feo que «no podía embestir» y ha embestido. Aunque, por supuesto, las hechuras lógicas suelen dar buen resultado.

El problema aumenta cuando confundimo­s el trapío con el peso. Lo primero es necesario: el toro ha de estar rematado, imponer respeto. Limitar eso al número de kilos que aparece en la tablilla es un craso error.

El invento de la tablilla fue lógico, en su momento, para impedir fraudes: se lidiaban reses inaceptabl­es, por causa –o con la excusa– de que la guerra había diezmado las ganaderías. Ese motivo hoy no existe: la tablilla me parece inútil. Fijarse sólo en la tablilla predispone al público, a favor o en contra, y ha traído graves consecuenc­ias:

DESDE MI GRADA

rechazar toros serios, sacar de tipo algunos encastes, herir de muerte ciertos hierros. «No pienso acochinar mis toros», dijo una vez Adolfo Martín. El bravísimo Bastonito, de Baltasar Ibán, fue protestado de salida; el encastadís­imo Cazarratas, de Saltillo, pesaba sólo 437 kilos. En cambio, ganó el premio de San Fermín un toro de Fuente Ymbro criticado por su exceso de kilos; muchos toros de Miura han pesado cerca de 700 kilos y han sido tan bravos o tan mansos como sus hermanos de cien kilos menos. Y los profesiona­les suelen comentar lo dudoso que resulta, muchas veces, el peso que se exhibe en la tablilla. Mi conclusión es que no perderíamo­s nada si se suprimiera la exhibición del peso. No se trata de facilitar estafas sino de evitar prejuicios: empujaría a fijarse de verdad en la casta y en el trapío del toro. Claro que eso requeriría el consenso general y reformar los reglamento­s taurinos, que son diferentes en cada autonomía: un absurdo más.

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