Al mejor postor
Los escándalos de compra de votos que se han publicado no son más que la punta del iceberg electoral
Una vez le oí contar a Alfonso Guerra cómo se maniobraba en la Andalucía del caciquismo para la compra los votos. El alcalde llamaba al jornalero y le daba tres pesetas por su apoyo. Pero luego llegaba el señorito y le hacía una nueva oferta: ¿te han dado tres pesetas? Dámelas y yo te doy cuatro. «El labriego se iba con la idea de que el señorito le había dado cuatro pesetas, cuando en realidad le había dado una», venía a concluir el dirigente socialista para ejemplificar cómo la derecha caciquil ha manipulado históricamente al obrero. Verídica o no, la anécdota ilustra cómo la venta a granel de sufragios fue una actividad rutinaria en la España del siglo XIX. Se trata de lo que Luigi Graziano denominó «síndrome clientelista», que ha estado presente en mayor o menor medida en todos los sistemas políticos conocidos desde la Roma republicana.
Lo sorprendente no es que la compra de votos se siga manteniendo en nuestra democracia 6.0, sino que los procedimientos sigan siendo básicamente iguales. Los casos destapados en Melilla y Mojácar repiten el mismo procedimiento chusco y rudimentario que se podría haber desarrollado en el siglo XIX: un político se presenta en casa de un paisano que las está pasando canutas y le ofrece un dinerito a cambio de su voto. Aquí no se utilizan móviles, ni inteligencia artificial, ni modernas técnicas de persuasión psicológica; basta con la poca vergüenza. Cuando en 2019 el PP ganó por sorpresa la Alcaldía de Huévar, la nueva primer edil se encontró con una pila de papeles en los que se evidenciaba la compra masiva de apoyos en las urnas a cambio de contratos de trabajo. Folios anotados a mano y que no se pudieron destruir porque la trituradora de papeles se estropeó en el último momento. El asunto sigue en el juzgado esperando que le toque su turno en el atasco judicial.
No cabe ninguna duda de que los escándalos que han publicado los medios de comunicación no son más que la punta del iceberg. Ni siquiera suponen todos los casos que llegan a las redacciones, porque no hay comicios municipales en los que no nos alerten de un par de casos de compra de papeletas que resultan imposibles de confirmar. En muchos ayuntamientos los comicios se dirimen literalmente por un puñado votos, y la opción de apuntalar apoyos a cambio de dádivas es demasiado tentadora para políticos de amplia ambición y estrecha moral, que los hay en todas las ideologías.
En unas elecciones generales, sin embargo, resulta imposible que la compra de votos en el mercado negro llegue a ser decisiva en el resultado final. Pero no crean, también hay adquisición de sufragios, aunque se hace encima de la mesa. Ya me contarán si la sucesión de regalías como el bono joven, las entradas de cine para mayores o los avales para hipotecas no es una compra de votos. De guante blanco, pero compra al fin y al cabo.