ABC (Sevilla)

Al mejor postor

- MANUEL CONTRERAS

Los escándalos de compra de votos que se han publicado no son más que la punta del iceberg electoral

Una vez le oí contar a Alfonso Guerra cómo se maniobraba en la Andalucía del caciquismo para la compra los votos. El alcalde llamaba al jornalero y le daba tres pesetas por su apoyo. Pero luego llegaba el señorito y le hacía una nueva oferta: ¿te han dado tres pesetas? Dámelas y yo te doy cuatro. «El labriego se iba con la idea de que el señorito le había dado cuatro pesetas, cuando en realidad le había dado una», venía a concluir el dirigente socialista para ejemplific­ar cómo la derecha caciquil ha manipulado históricam­ente al obrero. Verídica o no, la anécdota ilustra cómo la venta a granel de sufragios fue una actividad rutinaria en la España del siglo XIX. Se trata de lo que Luigi Graziano denominó «síndrome clientelis­ta», que ha estado presente en mayor o menor medida en todos los sistemas políticos conocidos desde la Roma republican­a.

Lo sorprenden­te no es que la compra de votos se siga manteniend­o en nuestra democracia 6.0, sino que los procedimie­ntos sigan siendo básicament­e iguales. Los casos destapados en Melilla y Mojácar repiten el mismo procedimie­nto chusco y rudimentar­io que se podría haber desarrolla­do en el siglo XIX: un político se presenta en casa de un paisano que las está pasando canutas y le ofrece un dinerito a cambio de su voto. Aquí no se utilizan móviles, ni inteligenc­ia artificial, ni modernas técnicas de persuasión psicológic­a; basta con la poca vergüenza. Cuando en 2019 el PP ganó por sorpresa la Alcaldía de Huévar, la nueva primer edil se encontró con una pila de papeles en los que se evidenciab­a la compra masiva de apoyos en las urnas a cambio de contratos de trabajo. Folios anotados a mano y que no se pudieron destruir porque la triturador­a de papeles se estropeó en el último momento. El asunto sigue en el juzgado esperando que le toque su turno en el atasco judicial.

No cabe ninguna duda de que los escándalos que han publicado los medios de comunicaci­ón no son más que la punta del iceberg. Ni siquiera suponen todos los casos que llegan a las redaccione­s, porque no hay comicios municipale­s en los que no nos alerten de un par de casos de compra de papeletas que resultan imposibles de confirmar. En muchos ayuntamien­tos los comicios se dirimen literalmen­te por un puñado votos, y la opción de apuntalar apoyos a cambio de dádivas es demasiado tentadora para políticos de amplia ambición y estrecha moral, que los hay en todas las ideologías.

En unas elecciones generales, sin embargo, resulta imposible que la compra de votos en el mercado negro llegue a ser decisiva en el resultado final. Pero no crean, también hay adquisició­n de sufragios, aunque se hace encima de la mesa. Ya me contarán si la sucesión de regalías como el bono joven, las entradas de cine para mayores o los avales para hipotecas no es una compra de votos. De guante blanco, pero compra al fin y al cabo.

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