El mono desnudo
Hay racismo, quizás más del debido. Pero no es este país de racistas
UN pésimo dribling en su comunicado a la prensa, el de Vinicius junior, tan fabuloso jugador como juvenil conciencia, prendió la mecha mundial de la hoguera donde quemarnos vivos, por ser los españoles gente amante de la exclusión racial, un territorio el nuestro dónde nos acostamos liberales y nos levantamos odiadores de colores fuertes y bien pigmentados. Los titulares de la prensa europea y americana, también del norte, fíjense cómo es la hipocresía, nos condenaron a portar el sambenito de racistas. No es que haya racistas en España, que los hay y, quizás, más de lo que una comunidad democrática pueda digerir. Los hay en los colegios, en los trabajos, en las puertas de las discotecas, en los campos de frutos rojos y en algunas ideologías, aranistas o casanovistas, que señalan al blanco si es español y al negro si es africano. Claro que existen racistas en España. Lo que no significa que sea este un país racista. Yo, al menos, no lo acepto.
Lo que le ha pasado al joven Vinicius pasa en todos los lugares donde el fútbol acomoda, entre sus miles y miles de seguidores civilizados, elementos simiescos como los aludidos en el párrafo anterior. No puede ser de otra forma. Si hay racistas en los colegios y en los cultivos de plásticos, también se filtran en los deportes de masas. Aquí y en Pekin. Verán. Mascus Rashford, Jadon Sancho y Bukayako Saka, integrantes de la selección inglesa, fallaron tres de los penales de la final de la Eurocopa de futbol, quedándose los leones ingleses, en el mismo Wembley, sin la ansiada copa. Le llovieron mensajes racistas para hacer un museo de la infamia. En un partido entre el PSG y el Istanbul Basaksehir, en la luminosa París, los jugadores decidieron abandonar el campo tras oír un imperdonable insulto del cuarto árbitro al técnico turco. A Moussa Marega, jugador del Oporto, los crucificaron a insultos racistas, al igual que a Pogba cuando jugaba en el United y se le ocurrió fallar un penalti ante el Wolverhampton. Recientemente, Lukaku, en Italia fue diana de los indeseables y Gelson Fernandes, primero en el Friburgo y después en el Eintracht, en la decorosa liga alemana, tuvo que soportar en Instagram un escupitajo así: «No eres suizo. Eres un jodido refugiado. Hijo de puta mono».
Ninguno de estos inadmisibles hechos provocó la oleada de desafección internacional como la que hemos soportado. Ninguno. Llegando las rasgaduras de vestiduras morales a foros políticos. En una reunión del G7, el presidente brasileño Lula da Silva, cerró su intervención en Hiroshima con un mensaje antirracista, con España como argumento. Desconozco si asumió, en 2017, la declaración de Vincius señalando a Brasil como país racista. En el Zenit ruso maltrataron a Malcom por su color, pero el embajador brasilero en Moscú no saltó a la palestra de la forma que lo ha hecho en Madrid. En el universo futbolístico no hay nadie que pueda tirar la primera piedra. Todos tenemos negros humillados en el armario. Lo que no es excusa para no hacer nada, no solo con Vinicius, sino contra tanto miserable que convierte el fútbol en una vergüenza racista, en una especie de mono desnudo de un sapiens que sigue siendo muy primate…