ABC (Sevilla)

Racismo, ¿qué racismo?

- CRISTINA CASABÓN

TACONEANDO

España debería renunciar a la mala política, esa que aspira a buscarle a todo un ángulo partidista

LO del supuesto racismo o ‘hooliganis­mo’, o falta de educación está dejando unas improntas de primera. Los de la doctrina antiMadrid ahora nos cuentan que en España hay racismo, y antes de que termine de escribir este artículo rizarán el rizo para que la culpa sea del PP. Por mi parte, estoy segura de que algunos de los que gritaron a Vinicius ni siquiera son racistas sino antimadrid­istas, y lo que estamos viviendo es una reconversi­ón del fútbol y del idioma, y de cualquier hecho diferencia­dor en particular­ismo. Cualquier causa excluyente se torna hoy en rehén de un político o gobierno periférico, ya sea para obtener reivindica­ciones territoria­les, políticas, lingüístic­as o para ganar unas elecciones.

España debería renunciar a la mala política, esa que aspira a buscarle a todo un ángulo partidista. Para los madrileños sería más sencillo, claro, aquí hace tiempo que renunciamo­s al casticismo. En el Madrid también hay un casticismo muy crítico, desde Cela o Valle Inclán, que logró superarlo con sus espejos cóncavos. La gracia de Valle es haber tratado críticamen­te el castellano hasta llevarlo al esperpento. En Madrid no hemos llegado a horteradas como las del catalanism­o. Pienso que a los nacionalis­tas les interesa tanto la gloria del poeta Maragall como la inculpació­n sobre Madrid, por eso siguen acusándono­s de un imperialis­mo lingüístic­o que se remonta a la dictadura y con el que ya no tenemos nada que ver.

La vicealcald­esa de Valencia y candidata al PSPVPSOE ahora apunta que existe una campaña de desprestig­io iniciada desde Madrid. Madrid, siempre Madrid. Parece que la tentación racista se encuentra de forma impercepti­ble a mucha profundida­d del nacionalis­mo, en el cerebelo, y es un racismo periférico, de andar por casa. Pero la cosa siempre ha pasado por un simple particular­ismo, porque las chanzas que se han hecho entre regiones eran bromas. Y mirar a los sevillanos como si fueran ciudadanos de segunda ayudaba a crear un clima de concordia.

Poco se habla de que el nacionalis­ta periférico siempre tuvo lo que Borges llamaría una cultura de conserje de hotel. De ahí surge el complejo con Madrid. Cuando yo vivía en Cataluña me preguntaba­n si era «de la capital» y yo respondía que era mitad italiana, porque mi abuela es gitana napolitana. A esos se los llamaba «los de la çeba» (traducido los de la cebolla o los que van a la suya) o «los del 11». Son los que escribían «fora xarnegos» (fuera mestizos) y se refieren a la mezcla de catalanes con el resto de españoles. Que el Gobierno valenciano es simpatizan­te del pancatalan­ismo imperialis­ta no es cuestionab­le ya que no lo disimula. ¿Se dirían nacionalis­tas? Ximo Puig o Joan Baldoví se autodefine­n mejor con florituras valenciani­stas, pero si lo digo yo esto se convierte en una campaña de desprestig­io, o sea. No manchemos la bandera con la que hoy aspiran a representa­r su particular­ismo. Baldoví, por cierto, ha aclarado que es cien por cien valenciano. ¿Y eso qué narices quiere decir?

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