El drama y el júbilo
Europa o el descenso se deciden por detalles en partidos competidos como el de ayer
Para que la expectación se prolongue hasta el final del campeonato y se mantenga la incertidumbre y la competitividad, la Liga está organizada de tal manera que casi todos los equipos se juegan algo en los últimos partidos. Con la excepción del Barcelona y el Elche —campeón de Liga y descendido a Segunda, respectivamente—, y el Mallorca —situado en una cómoda duodécima posición—, el resto afronta la antepenúltima jornada inmerso en la pugna por algún objetivo. Atlético de Madrid y Real Madrid compiten por el subcampeonato; Real Sociedad y Villarreal se disputan el cuarto puesto que da derecho a jugar la próxima temporada la Champions; el Betis se enfrentaba al Getafe con la intención de sellar su pase a la Europa League; entre el séptimo y el undécimo clasificado, cinco escuadras aún se baten el cobre por entrar en la Conference League. Por abajo, Valencia, Celta, Almería, Cádiz, Valladolid, Getafe o Espanyol aún tienen que dirimir qué dos equipos acompañarán al Elche a la categoría de plata.
Así que, más que nunca, cada equipo salta al césped condicionado por las específicas circunstancias que vive, consciente de que ya no hay margen para el error. Al principio de la competición, se piensa que cualquier desacierto puede enmendarse más adelante. Pero, llegados a las tres últimas jornadas, todo punto es decisivo. El éxito o el fracaso derivan, frecuentemente, de una jugada puntual: una tarjeta roja, un despiste en el marcaje, una ocasión errada a puerta vacía, un tiro al poste o, por el contrario, alguna genialidad aislada que permita la victoria, aunque resulte inmerecida. Así que la naturaleza agonística del fútbol no solo se mantiene hasta el último suspiro, sino que aumentan las tensiones, los nervios. Se instaura la sensación de que el éxito o el desastre dependen de detalles, muchos de ellos incontrolables. Y que la suerte es clave en el destino de los hombres.
Los más de 40.000 hinchas béticos se las prometían felices. Nadie ignora que una sola victoria basta para conseguir el ansiado objetivo de la Europa League. El Betis se enfrentaba a un equipo que había sido incapaz de ganarle en su campo al colista la jornada pasada. Y jugaba en casa, ante una afición que toda la temporada se ha mostrado entregada a su equipo.
Por el contrario, el Getafe vivía la otra cara de la moneda. En el rostro de sus jugadores se percibía el miedo a caer y enterrar sus opciones de eludir el descenso. Por si fuera poco, a los pocos minutos se lesionó su mejor jugador: Enes Ünal. A perro flaco, todos son pulgas. Cada año se repiten partidos que los jugadores y sus hinchadas experimentan como un drama, especialmente si —como en esta temporada— siete equipos llegan con el agua al cuello, separados por tan solo cinco puntos. A falta de poco más de 20 minutos para el final, negros nubarrones se cernían sobre el Getafe. Después de una primera parte igualada, el Betis hacía valer su mayor calidad en el inicio del segundo tiempo. Ayoze y Canales combinaban con peligro. Juanmi falló un gol cantado.
Cuando más dominaba el Betis, Alderete conectó un soberbio cabezazo en un córner. Poco después, el Betis quedaba con uno menos por roja directa a Pezzella. El Getafe se defendió con uñas y dientes. El joven Latasa, que había salido con la misión imposible de reemplazar a Enes Ünal, ganó todos sus duelos y se erigió en coloso. Alderete no había metido un gol en toda la temporada, pero su tanto bien puede valer la salvación del Getafe. El equipo madrileño pasó del drama al júbilo cuando menos lo esperaba, aunque nunca dejó de creer. Sobre todo a final de temporada, «son los detalles los que deciden los partidos», dijo Guido Rodríguez. Cierto. La penúltima jornada se presenta excitante. Habrá tragedia y gloria, pero nadie puede predecir cómo se repartirán.