ABC (Sevilla)

La viga, la paja y el ojo

- ÁLVARO MARTÍNEZ

EL BATALLÓN

Racistas hay en todos los países del mundo: aquí, de momento, son unos donnadies descerebra­dos; en Brasil, en cambio, los hacen presidente­s

PARA empezar, un leve picoteo de declaracio­nes. Una: «No corro el riesgo de que uno de mis hijos se enamore de una mujer negra porque fueron muy bien educados». Dos: «Los negros no hacen nada. Más de mil millones de reales al año estamos gastando en ellos. Creo que no sirven ni para procrear». Y tres: «No es una cuestión de colocar cuotas de mujeres porque sí. Tenemos que colocar gente capacitada. Si colocan mujeres porque sí, voy a tener que contratar negros también».

Una, dos y tres... pero la lista puede extenderse hasta veintitrés o más allá pues lo que antecede es una microscópi­ca, pero ilustrativ­a, muestra del ideario de Jair Bolsonaro, un racista rotundo, hiperbólic­o y de primera hora al que en 2018 votaron 49.277.010 brasileños. Incluso en 2022 –cuando ya se sabía todo de él tras cuatro años en el palacio de Planalto– fue apoyado en las urnas por 58.206.345 brasileños y estuvo a punto de ser reelegido. Es decir, que casi diez millones más de brasileños le votaron cuando ya estaba claro lo que pensaba de los negros y mulatos, que por cierto desde 2014 son mayoría en Brasil sobre los blancos. En las favelas de Río, por ejemplo, son abrumadora mayoría desde siempre, recluidos racialment­e en la ‘Ciudad de Dios’, retrepando su pobreza por los morros, bajo el Corcovado al que ahora apagan criticando «el racismo español».

Así que quizá todos esos brasileños que están aventando la especie de que España es algo así como la tierra prometida de todo racista, un reservorio de intolerant­es, xenófobos y demás ralea discrimina­toria –a cuenta de los insultos a Vinicius en el estadio del Valencia–, deberían mirar un poco dentro de su país antes de lanzar esa injusta generaliza­ción sobre los españoles. Racistas hay en todo los países del mundo, lo que ocurre es que aquí se trata de donnadies descerebra­dos que a nadie representa­n, mientras que en Brasil los hacen presidente­s para que represente­n al país entero. Y esa diferencia no la están dejando clara los políticos, los periodista­s o los opinadores brasileños que estos días nos brean.

Esta incongruen­cia, formato paja en ojo ajeno y viga en el propio, no obsta para criticar la intolerabl­e situación que vive el jugador madridista y la necesidad de que mejoren notablemen­te las herramient­as que la competició­n, la federación y los juzgados tienen para evitar la vergüenza de que el honor y la honra de España y los españoles anden en lenguas cada jornada. Incluso se puede (y quizá se debe) ser vehemente en el reproche, aunque no falten a su cita con el veneno los ventajista­s a los que el padecimien­to de Vinicius les trae realmente sin cuidado y sacan a pasear estos días la ‘leyenda negra’ y el resto de los tradiciona­les avíos para sacudir a España. Nos tienen ganas.

Hay una tendencia en los pueblos a catalogar a los demás acudiendo a generaliza­ciones nacidas de los prejuicios y lo que se ha leído o visto por ahí, por tanto, sin conocimien­to, que opera como ejercicio de reafirmaci­ón de superiorid­ad moral (yo soy mejor que tú). Pero si en España tenemos un problema con el racismo, no te cuento en Brasil la que tienen encima.

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