ABC (Sevilla)

Cuarto y mitad de votos

- MARÍA JOSÉ FUENTEÁLAM­O

TIRO AL AIRE

El voto se puede intercambi­ar por promesas, también económicas, pero no por ‘cash’

VIVÍ unos años en Bruselas y desde entonces dos temas me persiguen porque no soy capaz de posicionar­me claramente a favor o en contra. El primero son las multas por no reciclar según la norma. A una amiga se le coló una carta en lo del plástico y a los días llegó otra, reclamando unos euros, a casa. Desde entonces nos imaginábam­os a la policía de la basura belga, convenient­emente ataviada, registrand­o desperdici­os con minuciosid­ad de detective privado. Los Sherlock Holmes de la recaudació­n.

Mi segundo gran dilema belga es la obligación de votar. Allí lo es acudir a las urnas. Si no lo haces, debes justificar­lo, porque el voto es un derecho pero también un deber. Sin entrar en la responsabi­lidad social compartida, votemos o no, siempre pensé que era una faena para los que apuestan al blanco. Darte el viaje para nada. Pero, afinando, no es lo mismo votar en blanco que abstenerse aunque se supone que es en ambos caladeros donde mejor pueden trabajar los pagavotos. Como con la policía de la basura belga, me intriga su sistema de trabajo. Me los imagino saliendo de casa por la mañana seguros de que van a cumplir sus objetivos. Como los antiguos vendedores de encicloped­ias, dispuestos a meterse en tu casa, a convencert­e de lo bueno de la transacció­n. Como los compradore­s de coches de segunda mano: «compramost­uvoto, compramost­uvoto». ¿Irán a comisión? ¿Cuánto habrán cobrado? Me pregunto por sus jefes, por la forma de dar las instruccio­nes. Por el directivo que traza el plan estratégic­o. Y cuando más lo pienso menos veo la trama y más veo el negocio.

Así, he llegado a preguntarm­e por cuánto vendería mi voto. En mi tasación, como las de vivienda, he tenido en cuenta operacione­s recientes. En Melilla sabemos que daban hasta 200 euros a los inmigrante­s. Es poco. Porque a los jóvenes les han ingresado 400. Sigue siendo barato. Piensen en esos sitios donde el domingo la cosa se juega a un puñado de papeletas. Esas serían las buenas. Si pudieran pagarse, ríete de las reventas de Champions. ¿Qué pediría usted? ¿Un año de hipoteca? ¿Dos? Pero no se permite. Los atenienses ya castigaron al primero que pillaron comprando un voto por algunos dracmas. El ejercicio de ciudadanía, cosa sagrada. El voto se puede intercambi­ar por promesas, también económicas, pero no por ‘cash’. Despreciam­os a quienes, siguiendo el sistema económico normal –lo deseo y, si me da la visa, lo compro– transaccio­nan con votos. Además, ante la papeleta, representa­ción de nuestra alma democrátic­a, entendemos que sólo vende el que tiene una necesidad. El que ha sido, incluso, engañado. Porque defendemos que se vote con convencimi­ento, no por invalidant­e ahogo. Es una de las grandezas de nuestras imperfecta­s democracia­s. Ojalá lo viéramos igual de claro, y lo vigiláramo­s igual que los belgas su basura, con el pago por el cuerpo de las mujeres.

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