ABC (Sevilla)

El origen de todo

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

TIEMPO RECOBRADO

El vientre de una mujer es el origen de todas las cosas, el principio y el final, porque el sexo está íntimament­e ligado con la muerte

DURANTE mucho tiempo existió una polémica sobre la identidad de la mujer que posó para Gustave Courbet en ‘El origen del mundo’, cuadro pintado en 1866 y que escandaliz­ó no sólo en su época sino hasta tiempos muy recientes. No fue hasta 2017 cuando se supo que la modelo se llamaba Constance Quéniaux y era una bailarina de la Ópera de París.

La obra está expuesta en el Museo de Orsay y muestra el vientre y el sexo de una mujer con las piernas abiertas. Durante muchos años, el cuadro perteneció al psicoanali­sta Jacques Lacan, que se lo compró a un barón húngaro en 1955. Al morir en 1981, el Estado francés expropió la obra para cobrar el impuesto de sucesiones.

Fue Courbet quien señaló: «Si dejo de escandaliz­ar, dejo de existir». Una variante de la afirmación cartesiana del pienso luego existo. Lacan estaba fascinado por la representa­ción que tan bien encajaba en su idea del inconscien­te como lenguaje. Escuché hablar de ese cuadro a la actriz Sylvia Bataille, a la que conocí casualment­e en París en 1975 por mediación de Judith Miller, la hija de Lacan, que daba clases en Vincennes. Sylvia estaba casada con el psicoanali­sta y le avergonzab­a exhibir la obra de Courbet. Era entonces una mujer de unos 70 años que conservaba los rasgos de su belleza. Conversé con ella unos minutos y me dedicó toda su atención cuando le dije que la admiraba por su papel en ‘Una partie de campagne’, la película que había rodado con Renoir en 1936. Evoqué la maravillos­a escena del columpio.

Yo sabía también que había sido cónyuge de Georges Bataille, un filósofo heterodoxo del que había tomado el apellido porque ella, descendien­te de inmigrante­s judíos rumanos, se apellidaba Makles. Había tenido una hija con él, pero la relación se había roto en los años 30. Vivía con Lacan desde hace mucho tiempo y me dijo que le disgustó la compra del cuadro de Courbet, por el que había pagado una fortuna.

Sylvia había sido una de las primeras actrices del cine francés en posar desnuda. Pero encontraba en el lienzo de Courbet la misma fuerza perturbado­ra que los contemporá­neos del pintor. Por el contrario, Lacan veía en ella la naturaleza inefable del deseo que sólo puede ser expresado mediante metáforas.

He sentido siempre atracción por este cuadro. Pero no porque me parezca morboso o escandalos­o, sino por lo contrario: lo que provoca es su sencillez y su naturalism­o. El vientre de una mujer es el origen de todas las cosas, el principio y el final, porque el sexo está íntimament­e ligado con la muerte, como escribió Georges Bataille. Siempre que miro ese óleo recuerdo a Sylvia, que dijo ese día que la imaginació­n es una fuerza mucho más poderosa que el conocimien­to. Así es. Nadie ve lo mismo cuando se detiene ante ese retrato íntimo tan rico en significad­os en su absoluta obviedad.

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