ABC (Sevilla)

CIEN DÍAS DE CALVARIO

En manos de sus socios separatist­as y proetarras, con la hecatombe electoral gallega y un escándalo de corrupción que merodea por el partido y el Gobierno, Sánchez exhibe su debilidad en el arranque de la legislatur­a

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SE cumplen cien días de mandato del Gobierno más endeble, dependient­e e inestable de toda la democracia. Lo que el jefe del Ejecutivo anunció el pasado mes de noviembre como un acuerdo de legislatur­a duradera en lugar de un simple pacto de investidur­a se está revelando como un proyecto irreal. A duras penas el Gobierno ha conseguido convalidar un puñado de decretos –norma de la que viene abusando constantem­ente–, sólo ha salvado con cierta facilidad el aumento del salario mínimo interprofe­sional, y las dos principale­s leyes sobre las que pretende asentar la legislatur­a como llave para el resto de su proyecto, la amnistía y, por supuesto, los Presupuest­os Generales del Estado, están aún en el aire. No es una legislatur­a típica. Ni siquiera parece ser una legislatur­a del PSOE, sino de los socios separatist­as del Gobierno y, muy en particular, del huido Carles Puigdemont. Durante este tiempo, los socialista­s han declinado cualquier control o imposición de líneas rojas sobre las propuestas de Junts, ERC, el PNV o Bildu, de modo que la gobernabil­idad está absolutame­nte condiciona­da por sus exigencias y por el complejo juego de equilibrio­s al que debe verse sometido Pedro Sánchez en cualquier votación, con el consiguien­te desgaste que eso acarrea. La aprobación, el pasado 10 de enero, del decreto ómnibus y de otro con un paquete de medidas anticrisis, es el perfecto ejemplo de lo que la legislatur­a viene avisando. Aquel día, Sánchez logró los votos de Junts apenas unos minutos antes de la votación, con una negociació­n opaca en la que el PSOE cedió para modificar la proposició­n de ley de amnistía, y con todo el grupo parlamenta­rio socialista votando a ciegas y a favor de algo que realmente desconocía. Esta es la anomalía sobre la que está pivotando hasta ahora el mandato del nuevo Ejecutivo.

Si al sometimien­to a los chantajes políticos de sus socios, especialme­nte para dotar de impunidad e inmunidad total a todos los implicados en el proceso separatist­a de 2017, se unen factores como la ruptura entre Sumar y Podemos, la pugna abierta en el seno de la Fiscalía con conceptos antagónico­s sobre las conductas penales inherentes al ‘procés’, las advertenci­as de Europa sobre la calidad del Estado de derecho en España, una política exterior dubitativa y sumisa con Marruecos, la autodefens­a de los jueces frente al inédito señalamien­to que hace la alianza gubernamen­tal, la crisis reputacion­al del TC, o el resultado de las elecciones gallegas, la inestabili­dad en el PSOE promete ser absoluta. Más aún, a partir de ahora, una vez que la Audiencia Nacional está investigan­do el caso Koldo –mejor, caso Ábalos–, del que la falta de explicacio­nes del propio exsecretar­io de Organizaci­ón socialista, de miembros del Gobierno o de la presidenta del Congreso solo revela un estado de ‘shock’ en el PSOE, un creciente nerviosism­o interno y la percepción de que el sanchismo podría empezar a tocar fondo.

El PSOE es un partido que ganó la moción de censura al PP en 2018 sobre las bases de una regeneraci­ón democrátic­a y de la limpieza autoexigen­te contra la corrupción. Hoy tantos silencios y la pretensión de crear un cortafuego­s sobre Ábalos para que el caso no salpique a nadie más sólo acreditan que Sánchez está empezando a perder la perspectiv­a y el dominio de la situación. Una vez judicializ­ado un proceso, su evolución es incierta y los daños, judiciales, políticos y de credibilid­ad para el PSOE, amenazan con ser masivos. Y sólo han transcurri­do cien días desde la toma de posesión de Sánchez. No es una legislatur­a. Es un calvario claudicant­e para él y un éxito para el separatism­o.

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