La guerra perdida del rock en España
fesó Villeneuve. Si la primera película de ‘Dune’ era una especie de presentación, la segunda parte le permite al cineasta moverse con libertad, sin corsé, dispuestas ya sobre la mesa las cartas para entender el juego de tronos. «En ‘Dune 2’ jugamos ya sin límites, porque todo lo que puedes pedir para una historia está presente», sostuvo Javier Bardem durante el avance del filme en Madrid. El actor español, uno de los líderes de la tribu de nativos Fremen y fervoroso creyente de la profecía, gana protagonismo en esta continuación. «Le dije a Denis: “En la primera parte casi no salgo, pero si salgo en la segunda, prométeme que voy a cabalgar sobre un gusano de arena”», bromeó el intérprete.
Un gran desafío
Cumplir su palabra fue uno de los mayores desafíos de Denis Villeneuve en ‘Dune 2’. No tanto por convertir a Javier Bardem en un jinete de gusanos sino por introducir a Chalamet en el noble arte que les sirve a los Fremen para surcar el desierto. «Estoy absolutamente inspirado por la realidad. Vengo del mundo de los documentales, así que necesito que las cosas sean tangibles [...] Por eso creé la técnica. La técnica no está explicada en el libro. Sabemos que los gusanos se sienten atraídos por el ritmo, pero aparte de eso, tuve que imaginar cómo lo haría Paul, cómo sería bueno en ello y, al mismo tiempo, un poco tímido a la hora de probarlo por primera vez. Encontrar ese equilibrio, que pareciera sensual pero también peligroso, nos llevó meses, pero la tensión es palpable», explicó Villeneuve en la rueda de prensa, acompañado por Chalamet, Zendaya, Josh Brolin (Gurney Halleck), Stellan Skarsgård (barón Harkonnen), Rebecca Ferguson (Lady Jessica), Austin Butler (Feyd-Rautha Harkonnen), Florence Pugh (la princesa Irulan) y Léa Seydoux (Lady Margot).
Si tantos directores tropezaron a la hora de adaptar la novela de Frank Herbert fue más por la complejidad que el escritor encerró en sus páginas que por demérito de unos cineastas de sobra contrastados. Han tenido que pasar casi seis décadas para que llegara alguien capaz de mantener el equilibrio entre la sutileza y lo explícito, y para resignificar una obra que tenía su resonancia hace cincuenta y nueve años pero sigue teniendo, quizás con especial intensidad, gran eco en los tiempos que corren. «Una de las cosas que más me gustaron del libro era la cantidad de capas que tenía. Es un libro muy denso, y me pareció buena idea centrarme en la Hermandad Bene Gesserit, porque son unos personajes interesantísimos que controlan la política desde las sombras», explicó Denis Villeneuve.
A la cabeza de esa especie de brujas capaces de ver más allá y controlar a las personas dando una simple orden, Lady Jessica, la madre del protagonista. Interpretada por Rebecca Ferguson, es el personaje que evangeliza a los Fremen para ayudar a que Paul cumpla su destino, que terminará en una yihad en su nombre. La religión, con dioses o sin ellos, marca el camino.
Tomando notas de las primeras páginas de ‘Piedra contra tijera’ (Ed. La Oveja Roja) con un boli bic, se da uno cuenta del larguísimo tiempo que ha pasado desde que lo usábamos para ahorrar pilas del walkman rebobinando a lo malabarista las cintas de los éxitos noventeros con los que arranca la narración del libro. Desde entonces, cuando las obras maestras de Hendrix o los Doors parecían quedar casi tan lejos como la prehistoria habiendo sido publicadas hacía treinta años, han pasado otros treinta. Y las cosas han cambiado tanto, tantísimo, que el rock es casi ya irrelevante. O eso es lo que alguien quiere que parezca.
El ensayista Rubén González (Madrid, 1979) ha acometido el descomunal trabajo de descubrir qué ha pasado en estas tres décadas biografiando el devenir del rock español, centrado en el periodo 1991-2021. «A veces tengo la sensación de vivir del día a día, sin poder profundizar en movimientos o ciclos más largos. Los ensayos musicales que más me gustan son los que ahondan de verdad en una materia, que son extensos y no se quedan en el consumo rápido ahora tan de moda. ‘Poder Freak’, ‘Mujeres en el Rock’, ‘Pequeño Circo’, ‘ El rumor de los suburbios’...».
Lenguaje contestatario
Escribir ‘Piedra contra tijera’ le ha llevado una década al autor. «Ha sido en tres épocas diferenciadas. La primera centrado en el rock más noventero y más duro, el que por edad viví. Una segunda en la que vi que ese contenido se quedaba corto y que podía ser una gran idea hacer un compendio integral de un rock más amplio y a la vez más social e histórico, y una tercera, poco antes de la pandemia, en la que encuentro una editorial y empezamos a trabajar para limpiar un libro que ocupaba el doble».
Manteniendo el equilibrio entre el academicismo y la pasión, ‘Piedra contra tijera’ disecciona una realidad que González achaca en buena parte a la lenta pero constante corrosión de un espíritu combativo destacado especialmente en el caso de nuestro rock. «En nuestro país el rock ha contado sin duda con un lenguaje claramente contestatario», adelanta el primer capítulo de la obra. «Contra los poderes establecidos, hemos visto desfilar en canciones críticas contra la dictadura, la extrema derecha y la monarquía, los partidos políticos, el sistema financiero, bancario e inmobiliario, la iglesia, contra el maltrato a la naturaleza... así como infinitas reflexiones sobre sentimientos, de libertad y amor o hedonismo y diversión, usando para ello letras muy rudas y bastante ofensivas para los oídos más remilgados».
1991, último año cero
González sitúa una suerte de «último gran año cero del rock» en 1991, por una serie de fenómenos que produjeron un importante cambio en las tendencias y desgrana todos los acontecimientos importantes que se dieron en el universo rock incluyendo el metal, el hardcore, el punk, el ‘rock radikal vasco’, el grunge o el rock alternativo, con especial atención al rock urbano desatado por la gigantesca influencia de Extremoduro (a su vez deudor de Rosendo), todo ello coincidiendo con cierta caída de la fortaleza compositiva en el pop que tanta atención había acaparado en la década anterior identificada muy simplificadamente por la revulsiva marca de Caín que fue la Movida.
Pero con el cambio de siglo, el suelo empieza a moverse bajo los pies del rock español. Las revoluciones digitales, las nuevas modas musicales, el top manta, el ‘ boom’ de ‘Operación Triunfo’, la censura sufrida por algunos grupos y el desencanto político se juntaron en un combo de bofetadas que dejó atontado al género y para el año 2004 «la música como reflejo crítico, conciencia o espejo del país había desaparecido», comenta el autor. Además de cierto grado de acomodamiento y cinismo, el rock empieza a acusar también falta de ideas. Comienza la era de las bandas tributo, de las reuniones de viejas glorias y de la homogeneización de los festivales.
«Los movimientos juveniles y musicales nacen simplemente como acto de rebeldía no solo hacia el sistema, sino hacia el movimiento juvenil anterior, y si este fue contestatario, pues el siguiente tenderá hacia lo evasivo, como hemos visto con el trap», señala González, que no obstante mantiene que el poso reivindicativo del rock nacional se ha mantenido todos estos años, y volverá a hacerse notar antes o después. «Si analizamos todas las épocas desde la Transición, el rock ha estado al pie del cañón frente a todas las crisis. La de Felipe, la de Aznar, el desafío territorial, el ciclo del 15-M, el feminismo ahora con la hornada más joven como último contenido político destacado... Como género musical en constante movimiento, el rock siempre se ha asomado a la problemática de su tiempo. Y seguirá haciéndolo, que a nadie le quepa la menor duda».
El ensayista Rubén González publica ‘Piedra contra tijera’ , un exhaustivo repaso a todo lo que ha ocurrido en la escena nacional desde 1991 hasta la actualidad entre la gente joven