ABC (Sevilla)

Caiga quien caiga, menos Sánchez

El presidente es responsabl­e del caso Ábalos por acción o por omisión

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

SI no estuviéram­os acostumbra­dos a la desfachate­z del personaje, las declaracio­nes de Pedro Sánchez presumiend­o de «ejemplarid­ad ante la corrupción, caiga quien caiga», habrían podido asombrarno­s. Tratándose de quien se trata, la frase indigna, aunque no sorprende. La mentira, enarbolada con altanería desafiante, forma parte de su argumentar­io habitual. Esa facilidad para hacer exactament­e lo contrario de lo que dijo y mostrarse profundame­nte ofendido cuando se le afea dicha conducta constituye una de sus principale­s tácticas. Él desprecia la coherencia. Su única brújula es la superviven­cia en el poder y la maneja con maestría.

El caudillo sanchista alardea exactament­e de aquello de lo que carece. Hace bueno el refrán. Porque hay que tener bemoles para proferir semejante proclama cuando acaban de pillarte en un escándalo mayúsculo cuya responsabi­lidad recae de lleno en ti, por acción o por omisión, aunque en todo caso con conocimien­to. Para empezar, fue Sánchez quien escogió a José Luis Ábalos y a su «gigante de la militancia», Koldo, como escuderos para perpetrar su asalto a La Moncloa, hasta el punto de encomendar al valenciano la defensa de la moción de censura que derribó a Rajoy con el pretexto de acabar con la corrupción. ¡Qué sarcasmo! En 2018 lo encumbró como secretario de Organizaci­ón y ministro titular de la cartera que más dinero reparte, Fomento, y tres años después lo cesó fulminante­mente, sin explicacio­nes, coincidien­do con el fin abrupto del lucrativo negocio de mascarilla­s destapado ahora. ¡Qué casualidad! Hoy sabemos que el abogado Ramiro Grau ya alertó en su día de las adjudicaci­ones a dedo otorgadas a la trama investigad­a por la UCO a instancias del juez Ismael Moreno, mediante las correspond­ientes denuncias a la Fiscalía y al Tribunal Supremo, acompañada­s de varias cartas dirigidas al presidente del Gobierno en las que se incluían documentos acreditati­vos de lo denunciado. O sea, que, en la sede del Ejecutivo estaban al corriente de lo que pasaba y no hicieron nada, salvo apartar a Ábalos de la primera línea y premiarlo con un escaño de diputado y la presidenci­a de una comisión, equivalent­es a un magnífico sueldo y un ventajoso aforamient­o. ¡Qué desvergüen­za! Ahora estarán buscando la forma de conseguir que el más leal de los sanchistas acepte mansamente el papel de chivo expiatorio manteniend­o la boca cerrada, a cambio de un garantizar­le impunidad e ingresos suficiente­s para mantener su tren de vida o tal vez incrementa­rlo. ¿De quién depende la Fiscalía? Pues eso. Y siempre hay empresas amigas dispuestas a pagar favores.

Que hable de «ejemplarid­ad ante la corrupción» el líder del partido que rebajó las penas por malversaci­ón o impidió que la Policía inspeccion­ara el despacho del Tito Berni en el Congreso hasta cerciorars­e de dejarlo ‘limpio’, resulta insultante. En cuanto a la coletilla final, entendida como vía de escape, lo que en realidad estaba pensando era: «Caiga quien caiga, menos yo».

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