ABC (Sevilla)

Una excusa para escribir

- A. J. USSÍA

CASA DE FIERAS

Si puede elegir, vaya caminando, que la ciudad lo está pidiendo a gritos

DECÍA Francisco Umbral que «Madrid, más que una ciudad, es una excusa para escribir». Y así sigue estando en el escaparate de los que la miramos para contarla. En la calle Gran Vía, un coche con licencia de VTC (esos ‘black cabs’ que nos permiten jugar a ser Nueva York pero que se quedan sin cobertura bajo los túneles) llevaba en el maletero dos millones y tanto en billetes en una carrera pagada con mil quinientos al conductor. Un policía municipal decidió que era sospechoso, y tanto que lo era. ¿A cuántos no pararán? En la zona norte, donde el frío de la sierra se cuela entre los rascacielo­s financiero­s, una marisquerí­a recibe reuniones en las que se reparten favores, viruta y con la UCO haciendo fotos desde el coche, mientras entran y salen obreros de traje y corbata suspirando con ser algún día Gordon Gekko. Más abajo, turistas recién llegados se quedan boquiabier­tos al ver el nuevo estadio Santiago Bernabéu. Protestan algunos vecinos que han incrementa­do el valor de sus viviendas en mucho por cien, y se abren al abrigo de la ballena blanca restaurant­es del mundo entero que ya son de aquí. Montero Glez presentaba su libro sobre la vida secreta de Roberto Bolaño en la Mistral, una librería del centro que se hace fuerte a golpe de prosa y talento. Allí pululaban Emma Suárez y el genial autor, que es tan madrileño que hace tiempo se fue a vivir al sur para poder volver. En los parques se amontonan niños jugando a ser adultos y en el Congreso adultos jugando a ser niños. Y, mientras tanto, el ritmo de la calle suma y sigue mezclando vidas que no quieren terminar. En la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Foro España Cívica premiaba los valores humanistas de una raza de personas que está en peligro de extinción. Por allí desfilaron desde Herrero de Miñón al doctor Javier Hornedo, humanista de la medicina, recordándo­nos al resto que la compasión no es un ‘like’ en una red social sino padecer con el prójimo. La tuna de Salamanca suena de fondo mientras en las puertas de las discotecas se escapa el chunda chunda de una mesa con ‘champagne’ que disfrutan los hijos de la democracia a los que nunca les ha pasado nada. Ya han comenzado a desenvolve­r en Ifema las obras de arte de ARCO, que se inaugura esta semana en la que también cantará Viva Suecia en el Wizink. Siguen los Montañez lustrando zapatos en Richelieu, los porteros ahora son automático­s y el negroni ha dado paso al margarita porque, como dijo el poeta, cuando un sudamerica­no va a España, en realidad, vuelve. La generación del yo-yo ahora vende su iris por setenta y cinco euros para que puedan suplantar su identidad, los almendros están más despistado­s que nunca y si puede elegir, vaya caminando que la ciudad lo está pidiendo a gritos. Decía Manolo Alcántara que lo curioso no es cómo se escribe la historia, sino cómo se borra. Que nadie les pueda decir que no estuvieron allí. Salgan, vivan, equivóquen­se y sepan pedir perdón. Que para eso estamos.

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