Defensa de Europa en el alero
Si la ayuda de la UE decae, no podría descartarse que, antes del verano, la defensa ucraniana colapsase
Las tropas rusas, tras apoderarse de Avdiivka, prosiguen su avance en los 10 kilómetros de frente: Stepove-Orlivka-Tonen’ke-Sjeverne, contando con un potente apoyo de fuego tanto artillero como aéreo. Eso parece confirmar las recientes declaraciones de Putin evaluando el actual gasto de defensa de Rusia en el 13% del PIB. Por el contrario, las tropas ucranianas, aunque frenan, no logran detener plenamente el impulso de las rusas, al verse aquéllas obligadas a racionar sus municiones y, consecuentemente, no poder batir eficazmente los obstáculos en que apoyan su defensa. Una situación que Zelenski, por sí mismo, no puede revertir, al depender para casi todo de la ayuda occidental. Ésta, cada vez, es más cicatera. Por ejemplo, el objetivo autoimpuesto por la UE de entregar a Ucrania un millón de proyectiles de artillería para marzo de 2024 no se va a cumplir. Los socios comunitarios, con unos polvorines previamente encanijados por el falaz dogma de los ‘dividendos de paz’, y posteriormente esquilmados por las ayudas a Ucrania, ahora anteponen las necesidades nacionales de acumulación y reservas, a las de reposición de las tropas ucranianas. Si tal situación se prolongase indefinidamente, no podría descartarse que, antes del verano, la defensa ucraniana colapsase.
Tal escenario está detrás de las recientes declaraciones del general Marc Milley, el anterior Jemad norteamericano, de que «negarse a apoyar a Kiev sería un golpe fatal al orden mundial». Brutal e incómoda probabilidad percibida sin ambages en Occidente, que debe enfrentar un dilema vital: o bien retomar el envío masivo de ayuda militar a Ucrania, o bien seguir asistiéndola selectivamente. En el primer caso, se trataría de derrotar a Rusia (quimera de Zelenski) e implicaría una gran escalada que, probablemente, derivaría hacia una confrontación en la que Rusia podría recurrir al arma nuclear. El segundo caso supondría el alargamiento indefinido de las hostilidades, intentando persuadir a Putin de la conveniencia de un armisticio de tablas ajedrecista, en el que la ganancia rusa fuera relativa (lavar la cara). Ambos casos demandan un incremento de la ayuda occidental a Ucrania en un entorno de guerra fría. Nos situaría pues a finales de los 70 del siglo pasado, sin saber si estaríamos avanzando hacia la supuesta solución del problema (la caída del Muro), o retrocediendo hacia la escalada total (Guerra Mundial).
La conferencia para la ayuda a Ucrania, convocada por Macron, celebrada en París el pasado 26 de febrero, a la que asistieron una veintena de primeros ministros europeos y representantes de EE.UU. y Canadá, se cerró en un ambiente asustadizo e incierto. Lo importante vino en las declaraciones posteriores, cuando el presidente francés afirmó no descartar nada, ni siquiera el despliegue en Ucrania de tropas terrestres. Eso que, de materializarse, seguramente conduciría a la ruptura de hostilidades entre la OTAN y Rusia fue respaldado por el primer ministro eslovaco, Fico. Los demás participantes lo desestimaron. En concreto, el canciller alemán, Scholz, a la mañana siguiente, en Friburgo, contradijo a Macron y Fico afirmando que había acuerdo para que no se desplegaran soldados europeos en Ucrania. Tan fatal controversia, que ha publicitado una indeseable tensión entre el presidente francés y el canciller alemán, es la peor noticia para los europeos, porque el funcionamiento acompasado de París y Berlín es base esencial para el progreso del empeño europeista.
Para acabar de complicar el escenario, el 1 de marzo, medios rusos y, por tanto, con la aprobación del Kremlin, airearon una videoconferencia de 38 minutos, presidida por el general Gerhardz, inspector general de la Fuerza Aérea alemana, en la que se analizaban las posibilidades de facilitar o no a Ucrania misiles de crucero Taurus. Algo que el canciller Scholz ha descartado por temor a una escalada, ya que el uso del Taurus requeriría «la participación directa de Alemania en la selección de los objetivos».
Le faltó tiempo a Ben Wallace, anterior ministro de defensa británico, para echar leña al fuego en ‘ The Times’: «Alemania está bastante penetrada por los servicios de Inteligencia rusos, lo que demuestra que ni son seguros ni fiables». En fin, la incertidumbre sobre cómo acabar con el conflicto en Ucrania está produciendo graves divisiones y daños internos, tanto en la OTAN como en la UE, poniendo la defensa de Europa en el alero.
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