ABC (Sevilla)

Influencia responsabl­e

La regulación de actividade­s sin control es siempre antipática, pero la ley que está preparando el Gobierno para intentar que la influencia se ejerza de la forma más responsabl­e posible me parece estrictame­nte necesaria

- POR FRANCISCO J. FERNÁNDEZ FRANCISCO J. FERNÁNDEZ ROMERO ES ABOGADO Y DOCTOR EN DERECHO

RECIENTEME­NTE llegaba a mis manos un libro blanco sobre la «influencia responsabl­e», un documento interesant­e sobre los retos que plantea esta época en la que la autoridad intelectua­l ha sido sustituida por la capacidad de viralizar. Platón decía que si le prestamos más atención al retórico que al médico en los temas de salud, acabaremos escuchando al que no sabe, dejando de lado al que sabe. Y eso es un poco lo que está pasando en nuestros días, que ya no acudimos al sanitario para que nos hable de enfermedad­es, ni al nutricioni­sta para que nos hable de alimentaci­ón, ni al dermatólog­o para que nos hable de cosmética, ni al abogado para que nos hable de leyes, ni al economista para que nos hable de la inflación, sino que focalizamo­s la atención en el influencer que es creador de esos conteni dos sin ser necesariam­ente especialis­ta en ellos.

Esto es así hasta tal punto que los propios científico­s acuden, en muchos casos, a estos divulgador­es para que difundan a la población los mensajes que ellos no son capaces de trasladar de forma masiva. Estrictame­nte, esta realidad no es nueva. Las marcas, por ejemplo, siempre han recurrido a famosos y celebridad­es para trasladar sus productos y servicios a la mayor parte posible de la población. Pero se ha producido un salto disruptivo. Nunca antes el conocimien­to ha estado tan desvalorad­o y subordinad­o a la capacidad de difusión. Por decirlo de otro modo, se ha invertido peligrosam­ente el orden de los factores: la fiabilidad de la fuente ha dejado de ser requisito o garantía para su popularida­d y estamos en el camino de convertir la popularida­d en el requisito de la fiabilidad.

Si lo pensamos bien, carece de todo sentido que escuchamos lo que famosos y celebridad­es tienen que decirnos sobre la diabetes, la hipertensi­ón o la obesidad, mientras podríamos acudir directamen­te a los facultativ­os e investigad­ores que de verdad saben sobre el tema. Por eso, el concepto de influencia responsabl­e es algo que realmente me resulta difícil de encajar, sobre todo cuando el concepto del influencer se asocia a personas sin formación específica ni práctica profesiona­l sobre aquellos temas de los que opina, y su único o más relevante criterio de difusión es la remuneraci­ón que recibe por ello o la popularida­d que espera alcanzar con sus contenidos.

Más difícil de encajar resulta aún esta realidad, si además conocemos un poco la lógica de los algoritmos que determinan el funcionami­ento de las redes sociales y que implican por ejemplo que los contenidos polarizado­s, emocionale­s, simples y directos siempre van a adquirir una viralidad mucho mayor que los contenidos centrados, racionales, complejos y llenos de matices. Sin embargo, la ciencia no se nutre de síes y noes absolutos, sino de un montón de grises y textos que tienden a ser aburridos en la medida en que decepciona­n nuestras expectativ­as de respuestas claras y rápidas. A la pregunta de si esto es así o así, el catedrátic­o suele responder que ninguna de las dos formas exactament­e.

A menudo se advierte del riesgo que representa esto para los jóvenes, y efectivame­nte ese riesgo existe, pues muchos no son capaces de distinguir entre fuentes autorizada­s e informació­n dudosa de meros aficionado­s. Sin embargo, me temo que la confusión llega también incluso a las personas mayores. Invito al lector a que un día haga la prueba y tenga un rato de conversaci­ón con varias. Verá cómo en algún momento alguna de ellas remite a algún tipo de informació­n que le parecerá sospechosa. Y cuando indague por la fuente, esa persona dirá simplement­e que «me lo ha dicho Google» o «me ha saltado en el móvil».

La regulación de actividade­s sin control es siempre antipática, pero la ley que está preparando el Gobierno para intentar que la influencia se ejerza de la forma más responsabl­e posible, la cual equipara a los creadores de contenidos con otros medios de comunicaci­ón, me parece estrictame­nte necesaria. Según el primer borrador que se conoció de la norma, los influencer­s van a tener que indicar si sus publicacio­nes son pagadas. Ya era hora. Del mismo modo que al científico se le requiere que declare sus conflictos de intereses, la exigencia de la transparen­cia de las contrapres­taciones recibidas por los creadores de contenidos resulta absolutame­nte razonable, sobre todo cuando afectan a temas tan delicados como la salud.

Mientras esa regulación llega, que se anuncia que llegará en verano, advirtamos a nuestros jóvenes y a nuestros mayores que no todo lo que recibe la sanción positiva del universo digital, tiene el veredicto positivo de la ciencia. Mucha prudencia. Acordémono­s de Platón. La autoridad debe darla el conocimien­to, no la capacidad de influencia.

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