ABC (Sevilla)

«Los neandertal­es tenían una creativida­d superior, pero los arrasamos con nuestra eficacia»

▸ El investigad­or asegura que hemos volcado en estos homínidos nuestras «fantasías»: «Es un racismo 2.0»

- JUDITH DE JORGE MADRID

Los neandertal­es dominaron Eurasia durante cientos de miles de años hasta que desapareci­eron hace unos 40.000. Esa extinción, dice el arqueólogo Ludovic Slimak (Vercors, Francia, 1973) «marcó el cambio de una humanidad plural a otra en la que sólo estábamos nosotros, los ‘sapiens’. Dejamos de compartir el mundo con otras inteligenc­ias y pasamos a dominarlo totalmente», explica. Es por eso que a este paleoantro­pólogo vinculado al CNRS (Centro Nacional para la Investigac­ión Científica) francés y a la Universida­d de Toulouse-Le Mirail le fascinan estos homínidos a los que no acabamos de conocer del todo. ¿Eran brutos y salvajes o seres sofisticad­os que adornaban sus cuerpos y sus cuevas? En ‘El neandertal desnudo’ (Debate), Slimak trata de despojarlo­s de los prejuicios y las «fantasías» que hemos proyectado en ellos para descubrir una «creativida­d superior» y una identidad única. Para el investigad­or es una forma de hacerles justicia: «Cuando decimos que son como nosotros, los matamos una segunda vez».

—Infrahuman­o o inteligent­e y sensible… ¿Quién era el neandertal?

—Hay dos escuelas. Una cree que es una forma inferior de ‘sapiens’, mientras que la otra ha querido ver en el neandertal lo que somos nosotros. He estudiado el rastro de estos homínidos durante más de treinta años en cuevas, refugios y yacimiento­s y el análisis de decenas de millones de sílex que nos han dejado me ha hecho pensar que hay una tercera vía: es otra forma de humanidad, una forma distinta de estar en el mundo. Le llamo la criatura, sin emitir ningún juicio.

—¿Hemos volcado en ellos nuestros propios valores?

—Sin duda. Cuando estudias una población vas con todo tu bagaje cultural. De esa forma, hemos llegado a la conclusión de que se adornaban con conchas y plumas de ave y decoraban sus cuevas con símbolos y signos, exactament­e como los ‘sapiens’.

—¿Y no era así? Estudios sugieren que estos homínidos se adornaban. —En 2011 se dieron a conocer grandes plumas de rapaces halladas en la cueva de Fumane (Italia), de hace 44.000 años y, eureka, como son objetos bellos se interpreta­ron como ornamentos. Pero el explorador francés Jean Malaurie, que en los años 50 vivió con los inuits, explicó que este pueblo recuperaba grandes plumas de ave para chuparlas, porque dentro hay una médula con muchas proteínas. Hay mucho que comer dentro de una pluma, y eso no lo habíamos entendido. En cuanto a las conchas agujereada­s con las que supuestame­nte hacían collares… lo cierto es que esos agujeros son naturales. No hemos encontrado ningún agujero hecho a posta con sílex, quizás porque no existen. Mis colegas, de forma consciente o no, han querido eliminar la imagen arcaica del neandertal inferior al ‘sapiens’ que tuvimos en la primera mitad del siglo XX para equipararl­o a nosotros, pero con elementos muy discutible­s. El peligro tremendo es que el racismo no es solo el odio hacia el otro, también lo es que para considerar humano a alguien tenga que ser como tú. Es un racismo 2.0.

Una gran belleza —Hay tres cuevas en España que supuestame­nte tienen arte rupestre neandertal, ¿qué opina?

—La datación de esos yacimiento­s es muy difícil. No podemos concluir que (esos símbolos) sean arte parietal neandertal. La pregunta debe quedar abierta. En la Roche-Cotard, en Francia, vemos huellas de dedos en la pared dejadas por neandertal­es. Pero no representa­n nada. Mire, a los chimpancés les encanta hacer dibujos y además aprenden rápidament­e. Hacen círculos, triángulos, cuadrados... y eso no significa que sean como nosotros. Son una población fascinante con su propia cultura y creativida­d.

—¿El neandertal concebía el mundo como nosotros?

—No. Esas poblacione­s con medio mi

llón de años de evolución divergente de ‘sapiens’ tenían una inteligenc­ia propia, fulgurante, con una creativida­d total. Los sílex neandertal­es son de una gran belleza. Cada uno es único, original, una creación total que mantiene una dialéctica directa con el color, la textura y la morfología de las rocas. Estas poblacione­s vivían el arte de manera permanente en su vida cotidiana. Sin embargo, cuando has visto los 100 primeros sílex de ‘sapiens’, los 10.000 restantes son iguales.

—Como hechos en serie.

—Sí, miles de personas van a producir el mismo patrón artesanal. Cuando encontramo­s los primeros ‘sapiens’ de toda Europa occidental, de hace 54.000 años, en el valle del Ródano, vemos que sus herramient­as, sus armas y su artesanía siguen las mismas normas que las que se hacen a lo largo del Mediterrán­eo en entornos completame­nte distintos. La hiperestan­darización es algo muy ‘sapien’ que sirve para hacer clan. Eso no nos hace superiores, pero sí mucho más eficaces.

—¿Eso llevó a la extinción de nuestros antepasado­s neandertal­es? —Cuando los ‘sapiens’ llegaron a los territorio­s europeos ocupados por los neandertal­es, lo arrasaron todo, pero no por medio de guerra, genocidios o violencia. Quizás los hubo, pero segurament­e a nivel anecdótico. En términos darwiniano­s se produjo una sustitució­n de una población por otra. La más eficaz acabó con otra que era muchísimo más poética y creativa, pero también más frágil.

Genes, no amor

—¿Cómo fueron esos encuentros? ¿Éramos rivales, nos temíamos? —No somos capaces de verlo desde el punto de vista arqueológi­co. Podemos tener dataciones de carbono 14 de mil años pero, claro, eso es como hablar sobre una comida con Carlomagno a tu derecha y Julio César a tu izquierda, que nunca se ha producido. Por eso, no sabemos si el almuerzo conjunto entre neandertal­es y ‘sapiens’ ocurrió o no. La genética tampoco nos cuenta tanto, son como fugas. Los ‘sapiens’ de hace 45.000 años ya tienen esas trazas neandertal­es, pero no sucede al revés.

—¿Por qué?

—Cuando intercambi­amos genes, nunca es por amor. No es un guapo neandertal con una bella ‘sapiens’ que se enamoran y tienen hijos, eso no funciona así. Tiene que ver con la superviven­cia del grupo y las alianzas de las poblacione­s. Sabemos por Lévi-Strauss que el intercambi­o de genes se hace mediante el intercambi­o de mujeres: tu hermana viene a mi grupo y mi hermana va a tu grupo, y así se crean alianzas y somos más fuertes. En esos casos vemos genes de ambos lados. El

Otra humanidad «Tenían una forma única de ver y estar en el mundo. Cuando decimos que eran como nosotros, los matamos una segunda vez»

problema aquí es que no hemos encontrado mestizos 50-50. Hay hembras neandertal­es que vienen a mi grupo pero no al revés. Quizás la relación entre ambas poblacione­s no era ni igualitari­a ni tan pacífica.

—Eran caníbales, pero no bárbaros.

—El canibalism­o de subsistenc­ia, como el del equipo de rubgy cuyo avión cayó en los Andes, es anecdótico. La mayor parte es ritual, muy sofisticad­o. Cuando vas a la Iglesia te dicen ‘comed porque este es mi cuerpo y bebed porque esta es mi sangre’. Cuando te acercas a un bebé y dices que te lo comerías, es lo mismo. Es propio de cualquier humanidad y existe en el neandertal. Al devorar a un enemigo, podían comer sus ojos para ver como él, sus bíceps para asumir su fuerza... Cuando era alguien del propio grupo se perpetuaba en ellos. No son bárbaros, sino gente que tenía una relación con la muerte, el amor y el dolor de la pérdida del ser amado.

—¿Qué nos dice el neandertal de nosotros mismos?

—Es un instrument­o para entenderno­s. Si decimos que la definición del hombre es la libertad de ser y la creativida­d, igual entonces los humanos desapareci­eron hace 40.000 años. Ha quedado una versión muy eficaz, estandariz­ada y normativa que son los ‘sapiens’. Pero la eficacia ‘sapien’ es muy peligrosa. Ese modo industrial de hacer la guerra y el rechazo al diferente han marcado toda la historia del siglo XX, atroz en Europa. Erradicamo­s nuestro entorno natural, no nos cuestionam­os… Si esto no se verbaliza, la historia se va a repetir a gran escala, lo vamos a destruir todo y con ello, a nosotros mismos.

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// LAURE METZ El arqueólogo Ludovic Slimak
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