Raúl Doblado
Fecha : 24-MARZO-2016 Cámara: EOS-1D Mark IV Objetivo: 70-200mm
Velocidad: 1/125 seg Diafragma: f/2,8 Sensibilidad: 1600 los Olivos. El Señor orante se ha echado a la espalda todo el pecado del hombre desde que el mundo es mundo y sufre porque lo sopesa excesivo para sus fuerzas humanas. Es un peso descomunal, desproporcionado para que lo cargue un solo hombre, superior a sus fuerzas ya debilitadas por la larga vigilia de oración con la que se prepara para la pasión que ha de soportar. Está hundido en el monte de claveles granates, del color de la sangre coagulada, de los cuajarones, como nunca lo ha estado tanto en su vida pública. Está hundido y solo porque los apóstoles son incapaces de velar siquiera una hora y acaban dando cabezadas en la trasera del paso sin que nadie los pueda despertar del sopor, ni siquiera la trompetería de cornetas que marca el compás a los costaleros. Los enchaquetados y enlutadas que ocupan los palcos de la plaza principal de la ciudad musitan acaso una oración de consuelo ante la imagen. Desde la arista del Ayuntamiento, un grifo mitológico trata de escapar de la piedra plateresca decorada con profusión de hojas y frutos por el ejército de canteros y alarifes que trabajó en la Casa Consistorial a las órdenes de Diego de Riaño, va para quinientos años. Pero la figura no puede escapar por más que lo intente despegándose de esa esquina a la que está unida para siempre. Tampoco la talla del Señor de la Oración en el Huerto puede escapar de su pasión, voluntariamente aceptada, por más que lo intente despegándose de esa tierra del primer Adán en la que se hunde cada minuto que pasa, aplastado por el peso de los pecados del mundo. Tampoco el público, sevillano por excelencia, que presencia la escena puede escapar por más que lo intente despegándose de sus tradiciones. Es mucho peso para todos.