Pobres policías
En mi época, si no respetabas a la autoridad, al menos la temías. Hoy ocurre todo lo contrario
EN mi mocedad, un municipal me dio un guantazo; un guardia civil, un empujón que me llevó al suelo y, los nacionales, porrazos varios. Para que quede reparadora constancia, dejo aquí por escrito que todas y cada una de las intervenciones policiales sobre mi pubertad desbocada fueron terapéuticas, necesarias y absolutamente justificadas. Como soy de una generación sin móviles acusadores, no hubo heraldos que clamaran en mi nombre contra los abusos y la brutalidad policial. En mi época, si no respetabas a la autoridad, al menos la temías. Hoy, nada de eso. Más bien lo contrario. Ahí tienen las imágenes en las redes sobre una presunta violencia ejercida contra, estos sí presuntos, delincuentes. Digo, presunta, la violencia. Porque el corte de imágenes que las televisiones repiten, en un bucle sórdido y clickero, para que las redes graznen como cuervos no nos permite saber de los previos ni tampoco de los posteriores. ¿Hubo desacato? ¿Medió provocación? ¿Intentaron zafarse? ¿Negaron el registro?
Da lo mismo. Un presunto (de color, en el suelo con un policía enroscado), otro con un agente agarrándole del cuello y un tercer poli soltando un par de porrazos en la nalga es, a juicio de la bienintencionada grey, un caso prístino de brutalidad policial. El Ministerio del Interior, tan dado a ponerse del lado de los otros y siempre frente a quienes deberían ser los suyos, ha abierto una investigación en la que ya podemos decir que los agentes serán castigados. Por el momento, con la pena del telediario, esa que acompaña a todos nosotros con móvil de por medio y todas las asociaciones contra el racismo buscarán que esto acabe en un juicio lapidador contra los agentes implicados
Siento no ser tan perspicaz como el común de ustedes. Lamento hacerme tantas preguntas. Además, en mi caso, reconozco una querencia a ponerme de parte de la ley, lo que me convierte automáticamente en el perfecto facha. No estoy con los tiempos, soy un antiguo. Lo guay es erigirse en defensor de pleitos pobres y convertir a los buenos en malos inopinados, pero ya me disculparán porque no veo en las dichosas imágenes esa cacareada brutalidad y, provocador como soy, me pregunto si los detenidos fueran de aspecto ario tendríamos a los heraldos del buenrollismo armando una zapatiesta como la que se está montando en lo que, en unas horas, terminará casi en intento de homicidio por parte de los agentes y con el neohippismo pidiendo que sus víctimas nombren plazas y hasta tengan festividad marcada en el calendario.
Y yo, acordándome de mi amigo Gonzalo, que se metió a paraca y, antes de ir a los Balcanes, atendió a los medios. La periodista le preguntaba qué sentía al ir a Bosnia a ayudar a la población, construir puentes y reparar tendidos eléctricos. Gonzalo, sabio y honesto, soltó ante la mirada reprobadora de su superior: «Ni idea señorita. Yo pego tiros, para repartir magdalenas ya está la Bella Easo».
Pues eso.