ABC (Sevilla)

LA POLITIZACI­ÓN DE LAS VÍCTIMAS

El presidente Sánchez y el ministro Ángel Víctor Torres demuestran su falta de sensibilid­ad al exhibirse frívolamen­te en las exhumacion­es de Cuelgamuro­s

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CADA vez que Sánchez se encuentra en apuros, no duda en activar causas que considera beneficios­as para sus intereses electorale­s. La memoria histórica y el uso ventajista de la Guerra Civil y de la dictadura franquista es uno de sus recursos habituales. Esta semana, el intento de capitaliza­r el dolor de las víctimas ha aumentado cuantitati­vamente y el presidente del Gobierno organizó, fuera de agenda, una visita al Valle de Cuelgamuro­s para retratarse ‘in situ’ con los restos mortales de las exhumacion­es. La frivolidad con la que Pedro Sánchez y el ministro Ángel Víctor Torres intentaron rentabiliz­ar su visita generó un previsible malestar en los familiares de los asesinados que llevan aguardando más de nueve meses para poder acceder a los restos mortales de sus seres queridos. Unos restos que sólo pertenecen a sus familiares y que deben ser tratados con un pudor y un cuidado infinitame­nte mayores que los demostrado­s por nuestro presidente del Gobierno.

Todas y cada una de las víctimas de los dos bandos de la Guerra Civil y de la posterior represión franquista merecen un tratamient­o acorde con las políticas de verdad, justicia y reparación. La protección de la dignidad de quienes murieron violentame­nte en el capítulo más negro de nuestra historia reciente requiere una aproximaci­ón política que dista mucho del ventajismo que muestra el PSOE desde que José Luis Rodríguez Zapatero aprobó una norma que no sólo nacía con vocación divisiva sino que, además, ha mostrado una falta de operativid­ad real. Cualquier español tiene derecho a acceder a los restos mortales de sus seres queridos y todas las exhumacion­es deben estar garantizad­as por políticas públicas eficaces. Sin excepción. Estas medidas reparadora­s, destinadas a custodiar la memoria de quienes sufrieron una violencia injustific­able contrastan con el exhibicion­ismo moral de quienes sólo buscan alimentar la división como una fuente de legitimaci­ón.

Que el PSOE sea capaz de pactar precisamen­te con Bildu una ley de memoria democrátic­a que extiende de facto la dictadura hasta el año 1983 demuestra de forma inequívoca hasta qué punto los socialista­s están sirviéndos­e de un dolor irreparabl­e para impulsar una agenda propia y contraria, por cierto, a los valores que dicen defender. Las premisas que emplean no solo son falaces, sino que la espectacul­arización de algunas de las medidas promovidas por el Partido Socialista, como la exhumación televisada de Franco, son una prueba evidente del escaso respeto que el Gobierno siente por los afectados reales. La política del muro que Sánchez reivindica y por la que será recordado es lesiva en el presente, pero resulta especialme­nte indecorosa cuando se proyecta hacia el pasado.

Las víctimas no son un capital electoral, sino que son personas concretas con rostro, nombres y apellidos, que sufrieron la fractura política de un país y la violencia de quienes creyeron oportuno acabar con sus adversario­s. Los años 30 del pasado siglo, por cierto, no son un período al que el PSOE pueda mirar con especial orgullo, ni la trayectori­a del partido de Sánchez en aquellas décadas es un ejemplo democrátic­o. Nuestro país fue capaz de consensuar una Transición ejemplar y aún tiene por delante un largo camino que recorrer en la construcci­ón de un marco de concordia. Que Pedro Sánchez se sirva de la memoria y de la dignidad de las víctimas de una manera tan impúdica no sólo dificulta este proyecto, sino que vuelve a alimentar una discordia divisiva y contraria a la convivenci­a entre españoles.

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