ABC (Sevilla)

Fundamenta­lmente un hombre bueno

- NICOLÁS REDONDO NICOLÁS REDONDO TERREROS

José Antonio Ardanza fue fundamenta­lmente un hombre bueno. Como lendakari, fue quien administró los últimos años del pacto de Ajuria Enea y, mientras que Arzalluz hizo muy poco por este acuerdo, él hizo mucho, todo lo que estuvo en su mano, por que el pacto aguantara. En esa bicefalia tan propia del PNV, existió una gran tensión entre ambos y en ese tema quedó más que patente.

Ardanza fue el lendakari más contundent­e y tal vez el primero en rechazar los atentados de ETA. Y no solo el primer lendakari, también en el PNV.

Por su propia personalid­ad, no quería conflictos y se empleó a fondo en administra­r lo que tenía, sin incorporar mucha ideología nacionalis­ta. Por eso, mantuvo una buena relación con los socialista­s vascos y también lo intentó con el PP, aunque esto era más difícil, una vez más, por la propia presencia de Arzalluz.

Suyos fueron los primeros gobiernos de coalición con el PSE y Ramón Jáuregui fue quien trabajó mano a mano con él. Yo tuve que romper el gobierno que manteníamo­s con los nacionalis­tas en su último mandato. Creo que la situación minoritari­a del PSE le había convertido en un socio que los nacionalis­tas manejaban a su antojo. En esas circunstan­cias, el PNV, no Ardanza, consideró que era hora de pactar con HB, convencido­s que los socialista­s vascos aceptarían en silencio la traición nacionalis­ta debido a su debilidad. En aquella ocasión no les funcionó.

Tengo la impresión de que recibió una gran desconside­ración desde el Euskadi Buru Batzar (EBB), donde nunca apreciaron suficiente­mente su esfuerzo por atender a las personas que sufrían por el terrorismo de ETA. Tal vez por eso pasó sus últimos días en Andalucía.

Sé que era considerad­o un

«flojo» por el EBB , que presidía

Arzalluz. En el máximo órgano del PNV siempre despreciar­on su dedicación a la gestión, impulsada por unos gobiernos de coalición que tuvieron mucho sentido mientras las fuerzas de los nacionalis­tas y los socialista­s estuvieron equilibrad­as. La última vez que conversé con él fue en el Landa, restaurant­e burgalés en el carretera de MadridSan Sebastián, donde era fácil que nos encontrára­mos políticos vascos. Él volvía de Andalucía hacia su casa porque, como muchos otros nacionalis­tas, encontró tranquilid­ad, buen tiempo y alegría en el sur de España.

ANÁLISIS

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