Muertos (de risa)
El tiempo que pasa entre el llanto y el chiste es lo que tarda un hombre en cruzar el Leteo, más o menos la mitad de lo que dura una sesión de control al Gobierno y la cuarta parte de un (re)flujo de trabajo. Acaban de estrenar en Movistar Plus+ (Plus Ultra ya estaba cogido) ‘Muertos S.L.’, la nueva serie de los hermanos Caballero, que de ‘Aquí no hay quien viva’ a ‘La que se avecina’ han hecho reír a un país cada vez más avinagrado por ‘El Relato’, una obra de teatro experimental que confunde la seriedad con la hostilidad, el debate con el combate, la ciencia con la violencia: el fin del mundo será una aliteración o no será.
El primer capítulo empieza con la voz en ‘off’ de Carlos Areces, que constata, otra vez, el cambio de época: «Durante la pandemia tuvimos más trabajo que nadie, más riesgo que nadie. ¿Pero a quién se le aplaudía a las ocho de la tarde? A los médicos. Nosotros, nada. Ni un gesto, ni una cancioncita en Instagram». El hombre trabaja en una funeraria, y una vez muerto el propietario y fundador, Gonzalo Torregrosa, intenta hacerse con el poder. Al rato, una grúa se lleva el coche fúnebre, aparcado en minusválidos, y cargado. «Pues más minusválido que un muerto… El de las grúas es un gremio sin sensibilidad», protesta el conductor. Aún recuerdo el primer día de confinamiento, en Madrid, con el revisor de parquímetros de Ventas hinchándose a poner multas porque nadie le había dicho que no fuera a trabajar. El Leviatancito español.
La historia tarda en convertirse en broma, excepto la que ya ocurre como farsa: esto lo descubrieron antes que nadie los gabinetes de comunicación, allá en Moncloa, donde juegan a ser chiste para nunca ser carcajada, con el consiguiente riesgo de que lo que no explota el humor tal vez lo reviente el odio. Por eso se agradece la ligereza de quien solo quiere escuchar una risa, provocarla, invocarla.
Carlos Areces tiene en su casa una caja llena de fotos de muertos, algo muy del siglo XIX. Empezó a coleccionarlas después de ver ‘Los otros’, de Amenábar, que se autorretrató como finado. Areces cuenta que lo más complicado de encontrar son los retratos de niños, porque a veces no sabes si está muerto o solo está dormido. Y esto también tiene gracia, a su manera.