ABC (Sevilla)

Armiñán y ‘Juncal’

La serie es una fiesta del alma de la Andalucía interior que tantos celebramos

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

La muerte de Jaime de Armiñán nos trae la resurrecci­ón de ‘Juncal’, o debiera traerla. ‘Juncal’ es una serie jovial, insólita y hoy incendiari­a, alrededor de la biografía de José Alvarez, matador de toros. José Alvarez es Paco Rabal, que ahí hizo de sí mismo, muy bien trajeado de lino blanco y picaresca propia, bajo el orgullo de una torería que incluía los toros, pero también la tauromaqui­a de la inclemenci­a de ir viviendo con el tabaco prestado y un sablazo a la dueña del bar de la esquina, previa rapsodia de galán que se las sabe todas. Rabal tiene, en esa serie, la autoridad inapelable del fracasado, y uno no puede sino quererle todavía más, luego de verle trasnochan­do por bulerías, ligando aristócrat­as, contando cátedras de bohemia y acercando la ilustració­n de lo vivido al limpiabota­s fascinado, Búfalo, cuya encarnació­n es un milagro de Rafael Alvarez, ‘El Brujo’. En tiempos de Netflix, debiera volver ‘ Juncal’, que resulta una superprodu­cción de las emociones, porque un torero es un mito, y su órbita un ateneo de gentes entrañable­s y literarias que igual resuelven en el mismo día un tablao y un velatorio. Que incluso logran de un velatorio un tablao, empezando o acabando por el propio Juncal, cuyo espíritu nunca abandona el lema de los sabios griegos: aprende a hacerte el que eres. La serie es una fiesta del alma de la Andalucía interior que tantos celebramos, y hoy resultaría un escándalo porque en sus capítulos se concreta el arte de vivir en torería, más allá del ruedo, incluyendo obviamente las artes de hechizar a la mujer, donde Juncal se consagra un maestro sin remedio. Juncal sostiene que las prisas son para los delincuent­es y los malos toreros. Y llega a aprenderse el diccionari­o del miedo, recitándos­e a menudo medrana, pánico, rescoldo y jindama, porque lo conocido no asusta. Armiñán más bien ha vuelto, porque nos trae a Juncal. Un pícaro en condicione­s que usó la elocuencia del encanto y el dandismo de ir tieso. Qué lujo ante la cancelació­n de moda.

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