Sevilla, capital de la locura
Cuanta mayor sea la adversidad más se busca el disfrute y la evasión
DICEN lo sociólogos que entre las resacas del Covid destaca la euforia social que todo lo inunda. Vive hoy y paga mañana. Ya no es la necesidad de recuperar el tiempo que perdimos, sino que se trata de vivir todo tan intensamente que el reloj nunca nos recuerde lo que no fuimos capaces de disfrutar.
Cuanta mayor sea la adversidad más se busca el disfrute y la evasión. La contención, el ahorro o la renuncia están desfasados y la hipérbole sentimental supera todos los malos augurios de las páginas de Internacional, con sus guerras, sus ataques y las constantes alusiones a un ambiente prebélico mundial; como las de Economía, donde tantos nos advierten de que el galope de la deuda pública y los espejismos estadísticos de un paro a la baja disfrazado de precariedad nos está empobreciendo. Pero, ¿quién quiere un euro en el cementerio? Lo que tenga que llegar llegará, pero que nos pille brindando por la humanidad.
Sevilla en primavera es el marco perfecto para estudiar el fenómeno, que tiene un curioso paralelismo con los cambios que estamos observando en la naturaleza, donde no hay término medio. Si llueve lo hace de forma masiva, cuando no torrencial, y el calor no debuta lenta y pausadamente sino que abrasa un par de hojas del calendario cuando asoma por abril.
Aquí, en Sevilla, la frustración por la Semana Santa que nos robó la lluvia ha acrecentado el ánimo de disfrutar más si cabe de otra Feria bajo el imperio del sol y el desenfreno. La ciudad estos días vuelve a ser foco de atracción internacional de esa tendencia a la alegre hiperventilación colectiva postcovid, de la que hasta el más frío y reflexivo se verá preso so pena de ser diagnosticado de disfunción social. Miren que hasta ha venido a la Feria el padre de la vacuna Moderna.
La plaza de la Maestranza está abarrotada y arrebatada cada tarde. En los AVE y los aviones llegan forasteras con la flor puesta en el pelo. En el real de la Feria de Abril, la masa abre las costuras de su encorsetado traje urbano, diseñado para aquella joven feria de Los Remedios de los 70. No hay cremallera que resista tanta grasa de memoria adherida a los michelines de esta Sevilla que se alimenta de la nostalgia porque no tiene para cenar sus sueños, sus proyectos de expansión. Haremos colas por los taxis, cantaremos en bucle la sevillana de Tussam mientras esperamos el autobús o el metro; maldeciremos los atascos para llegar y seguiremos planteando si son mejor seis que siete días y por dónde tiene que crecer el mapa que nadie se atreve a modificar... Pero nada nos falta, porque en Sevilla eso del disfrute no es una moda o tendencia sino una denominación de origen. Ahora lo sabe el resto del mundo, dispuesto a hacerla capital de la impostada felicidad de este tiempo de locura por el gozo.