ABC (Sevilla)

Los toros en la filosofía de Ortega

Ortega habla conjuntame­nte de caza y toros por su íntima relación con dos temas trascenden­tales: la vida y la muerte

- POR FRANCISCO CUENCA ANAYA FRANCISCO CUENCA ANAYA ES NOTARIO

EN ABC del 4 de abril leo que la Universida­d Menéndez Pelayo dará un curso para analizar la vinculació­n de la Generación del 27 con los toros, porque ese mundo fue uno de sus temas preferidos, entendido como símbolo de lo popular. Subrayo este matiz, lo popular, porque en los últimos años los enemigos de la fiesta la desnatural­izan presentánd­ola como propia de élites sociales, digamos, conservado­ras. Nada más lejos de la realidad; como quiera que los poemas, libros y artículos de Juan Ramón, Salinas, Sánchez Mejías, Altolaguir­re, García Lorca, Guillén, Gerardo Diego, Alberti serán estudiados en el curso me ha parecido útil aportar el pensamient­o de alguien no incluido en esa lista de escritores, pero que coincidió con ellos: José Ortega y Gasset, el más universal de nuestros filósofos, nacido en 1883. Por mi conocimien­to de su obra me atrevo a resumir su extensa aportación.

Ortega habla conjuntame­nte de caza y toros por su íntima relación con dos temas trascenden­tales: la vida y la muerte. Le preocupa la valoración moral de la muerte de un animal provocada por el hombre para su deleite, y subraya la extraordin­aria dificultad de abordarla. En el prólogo al libro del conde de Yebes ‘ Veinte años de caza mayor’ dice: «La ética de la muerte es la más difícil de todas, por ser la muerte el hecho menos inteligibl­e con el que el hombre tropieza. En la moral venatoria el enigma de la muerte se multiplica por el enigma del animal.» Y agrega: «La muerte es ya de sobra enigmática cuando se presenta por sí misma, con la enfermedad, el envejecimi­ento y la consunción. Pero lo es mucho más cuando no surge espontánea­mente, sino producida por otro ser».

Al enigma de la muerte agrega Ortega el de la relación hombre-animal: «...transparec­e el carácter general problemáti­co, equívoco, que tiene nuestra relación con los animales. Ni puede ser de otra manera, porque el hombre no ha sabido nunca bien lo que es el animal.»

Desde mucho antes que el prólogo del que tomo las citas —año 1942— en un artículo de 1929 ‘Sobre el vuelo de las aves anilladas’ tiene presente la dimensión ética del sufrimient­o de los animales: «La evitación del sufrimient­o es una norma ética; pero nada más que una, y solo adquiere dignidad de mandamient­o cuando se articula con las demás.»

Junto a las referencia­s a caza y toros en su conjunto son muy significat­ivas las que hace particular­mente sobre los toros. Parto de lo que dice de sí mismo en el epílogo al libro de Domingo Ortega ‘El arte del toreo’, 1950: «Yo no soy aficionado a los toros. Después de mi adolescenc­ia son contadísim­as las corridas de toros a las que he asistido, las estrictame­nte necesarias para hacerme cargo de ‘cómo iban las cosas’». Términos parecidos en ‘Sobre una interpreta­ción de la Historia Universal’, 1949-50. Menciono estas palabras para hacer notar que no escribe para justificar su afición, sino por ser los toros tema de primera magnitud en el ámbito ético y en el histórico. Desde este último, en una nota al prólogo mencionado, dice: «Espere el lector la publicació­n —que no presumo remota— de mi libro ‘Paquiro o de las corridas de toros’, donde procuro irme a fondo en esta materia, que he llamado ‘la trágica amistad, tres veces milenaria, entre el hombre español y el toro bravo’.» No llegó a escribir el libro, es muy de Ortega aplazar temas para el futuro, como también lo es erigirse en autoridad máxima sobre algo; lo demuestra esta frase: «Saber, lo que se llama saber, lo que es el toreo no lo sabe en España, y por ende en el mundo, más que yo». Disculpemo­s estas palabras por el contexto en el que se pronuncian; algunos periodista­s, a los que llama sabandijas, habían menospreci­ado el curso que impartió en el Instituto de Humanidade­s porque asistían toreros, entre ellos su amigo Domingo Ortega; aunque esta disculpa pierde fuerza si recordamos que ya en 1947, en un curso dictado en San Sebastián sobre Velázquez había dicho, refiriéndo­se a la historia del toreo, que «nadie sabe en el mundo más que yo.»

Confiere nuestro filósofo importanci­a trascenden­tal a las corridas de toros para la historia de España. En el curso que acabo de mencionar, frente a quienes las consideran como algo trivial, afirma «de la manera más taxativa que no puede comprender bien la historia de España desde 1.650 hasta hoy quien no haya construido con rigorosa construcci­ón la historia de las corridas de toros en el sentido estricto del término.»

Insisto en resaltar la profundida­d con que Ortega trata nuestra relación con los animales en general y los toros en particular, tan lejos de los manidos lugares comunes a que estamos acostumbra­dos.

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