Los toros en la filosofía de Ortega
Ortega habla conjuntamente de caza y toros por su íntima relación con dos temas trascendentales: la vida y la muerte
EN ABC del 4 de abril leo que la Universidad Menéndez Pelayo dará un curso para analizar la vinculación de la Generación del 27 con los toros, porque ese mundo fue uno de sus temas preferidos, entendido como símbolo de lo popular. Subrayo este matiz, lo popular, porque en los últimos años los enemigos de la fiesta la desnaturalizan presentándola como propia de élites sociales, digamos, conservadoras. Nada más lejos de la realidad; como quiera que los poemas, libros y artículos de Juan Ramón, Salinas, Sánchez Mejías, Altolaguirre, García Lorca, Guillén, Gerardo Diego, Alberti serán estudiados en el curso me ha parecido útil aportar el pensamiento de alguien no incluido en esa lista de escritores, pero que coincidió con ellos: José Ortega y Gasset, el más universal de nuestros filósofos, nacido en 1883. Por mi conocimiento de su obra me atrevo a resumir su extensa aportación.
Ortega habla conjuntamente de caza y toros por su íntima relación con dos temas trascendentales: la vida y la muerte. Le preocupa la valoración moral de la muerte de un animal provocada por el hombre para su deleite, y subraya la extraordinaria dificultad de abordarla. En el prólogo al libro del conde de Yebes ‘ Veinte años de caza mayor’ dice: «La ética de la muerte es la más difícil de todas, por ser la muerte el hecho menos inteligible con el que el hombre tropieza. En la moral venatoria el enigma de la muerte se multiplica por el enigma del animal.» Y agrega: «La muerte es ya de sobra enigmática cuando se presenta por sí misma, con la enfermedad, el envejecimiento y la consunción. Pero lo es mucho más cuando no surge espontáneamente, sino producida por otro ser».
Al enigma de la muerte agrega Ortega el de la relación hombre-animal: «...transparece el carácter general problemático, equívoco, que tiene nuestra relación con los animales. Ni puede ser de otra manera, porque el hombre no ha sabido nunca bien lo que es el animal.»
Desde mucho antes que el prólogo del que tomo las citas —año 1942— en un artículo de 1929 ‘Sobre el vuelo de las aves anilladas’ tiene presente la dimensión ética del sufrimiento de los animales: «La evitación del sufrimiento es una norma ética; pero nada más que una, y solo adquiere dignidad de mandamiento cuando se articula con las demás.»
Junto a las referencias a caza y toros en su conjunto son muy significativas las que hace particularmente sobre los toros. Parto de lo que dice de sí mismo en el epílogo al libro de Domingo Ortega ‘El arte del toreo’, 1950: «Yo no soy aficionado a los toros. Después de mi adolescencia son contadísimas las corridas de toros a las que he asistido, las estrictamente necesarias para hacerme cargo de ‘cómo iban las cosas’». Términos parecidos en ‘Sobre una interpretación de la Historia Universal’, 1949-50. Menciono estas palabras para hacer notar que no escribe para justificar su afición, sino por ser los toros tema de primera magnitud en el ámbito ético y en el histórico. Desde este último, en una nota al prólogo mencionado, dice: «Espere el lector la publicación —que no presumo remota— de mi libro ‘Paquiro o de las corridas de toros’, donde procuro irme a fondo en esta materia, que he llamado ‘la trágica amistad, tres veces milenaria, entre el hombre español y el toro bravo’.» No llegó a escribir el libro, es muy de Ortega aplazar temas para el futuro, como también lo es erigirse en autoridad máxima sobre algo; lo demuestra esta frase: «Saber, lo que se llama saber, lo que es el toreo no lo sabe en España, y por ende en el mundo, más que yo». Disculpemos estas palabras por el contexto en el que se pronuncian; algunos periodistas, a los que llama sabandijas, habían menospreciado el curso que impartió en el Instituto de Humanidades porque asistían toreros, entre ellos su amigo Domingo Ortega; aunque esta disculpa pierde fuerza si recordamos que ya en 1947, en un curso dictado en San Sebastián sobre Velázquez había dicho, refiriéndose a la historia del toreo, que «nadie sabe en el mundo más que yo.»
Confiere nuestro filósofo importancia trascendental a las corridas de toros para la historia de España. En el curso que acabo de mencionar, frente a quienes las consideran como algo trivial, afirma «de la manera más taxativa que no puede comprender bien la historia de España desde 1.650 hasta hoy quien no haya construido con rigorosa construcción la historia de las corridas de toros en el sentido estricto del término.»
Insisto en resaltar la profundidad con que Ortega trata nuestra relación con los animales en general y los toros en particular, tan lejos de los manidos lugares comunes a que estamos acostumbrados.