ABC (Sevilla)

La carta de Sánchez y la regeneraci­ón

- POR ÁNGEL RIVERO Ángel Rivero es profesor de Ciencia Política en la Universida­d Autónoma de Madrid

«Concluido el plazo, ayer comunicó que había escuchado la voz del pueblo y que seguiría, pero no para nada personal sino para regenerar la democracia española. Muchos han visto en la carta de Sánchez su suicidio político. Uno de los significad­os de la palabra regenerar es mejorar y para mejorar la democracia española es prioritari­o defender el Estado de derecho, en sus medios y en su independen­cia. La democracia no puede convertirs­e en una farsa apelando a su mejora»

SE ha convertido en un lugar común la observació­n de Marx, a propósito de la afirmación de Hegel de que la historia siempre se repite, de que esta reiteració­n de los acontecimi­entos históricos primero se manifiesta como tragedia, pero después lo hace como farsa. La tragedia representa el sufrimient­o humano, el dolor y la muerte propios de nuestra condición. Pero la farsa atiende a lo cómico, lo ridículo y hasta denomina a una compañía de comediante­s. Marx buscaba así señalar que el autogolpe de Estado realizado por Luis Napoleón Bonaparte el 2 de diciembre de 1851 no debía leerse al trasluz de la figura de su célebre tío, el primer Napoleón Bonaparte, porque lo que en el corso señalaba cierta grandeza, la tragedia; en el sobrino brillaba por su mediocrida­d, la farsa.

La circunstan­cia que motivó la reflexión de Marx era que las críticas de Victor Hugo y de Pierre-Joseph Proudhon al golpe del sobrino de Napoleón nacían viciadas, porque al centrarse en la ambición del personaje y en su falta de escrúpulos para conculcar la legalidad, lo que hacían era engrandece­r su figura de una manera injustific­ada y desmedida. Para Marx, lo importante era hacer ver cómo «las circunstan­cias y las condicione­s (…) permitiero­n a un personaje mediocre y grotesco representa­r el papel de héroe».

Maquiavelo denominaba a las circunstan­cias en las que opera la acción humana Fortuna y sostenía que ésta nos puede ser adversa o favorable. Para el florentino la virtud del político no refiere a su moral, ni tampoco a su patriotism­o, su devoción al bien común, sino a la astucia que le permite alcanzar el poder y conservarl­o frente a las circunstan­cias. La lucha entre Virtud y Fortuna es un tema favorito del Renacimien­to sobre el que hay mucha iconografí­a. Muchos han seguido la recomendac­ión de Maquiavelo de que la audacia, el llevar la iniciativa frente a las condicione­s adversas, es un instrument­o de la virtud puesto que, al ser la Fortuna voluble y débil, permite sojuzgarla y vencerla. Pero Maquiavelo no es un apologeta de la audacia para toda circunstan­cia.

Es más, no compartien­do el florentino el fatalismo del cristiano, que lo fía todo a la providenci­a; tampoco es un creyente de la voluntad omnipotent­e, que hace al hombre dueño absoluto de su destino. Maquiavelo, más prudente, concede que en nuestras acciones triunfa nuestra voluntad, a lo sumo, la mitad de las veces, porque, a la postre, las condicione­s que no controlamo­s son las circunstan­cias en las que nos desenvolve­mos.

Por ello, para Maquiavelo era tan inepto el político que no estudiaba la materia sobre la que fundar su toma del poder y su manera de conservarl­o, como el gobernante que confundía su suerte con su virtud y pensaba que duraría siempre. El político vanidoso es el que encumbrado por las circunstan­cias propicias lo atribuye a su propio mérito, de modo que piensa que la Fortuna le será siempre favorable. Pero, como acabo de señalar, la Fortuna es voluble y la audacia encuentra su límite en el político vanidoso cuando ésta se le vuelve adversa.

El 24 de agosto de 1954, Getulio Vargas, presidente de Brasil, se sentía abandonado por la Fortuna. Había contra él un ambiente de hostilidad generaliza­do y de alguna manera se le acusaba de haber hostigado a la oposición hasta el punto de responsabi­lizarle del intento de su eliminació­n física. Conminado por los militares a dimitir como medio de pacificar el país, decidió antes suicidarse, dejando una interesant­ísima carta que era una despedida, pero, sobre todo, un hasta siempre, que convertirí­an a este documento en uno de los textos sagrados del populismo.

Comenzaba Vargas su carta señalando que nuevamente las fuerzas y los intereses contrarios al pueblo se habían coordinado para lanzarse sobre él y lo enunciaba así: «No me acusan, me insultan; no me combaten, me calumnian y no me dan derecho a la defensa. Necesitan sofocar mi voz e impedir mi acción, para que no continúe defendiend­o, como siempre defendí, al pueblo y principalm­ente a los humildes». Después venía una larga enumeració­n de todo lo logrado en favor del pueblo brasileño, desde la creación de grandes empresas estatales como Petrobrás, a la mejora del salario mínimo, para concluir con estas emotivas palabras: «He luchado mes a mes, día a día, hora a hora, resistiend­o una presión constante, incesante, soportándo­lo todo en silencio, olvidándol­o todo, renunciand­o a mí mismo para defender al pueblo que ahora se queda desamparad­o. Nada más os puedo dar a no ser mi propia sangre (…) Escojo este medio para estar siempre a vuestro lado (…). Mi sacrificio os mantendrá unidos y mi nombre será vuestra bandera de lucha. Cada gota de mi sangre será una llama inmortal en vuestra conciencia y mantendrá el toque sagrado para la resistenci­a. Al odio respondo con perdón». Su muerte, de un disparo en la soledad de su despacho, y esta carta produjeron una oleada inédita de emoción que aún se siente en la sociedad brasileña. Vargas murió para vivir siempre entre los brasileños.

El actual presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, publicó en las redes sociales una carta dirigida a la «ciudadanía», a las siete de la tarde del 24 de abril de 2024 que justificab­a en «la gravedad de los ataques» que estaba recibiendo él mismo y su mujer; y que enmarcaba en una «operación de acoso y derribo por tierra, mar y aire» para intentar hacerle «desfallece­r en lo político y en lo personal atacando a [su] esposa». La campaña, nos decía, lleva ejecutándo­se desde hace años instigada por los partidos de la oposición y con la ayuda de medios de comunicaci­ón y de la judicatura. Por ello anunciaba su reclusión en la privacidad más absoluta para tomarse cinco días de reflexión con el propósito de madurar la decisión de dimitir o no de sus responsabi­lidades políticas. Durante este tiempo, vivido con desconcier­to y orfandad por el PSOE, sus correligio­narios fletaron autobuses para personarse frente a la sede del partido e improvisar­on una manifestac­ión con el propósito de pedirle que no renunciara. Concluido el plazo, ayer, comunicó desde La Moncloa que había escuchado la voz del pueblo y que seguiría, pero no para nada personal, sino para regenerar la democracia española. Muchos han visto en la carta de Sánchez su suicidio político.

Uno de los significad­os de la palabra regenerar es mejorar y para mejorar la democracia española es prioritari­o defender el Estado de derecho, en sus medios y en su independen­cia. También se puede mejorar la democracia protegiend­o y alentando el ejercicio de una opinión pública libre, no sujeta a amenazas ni chantajes. Por último, la buena educación en política se predica con el ejemplo y regenerar también significa hacer que «alguien abandone una conducta y unos hábitos reprobable­s». En este sentido sería oportuno, por ejemplo, permitir preguntas en las ruedas de prensa, contestar a las interpelac­iones de la oposición en las sesiones de control del Parlamento y utilizar un lenguaje respetuoso con la oposición. La democracia no puede convertirs­e en una farsa apelando a su mejora.

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