ABC (Sevilla)

MÁS SÁNCHEZ QUE NUNCA

Una vez más, el jefe del Ejecutivo se ha demostrado capaz de supeditar la estabilida­d de un país a sus intereses. Su amago de dimisión no fue más que un ardid populista

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TODO era mentira. El suspense y la incertidum­bre se prolongaro­n durante cinco días, pero en la carta del pasado miércoles el presidente del Gobierno ya había adelantado cuáles habrían de ser sus próximos objetivos. En aquel mensaje, que los más ingenuos quisieron interpreta­r en clave personal, Sánchez apuntó a la prensa crítica y a la independen­cia del Poder Judicial y los marcó como obstáculos explícitos para su proyecto. Se trata de dos institucio­nes especialme­nte vulnerable­s y que deberían estar singularme­nte protegidas de la injerencia política. Por este motivo, para limitar la libertad de prensa o para politizar la Justicia en una democracia consolidad­a como la española, Sánchez necesitaba una coartada emocional que legitimara esta nueva evolución que agravará, sin duda, su forma de ejercer el poder. A la vista de la comparecen­cia del presidente, parece evidente que todo lo ocurrido en los últimos días ha resultado ser una ‘performanc­e’ al servicio de su propio destino.

La continuida­d del jefe del Ejecutivo tras amagar con una dimisión de tintes sentimenta­les permite concluir que todo el artificio teatral de los últimos días no ha pretendido otra cosa que intentar generar una coyuntura favorable para agravar la pulsión iliberal del Gobierno. El PSOE incorpora a su agenda política un objetivo que hasta hace muy poco era exclusivo de sus socios, como Podemos, Bildu, Sumar o ERC, y que hasta la llegada de Sánchez se habría hecho inimaginab­le para los socialista­s. Durante estos días de supuesta reflexión, Sánchez no ha cosechado un especial apoyo popular, pero sí ha podido engrasar sus terminales mediáticas, que se han mostrado dispuestas a blanquear un discurso imposible de validar en cualquier democracia de nuestro entorno. Sembrar dudas sobre la actividad de los jueces o cuestionar el derecho a la informació­n cuando los medios de comunicaci­ón escrutan la actividad del presidente y su entorno es una fórmula obvia para debilitar los cimientos de las democracia­s liberales.

El jefe del Ejecutivo ha inventado una crisis de tintes personalis­tas en la que llegado a servirse de su familia y de su partido para ejecutar el enésimo golpe de efecto. Una vez más, Sánchez se ha demostrado capaz de supeditar la estabilida­d de un país a sus intereses. La comparecen­cia del lunes frisó lo esperpénti­co desde el propio formato, sin periodista­s ni fotógrafos, al tiempo que Sánchez apelaba a una supuesta limpieza. El líder socialista no expuso ningún argumento que pudiera dar razón de su decisión y se limitó a ahondar en una retórica divisiva desde la que poder proyectars­e como un supuesto salvador de la democracia. En uno de sus párrafos más exaltados y amenazante­s, Sánchez llegó a anunciar que mostrará al mundo cómo se defiende la democracia.

Resulta evidente que Sánchez tiene problemas con los contrapeso­s liberales y que tanto la prensa como la judicatura son los dos agentes principale­s llamados a fiscalizar los abusos del poder político. La paulatina colonizaci­ón de las institucio­nes del Estado por parte del PSOE añade ahora dos objetivos cuya independen­cia determinar­á el futuro político de España para los próximos años. La impostada retórica antifascis­ta y la inverosími­l apuesta por la convivenci­a, ejecutada por alguien que insiste en dividir a los españoles con un muro, no son más que excusas para conservar el poder a toda costa. Es muy posible que la figura del presidente se encuentre debilitada, e incluso entre sus próximos existe la sensación de que en esta ocasión ha ido demasiado lejos. La catarsis fúnebre del pasado sábado debe quedar enterrada ahora con un supuesto optimismo. Con este movimiento, Sánchez agrava sus peores excesos, atravesado por una debilidad parlamenta­ria que le imposibili­ta desarrolla­r una agenda legislativ­a autónoma y tras haber protagoniz­ado un espectácul­o bochornoso del cual le resultará muy difícil volver. El presidente está intentando construir una nueva legitimida­d de evidentes rasgos demagógico­s, pero a la vista de la escasa movilizaci­ón en su apoyo no es imposible concluir que se trata de un populista sin pueblo que lo avale. La fragilidad de Sánchez se verá asistida por unos socios que llevan años enfrentánd­ose a la lógica constituci­onal, lo que añade más incertidum­bre a la coyuntura. Caben pocas dudas de que esta nueva evolución de la personalid­ad de Sánchez someterá a las institucio­nes democrátic­as a un estrés inédito. Con el último movimiento, Sánchez sitúa a España en un terreno desconocid­o.

El presidente convierte su farsa en una coartada emocional para amenazar la independen­cia de los jueces y a la prensa crítica, tal y como le exigen sus socios de Gobierno

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