Cuando la política se torna parodia
Sánchez repudió el odio y las insidias de las que se presentó como víctima sin la menor autocrítica sobre el fuego de la discordia que él ha atizado
Edaño ya está hecho. Sánchez podía irse o quedarse. Pero el desenlace de los cinco días de reflexión ha sido el peor de los posibles. Sigue para hacer lo mismo y sin ninguna justificación convincente de la incertidumbre que suscitó su carta. Sánchez repudió el odio y las insidias de las que se presentó como víctima sin la menor autocrítica sobre el fuego de la discordia que él ha atizado. Todo lo que ha sucedido en España en los últimos meses tiene mucho que ver con su obsesión por demonizar a la oposición, que ciertamente también ha cruzado líneas rojas. Pero lo peor de su monólogo sin preguntas fue su identificación con la democracia y su apelación a una movilización social. Es lamentable que un presidente de Gobierno no entienda que una de sus obligaciones es aceptar la pluralidad que se expresa a través de la crítica.
Dada su decisión de seguir sin comprometerse a ningún cambio y sin plantear una cuestión de confianza, es inevitable sospechar que hemos asistido a una escenificación, concebida para sacar a las bases a la calle y obligar al partido a cerrar filas, sin obviar el ataque a jueces y periodistas.
Lo que ha quedado en evidencia es el culto a la personalidad que reina en el PSOE y un hiperliderazgo que parece más propio de un régimen autoritario. Resulta penoso el triste espectáculo de dirigentes y militantes identificando a Sánchez con la democracia y anticipando una catástrofe tras su marcha.
La memoria es muy débil. En el caso del PSOE, se antoja inexistente porque harían falta varias páginas de este periódico para recordar los insultos a Aznar y a Rajoy. Zapatero dijo que la oposición no respeta a la familia, obviando que Sánchez pidió la dimisión de Díaz Ayuso por un presunto fraude de su novio. A fuer de ser reiterativo, insistiré en que el intento de Sánchez de identificarse con la democracia le resta toda credibilidad. Tampoco es posible confiar en quien ha prometido una regeneración moral que desmiente con su clientelismo.
Hubiera sido legítimo y comprensible que Sánchez se quedara para cambiar las cosas. Pero de sus palabras se deduce que no tiene ninguna intención de emprender una nueva dirección o dar un giro a sus alianzas. Por el contrario, se enfrentará en el corto plazo a gestionar un Gobierno de coalición en el que aparecen ya grietas insalvables. Por último, la autoparodia de Sánchez rompe cualquier posibilidad de entendimiento con el PP y le ata a esos socios que ya han anunciado que su apoyo tendrá un alto precio.
Decía el príncipe de Talleyrand respecto al asesinato del duque de Enghien, ordenado por Napoléon Bonaparte, una frase que ha quedado para la historia: «Es peor que un crimen, es un error imperdonable». Lo de Sánchez no ha sido un crimen, ha sido un error que preludia el principio de su fin.