Las cáscaras de la felicidad
«Regeneración democrática», el palabro resuena en tu subconsciente. Lo repites varias veces y acabas por reírte mientras niegas con la cabeza
PONGAMOS que es martes y sales del trabajo o de clases cuando la tarde es naranja y Sevilla huele a sábana limpia, a primavera empoderada. Imaginemos que te pones a caminar mirando el móvil, que te das un chapuzón en el mar de miseria que escupen las redes sociales. Y ves lo de Sánchez, y lees los comentarios de los que avisan del peligro de lo que está perpetrando, también de los que hacen contorsión para tratar de defender lo indefendible. «Regeneración democrática», el palabro resuena en tu subconsciente. Lo repites varias veces y acabas por reírte mientras niegas con la cabeza. «Regeneración es la que necesito yo», te dices. Metes el celular en el bolsillo –bastante tienes con el curro– y miras al frente.
De repente contemplas a tu alrededor un mundo que sigue en marcha, al que parecen no haber llegado las noticias del fin de la convivencia. Cantan los pájaros, corretean, saltan y gritan los niños de uniforme, descolgando sus piernas por ese puente que mañana les ha librado de ir a clase. Charlan los padres, avanzan a paso eterno las abuelas, hay sonrisas hasta en las colas de las cajas de los supermercados. También reparas en el atrezo, escudriñas la piedra que te rodea, admiras esa normalidad a la que te da coraje haberte acostumbrado. Qué bonita está la joía, qué bien le sienta a la ciudad el vestido de andar por casa, el moño improvisado del final de los días agarrándole la melena. Se acerca a ti una brisilla que hace que cierres los ojos y respiras hondo. Es un segundo, pero te das cuenta de que el nubarrón gris de la política ha desparecido. Eso hace que olvides el cansancio que te tenía salivando por llegar a casa y meter en el horno una pizza prefabricada para ver algo en el Netflix. Te sientes portador de la revelación de que todo el drama que sale de las pantallas es una pantomima, un queo guionizado por políticos con ínfulas de tronistas. Harías por solucionarlo, pero has llegado a la conclusión de que no está en tu mano y no vas a flagelarte.
Lo que sí agarras es otra vez el móvil para llamar a la parienta o a tus colegas. A ellos les parece bien, porque siempre son bien unos caracoles. En 15 minutitos, lo que tardes en llegar, estás donde siempre. Todos tenemos un bar donde siempre. En la terraza se está de gloria, el vaso de la cerveza esconde el nombre de la marca por el hielo que lo recubre, y tú sorbes como un loco la cabeza de los bichos al tiempo que tiras las cascaras al otro plato. Te animas y pides otra ronda y una pavía, así os vais cenados. Apuras los moluscos y bebes de un trago el caldito que queda en el recipiente. Joder, resoplas, estás profundamente enamorado de la vida. Aunque a veces duela.