ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
La vela y el entierro
La presencia ayer de Juan José Cortés, Antonio del Castillo, Rocío Veítez y Ruth Ortiz en el funeral por Diana Quer fue, más que el gesto solidario de un grupo de padres mutilados, una manifestación contra la tolerancia política de la barbarie. Reabierto a deshora, el debate parlamentario sobre la derogación de la pena de prisión permanente revisable coincide con la aparición del cuerpo de Quer, sumergido en un depósito desde agosto de 2016, y la detención de su presunto asesino, delincuente común y aspirante a depredador sexual cuya mayor contribución a la sociedad sería a estas alturas pudrirse en la cárcel, legítimo mecanismo de defensa que la Constitución de 1978 devaluó y redujo a taller ocupacional especializado en restauraciones morales.
Dice el sindicato mayoritario de los funcionarios de prisiones que las cárceles no pueden convertirse «en un almacén de personas que entren sin esperanza», y hay partidos, empezando por el PNV y terminando por Podemos, que por hache o por be anteponen la rehabilitación de un criminal a la protección de sus posibles víctimas. Entre perturbaciones postfranquistas y expresiones del peor folclore regional, la oposición al PP prefiere que entre el aire a la cárcel para que, mientras se pudre el alma de los padres mutilados, se oreen los asesinos de sus hijos. A todo esto se le llama corrección política, y contra todo esto se concentraron ayer, en una iglesia de Pozuelo, los padres de Mari Luz, Marta, Amaia, Candela, Ruth y José. También rezaron por Diana.
Nadie le había dado vela en este entierro al partido de la abstención y el medio luto, de tono anaranjados. Desde que opera bajo la marca de Rajoy, el PP pasa por ser un máquina pragmática y sin principios éticos, pero qué decir de Ciudadanos. Los de Albert Rivera, como casi siempre, se abstienen cuando el PNV arrastra al Congreso hacia la derogación de lo que no es sino una pena de cadena perpetua, encubierta por los complejos. Ciudadanos que ni saben ni contestan, están de lado, dentro de la iglesia y viéndolas venir, como si no hubiéramos tenido bastante con un partido que ni siquiera se atreve ya a llamar a las cosas por su nombre.