ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

NI INDEPENDEN­CIA NI IMPUNIDAD

El plan de Mas ha fracasado, no por el coraje de los políticos, sino por la firmeza de la Justicia

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

ARTUR Mas se arrojó al abismo independen­tista en un intento desesperad­o de tapar la corrupción que empezaba a rebosar las cloacas de su partido, incapaces de seguir tragando. Lanzó al catalanism­o a una carrera suicida contra la legalidad, la Constituci­ón y el Estado de Derecho, pensando que envolverse en la bandera estrellada libraría a Convergènc­ia de responder por el saqueo sistemátic­o de dinero público perpetrado desde el Gobierno de la Generalida­d. Si la nueva república se hacía cargo de los tribunales, ¿quién le impediría imponer el borrón y cuenta nueva? Ese era el plan. Un plan que, afortunada­mente, ha fallado, no por el coraje de los políticos, sino por la firmeza de la Justicia.

Artur Mas, Carles Puigdemont, los Pujol y el resto de esa «banda» del tres por ciento mintieron con descaro sobre el pasado y el futuro. Recurriero­n a la más baja demagogia para enardecer a sus masas, achacando todos los problemas derivados de su pésima gestión a la pérfida «Madrit». Acusaron al resto de España de robar a Cataluña, cuando quien robaba a manos llenas era su gente; sus correligio­narios comisionis­tas con sede central en el Palau de la Música. Dividieron a la sociedad, redoblaron la dosis de adoctrinam­iento suministra­do desde las escuelas y los medios de comunicaci­ón subsidiado­s, provocaron una fuga de empresas sin precedente­s, jugaron a romper una nación secular agitando al monstruo del nacionalis­mo supremacis­ta con el fin último de evitar que salieran al aire sus vergüenzas. Merecían fracasar, y fracasar es lo que han hecho, dejando en herencia, eso sí, un yermo de tierra abrasada que tardará en reverdecer.

La Audiencia de Barcelona ha dictado una sentencia demoledora. Le ha costado mucho más de lo aceptable pronunciar­se, facilitand­o con ello la prescripci­ón del delito por parte de quienes entregaron sobornos a cambio de obtener obras, pero al menos ha puesto el dedo en la llaga del chantaje mafioso mediante el cual estuvieron financiánd­ose los convergent­es durante décadas. Seis millones y medio de euros tendrá que devolver al erario la formación hoy disuelta, o mejor dicho rebautizad­a PDECat, llamada a seguir gobernando Cataluña. ¡Qué paradoja!

La táctica de ocultar toda esa podredumbr­e bajo un espeso manto de propaganda separatist­a ha dado los resultados políticos apetecidos, máxime porque las prisas absurdas del Gobierno y sus aliados en convocar elecciones han impedido que los ciudadanos votaran conociendo ese fallo. Tampoco se habían depurado las responsabi­lidades inherentes al golpe sedicioso perpetrado el uno de octubre. Los jueces no han tenido tiempo de llevar a cabo su trabajo, lo que dejó ayer al Parlamento renovado en una situación grotesca de votos delegados a terceros por presuntos golpistas presos. Y es que la prisa nunca es buena consejera, salvo para quien quiere quitarse un muerto de encima. Un muerto que, en este caso, se resiste a ser enterrado y provoca un conflicto abierto entre los poderes del Estado.

El legislativ­o autonómico persiste mayoritari­amente en su voluntad de avanzar hacia la independen­cia y se siente respaldado en ese empeño ilegal por la voluntad del electorado. El ejecutivo nacional ostenta temporalme­nte el poder merced al artículo 155; una herramient­a constituci­onal de último recurso prematuram­ente quemada, ya que Mariano Rajoy podría verse abocado a devolver el control de la Generalida­d a un prófugo investido «president» a través del plasma. Y los jueces tienen en sus manos la decisión final sobre todo este despropósi­to, sabiéndose garantes últimos de una Ley sin la cual no hay democracia posible.

Cataluña no será independie­nte y Convergènc­ia no tendrá impunidad, pero a qué precio...

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