ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Dos fallos parten al Atlético

Los errores de Moyá y Savic invalidan el gol de Diego Costa. Buen partido del Sevilla

- JOSÉ CARLOS CARABIAS MADRID

había preparado el Atlético otra sesión de 1-0 para su parroquia, el típico partido espeso que resuelve un gol. Lo hizo Diego Costa, imponente su presencia como nuevo guía del equipo. Y ya se relamía el personal pensando en una dura vuelta en el Sánchez Pizjuán, ambiente tenso pero neutraliza­do por la confianza que transmite la tropa de Simeone, y un billete de entrada a las semifinale­s de la Copa del Rey. Todo se estropeó en diez minutos porque el Sevilla no desesperó y exprimió los fallos de su rival. Moyá, que había estado fenomenal, metió dentro un balón que parecía irse fuera. Y, en el nerviosism­o de lo inesperado, Savic no zanjó un cruce en el que tenía ventaja y que acabó en gol de Correa. El Sevilla es ahora el mejor colocado para seguir en la Copa.

No jugaba Oblak por decisión de Simeone. Ni siquiera lo convocó para esta ronda de la Copa, porque ha decidido repartir papeles. La Liga y los torneos europeos, para el esloveno. La Copa del Rey, para Moyá, un portero solvente, profesiona­l, de aprobar cada examen, pero nunca de 10 o de 9. Eficaz y demás, pero nunca superlativ­o o similares. La posición de cancerbero, como la del goleador, es el asunto nuclear en cualquier equipo. Los que más cerca están de cada portería son los artesanos de la suerte suprema: el gol. Oblak goza casi de condición divina en el Atlético de estos días. Y un encuentro de este voltaje sin él suponía una latente inquietud para los aficionado­s colchonero­s.

Moyá estuvo soberbio en el primer acto. De notable para arriba. Ágil, elástico y sensato en cada paso que dio. Un mano a mano con Correa, en el que no movió una ceja, y aguantó de rodillas. Y, sobre todo, una estupenda estirada frente a un disparo extraordin­ario de Escudero, que subió, hizo la parábola, y bajó con velocidad a la escuadra, donde encontró la oposición del guante raudo del guardameta.

Desorienta­do en el despeje

Pero lo que se recordará, para su desgracia, es el fallo que cometió en el minuto 80. Un centro envenenado de Navas, que desvió Lucas y Moyá aún más, desorienta­do en su marcha atrás, a gol. Un fiasco.

El Sevilla le exigió algo más que una mera presencia al portero. Desde que aterrizó Montella, su equipo ha zozobrado sin identidad o estilo, lo peor que se puede decir de un grupo de jugadores. En el Wanda, se manejó con propiedad y criterio. Supo jugar a algo. Apremió al Atlético en la presión y se estiró con determinac­ión al contragolp­e. Incluso durante minutos, se adueñó de la propiedad del balón, ese matiz de las estadístic­as que tan importante parece.

El Atlético empuja más con Diego Costa, llega con más asiduidad a la puerta enemiga y contagia su espíritu guerrero a los demás. Todo pudo cambiar si el árbitro, Jaime Latre, no se hubiera situado en el sitio correcto en un córner. Desde su ángulo vio la falta (metió el trasero) de Griezmann al portero Sergio Rico. Diego Costa remató a gol.

Vitolo fue titular, aunque no influyente. Jugó con algo de ansiedad, como si quisiera exponer en el campo a toda velocidad que su fichaje y su cesión al Las Palmas eran necesarias. Solo intervino media parte.

Correa agitó la parsimonia del Atlético en ataque con su repertorio de fintas y regates, una gama de colores que su equipo echa en falta porque no siempre vale ganar por aplastamie­nto y potencia. Diego Costa rescató a su equipo, como todo el mundo esperaba, en un zurdazo magnífico a gol que se antojaba la sentencia. Pero vino el fallo de Moyá, la falta de jerarquía en una situación límite, el traspié de Savic, y la victoria del Sevilla, labrada en un juego estimable y en una perseveran­cia que desembocó en premio. El Atlético se había desmoronad­o por un error de su portero.

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AFP Lenglet y Sergio Rico intentan intercepta­r a Diego Costa

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