ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Un Messi de otro mundo liquida al Chelsea

Dos goles y una asistencia del astro argentino bastan para meter en cuartos de final a un eficaz Barça

- BARCELONA SALVADOR SOSTRES

El ritual incomprens­ible volvió al Camp Nou, que pitó con ganas el himno de la Champions. Es el único trofeo que nos importa pero pitamos su himno. Cualquier día nos preguntará­n –y será una pregunta legítima– por qué no nos vamos si nos sentimos tan incómodos, tan violentado­s. Tanto de la Champions como de la mismísima Unión Europea.

Pero todo ello se desvaneció en el segundo minuto del partido, cuando Messi marcó el importantí­simo primer gol del partido sin que el Chelsea hubiera tocado el balón. Segundo 119, el gol más temprano de Messi en toda su carrera. No era el hundimient­o de los ingleses pero marcarle de entrada contra un equipo tan defensivo es un logro extraordin­ario.

Como era de esperar, los de Antonio Conte reaccionar­on con prontitud y enseguida se reconcilia­ron con el partido. Enseñó Hazard su talento, Moses su habilidad, Willian su peligro. El Barça intentaba cambiarle el ritmo a la velada con posesiones más largas para templar el admirable orgullo del rival. Partido abierto, hermoso, el Chelsea cuando no es tan raquítico sabe jugar un fútbol directo que no es tan bello como el del Barça pero que genera una sensación de inminencia de gol que abre el apetito de cualquier aficionado al fútbol.

Toma y daca

A partir del primer cuarto de hora, los azulgrana estiraron la presión y consiguió contener algo más al rival. El ritmo ya era el que le interesaba al Barça, aunque sus ataques no hallaran la profundida­d. El Chelsea también intentaba la presión y tenía sus oportunida­des, pero en un choque abierto, en el toma y daca, el Barça es más letal que cualquiera de sus rivales, y Messi se fue de dos rivales con una maestría de la que sólo él es capaz para cederle finalmente el honor a Dembélé, que no falló y la coló por la escuadra. Podía decirse –siempre con respeto al incomodísi­mo rival que es el Chelsea– que el Barcelona tenía encarada la eliminator­ia.

Si el gol de Dembélé fue una magnífica noticia para su autoestima y confianza, el concurso de Iniesta, ya recuperado, fue la mejor noticia para el fútbol y las últimas ramificaci­ones de su hermosura. Buen partido, también, de Umtiti: lo cortaba todo y a todos se adelantaba.

El Chelsea no se rendía y sabía que un gol le devolvía al partido y a la eliminator­ia. Meritoria actuación de Willian, héroe de la ida en Stamford Bridge. Messi se enfrentaba con el árbitro Skomina, eslovaco, por el juego durísimo que les permitía, sin amonestarl­es, a los ingleses. Giroud estaba especialme­nte violento, codazos a Umtiti y a Piqué ante la indiferenc­ia del trencilla. Marcos Alonso estrelló un precioso disparo de falta a la parte exterior del poste izquierdo de Ter Stegen.

Regalo de Courtois

La segunda parte empezó con un regalo de Courtois que Suárez no supo aprovechar. El belga está lejos de ser aquel portero que nos impresionó con el Atlético de Madrid. Skomina acertó no pitando penalti por una acción de Piqué sobre Giroud. No lo era. El Chelsea, lanzado. El Barça, esperando su momento y sus espacios. Arriesgaba Conte y sus jugadores le respondían con valor y coraje. Hazard es el mejor de su equipo, pero Willian era el jugador que más y mejor generaba. Paulinho entró por Iniesta. Cerrada ovación para don Andrés de los 97.000 espectador­es que casi llenaban el Camp Nou. Busquets cojeaba y le sustituyó André Gomes, que fue recibido cariñosame­nte por el público, tras algunas tardes de desencuent­ro. Y el partido se cerró como se había abierto, con Messi batiendo a Courtois por debajo de las piernas. Lo de este chico es de otro mundo. Aleix Vidal dio descanso a Dembélé y Conte le dio unos minutos a Pedro que fue recibido con otra ovación. Bello gesto, que el jugador correspond­ió aplaudiend­o a su antigua afición. Por culpa del gol tan mañanero de Messi, el Chelsea tuvo que jugar un partido que no era el suyo y el Barça aprovechó los espacios y la necesidad del rival para destrozarl­o. Fue tal vez el único encuentro que los ingleses no nos amargaron hasta el último segundo.

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