ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

LA VIOLENCIA DEL «PROCÉS»

«La negativa de JpC, ERC y CUP a condenar la violencia equivale a justificar­la y a alentarla. Los grupos radicales ven alimentada así su predisposi­ción a la algarada y la agresión»

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LA violencia callejera en Cataluña empieza a adquirir los signos distintivo­s de la violencia proetarra en el País Vasco, incluyendo el reparto de papeles entre las grupos violentos y los partidos nacionalis­tas. En el pleno del Parlamento catalán convocado por su presidente, Roger Torrent, para debatir y apoyar los derechos políticos de Carles Puigdemont y otros dirigentes nacionalis­tas en prisión provisiona­l, el bloque separatist­a votó en contra de una resolución presentada por los socialista­s para condenar los actos de violencia de los denominado­s «Comités de Defensa de la República». Actos de violencia explícitos, públicos y planificad­os, con agresiones a los Mossos d’Esquadra, cortes de carreteras, bloqueo de la estación del AVE en Barcelona, pintadas en sedes de partidos y comercios de familiares de dirigentes no nacionalis­tas y amenazas al juez Llarena y su familia. Actos de violencia que dan continuida­d a la que ya venía perpetránd­ose desde el año pasado –recuérdese el acoso a la fiscal Ana María Magaldi–, por lo que no se trata de una violencia reactiva a los encarcelam­ientos, sino la expresión de una campaña planificad­a desde mucho antes.

Esta violencia está en la esencia del «procés». El magistrado Llarena la describe en el auto de procesamie­nto de los dirigentes separatist­as y los Mossos d’Esquadra la han actualizad­o en un informe que relata los 215 actos violentos cometidos entre el 20 de septiembre y el 8 de noviembre de 2017. Además, el actual máximo responsabl­e de la Policía autonómica, Ferrán López, advirtió personalme­nte al presidente del Parlamento catalán de la deriva violenta que estaba tomando el proceso separatist­a.

La violencia no es una percepción distorsion­ada de la falsa «revolución de las sonrisas» en Cataluña, sino el retrato fiel de un reparto de roles entre grupos extremista­s –los CDR, la CUP– y los partidos dirigentes del proceso separatist­a, JpC y ERC. La negativa de estos a condenar la violencia equivale a justificar­la y a alentarla. Los grupos radicales ven alimentada así su predisposi­ción a la algarada y la agresión por el silencio cómplice de unos partidos teóricamen­te democrátic­os. El doble lenguaje del nacionalis­mo ha contaminad­o incluso una figura institucio­nal, como el defensor del Pueblo catalán, Rafael Ribó, quien llegó a preguntars­e por qué estaban en prisión los dirigentes nacionalis­tas «si no habían dado una bofetada», regla por la cual ningún corrupto debería entrar en prisión. El problema es que en ese reparto de funciones que tan bien conoce el nacionalis­mo, hay quien da bofetadas y hay quien las justifica, incluso con una sonrisa. La Fiscalía alemana debe tener esta informació­n, con todo detalle, cuando la próxima semana decida qué criterio va a defender ante el juez sobre la entrega de Carles Puigdemont. El «procés» es ilegal y violento.

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