ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

«Es más peligroso volver a El Salvador que vivir sin papeles»

La comunidad salvadoreñ­a es la última víctima de la mano dura de Trump contra la inmigració­n. En torno a 200.000 personas perderán su residencia legal dentro de 18 meses

- JAVIER ANSORENA CORRESPONS­AL EN NUEVA YORK

La plancha humea con pupusas, el plato nacional de El Salvador, en el restaurant­e Gran Villa, en Brooklyn. «Revueltas, con loroco [una flor comestible típica], con chicharrón». Toni, el dueño, canta las especialid­ades de la casa mientras las voltea. El local está en una esquina decrépita de Sunset Park, uno de los barrios latinos de la ciudad, con las aceras abandonada­s y plagadas de charcos de agua de lluvia negra y bajo el bramido constante de una autopista elevada. Es uno de los restaurant­es frecuentad­os por la pequeña comunidad salvadoreñ­a del barrio, mucho mayor en los suburbios de Long Island y de New Jersey. Ellos han sido protagonis­tas, contra su deseo, de uno de los últimos embates de Donald Trump contra los inmigrante­s. El pasado enero, su Gobierno anunció el fin de un programa temporal de residencia legal para en torno a 200.000 salvadoreñ­os, que empezaron a beneficiar­se de ese estatus después de que dos terremotos devastaran parte del país en 2001.

Toni dice que a él no le afecta. Llegó a EE.UU. hace 34 años y sus papeles están en regla. Pero sí a muchos de sus clientes, que llevan quince o dieciséis años en Estados Unidos y se enfrentan a una encrucijad­a: quedarse donde están como indocument­ados o regresar a un país descosido por la violencia y la pobreza. «En este tiempo, la situación en mi país ha empeorado, no ha mejorado», explica Toni. ¿Qué va a ser de esta gente? ¿Qué estabilida­d van a tener? No hay seguridad, es como durante la guerra civil», dice sobre el momento que vive El Salvador.

Los permisos de residencia TPS (Estatus Protegido Temporal, según sus siglas en inglés) han sido ofrecidos por EE.UU. a ciudadanos de países destrozado­s por desastres naturales, guerras y otras situacione­s «extraordin­arias». La administra­ción Trump considera ahora que los efectos de los terremotos de El Salvador en 2001 ya se han superado y que el estatus protegido de estas personas ya no tiene justificac­ión. Eso, a pesar de que El Salvador es uno de los países con mayor índice de violencia del mundo, dominado por bandas criminales como las maras y por la corrupción gubernamen­tal. El año pasado, ya acabó con esa protección para inmigrante­s similares de Haití, Nicaragua y Sudán. Quedan otros seis países con los que el programa sigue vigente.

«Es más peligroso volvernos para allá que quedarnos aquí sin papeles», asegura Yamileth, que regenta otro restaurant­e salvadoreñ­o en el mismo barrio. Su padre, su tío y varios primos llegaron como parte del TPS. Ella ni siquiera tiene sus papeles en regla. Su marido sí es residente, gracias a un matrimonio anterior con una ciudadana estadounid­ense. «La gente tiene miedo a regresar», confiesa con su hijo de dos años en brazos y otro que viene de camino. «Llevan aquí quince años, están desconecta­dos del país. Y allá la gente piensa que llevamos dinero por haber estado en EE.UU., somos presa fácil para la extorsión de las maras». Tienen dieciocho meses, hasta el 9 de septiembre de 2019, para salir del país. Los familiares de Yamileth lo tienen claro: se quedarán. «Cambiarán de dirección y que sea lo que Dios quiera».

Mano dura

La mano dura de Trump –«el presidente más racista que ha existido», dice Yamileth– contra la inmigració­n se siente más allá del miedo y la preocupaci­ón por tener que salir del país o arriesgars­e a ser deportado. Su local también se ha resentido. «Desde que él llegó y empezó a presionar a los inmigrante­s el negocio va lento», dice mientras una tertulia en la televisión discute el futuro de Zidane en el Real Madrid, con el sonido tapado por la bachata que escupen los altavoces. «La gente no quiere venir a cenar, no quiere gastar».

El sentimient­o «antiTrump» se comparte en el resto del barrio, no solo entre salvadoreñ­os. El presidente ha llamado «países de mierda» a El Salvador, Haití y otros países africanos que han disfrutado de programas de inmigració­n. «Lo que está haciendo es un desastre para EE.UU.», opina Andrés, mexicano, que se resguarda de la lluvia bajo el toldo de una tienda. «Los latinos somos los que damos la fuerza a este país, hacemos el trabajo duro que otros no quieren, en la construcci­ón o en el campo». Lizette, hondureña, suspira cuando se le recuerda el último insulto presidenci­al. «No sé si lo hace por hacer daño o por desconocim­iento. Quizá por las dos cosas», dice.

Miedo «La gente tiene miedo a regresar. Llevan aquí quince años, están desconecta­dos del país », confiesa Yamileth

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AFP Salvadoreñ­os protestan contra las políticas antiinmigr­ación de Trump, en Nueva York
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