ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

SÁBADO SANTO

No les gusta Cristo y lo ejecutan. Condenar no fue fácil. Faltó poco para que todo se fuera al garete

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

De todas maneras, dice Steiner, el nuestro (el de los judíos) es el largo día del sábado, con su «neutralida­d metafísica» entre el sufrimient­o, la soledad y el despilfarr­o impronunci­able, por un lado, del Viernes Santo, y el sueño de liberación, de renacimien­to, por el otro, del Domingo de Resurrecci­ón.

La neutralida­d de la Pasión es Pilato («quid est veritas?») frente a las querellas religiosas de los judíos; la neutralida­d, políticame­nte positiva para Schmitt, del que se mantiene al margen:

–Es la objetivida­d del protector del Estado que se encuentra bajo su protectora­do, y frente a sus antagonism­os políticos internos.

Él no quería, pero se sometió a la voluntad del pueblo. Ah, ¡vaya circunstan­cia atenuante! Y entonces, entrará en el reino de Dios, ¿sí o no?

Pero ¿qué sabemos con certeza de Pilato?, pregunta el padre Andréi. Pues aún hoy no se sabe qué sentía él por Cristo. ¿La crucifixió­n? ¡Son cosas que pasan! El poder terrenal es complejo. El espiritual es más sencillo. No les gusta Cristo y lo arrestan, lo juzgan, lo condenan y lo ejecutan. Aunque condenar tampoco fue fácil. Faltó poco para que todo se fuera al garete.

Tenemos, prosigue el padre Andréi, una legión de Pilatos, el típico funcionari­o medio: severo, pero no cruel; en los casos anodinos, es justo y muestra incluso principios; en los casos grandes, duda y tergiversa. Y acabó mal. ¿Obligado a suicidarse bajo Calígula? ¿Ejecutado por orden de Nerón? ¿Exiliado en Suiza y ahogado en el lago de Lucerna? («En los Alpes hay una montaña que se llama Pilato. El Viernes Santo apareció allí una sombra enorme y todo el mundo se lavó las manos»).

–Raulin, predicando una vez en Francia la Pasión, dixo: «Vosotros sois los que le crucificas­teis, aunque os llamáis chistianis­simos, porque Pilato era francés y también lo serían los más de los suyos». Al tiempo de la muerte de Raulin se juntaron más de veinte señores y abbades, y él, predicando en la iglesia «De Paraíso», dio el ánima a Dios – se lee en el Floreto de un fraile dominico residente en Sevilla a mediados del siglo XVI–.

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