ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

UN PATRIOTA ESPAÑOL

FUNDADO EN 1903 TORCUATO LUCA DE TENA

- POR ANDRÉS

«La vicepresid­enta del Gobierno anuncia que quieren traer a España los restos de Manuel Azaña. Mejor homenaje sería defender la unidad de España y su lengua común frente a los independen­tistas. Evidenteme­nte, Pedro Sánchez pretende sugerir que él está siguiendo el ejemplo de Azaña. A ustedes les toca juzgar si de verdad lo está haciendo»

O es fácil encontrar un adjetivo que defina cabalmente a este personaje, que fue escritor, orador y político. Se le han aplicado muchos, variados y hasta contradict­orios: han dicho que fue brillante y fracasado; liberal y sectario; reformista y radical; esperanzad­o y trágico; lúcido y perdido; ardoroso y escéptico; afrancesad­o y castizo; líder y retraído; frío y apasionado; orgulloso y melancólic­o... Suscitó adhesiones fervorosas y odios sarracenos. Lo que nadie puede discutir es su talla intelectua­l y que se sentía radicalmen­te español; cometió muchos errores pero el patriotism­o fue el motor básico de todos sus trabajos.

Es fácil comprobarl­o, leyendo sus escritos. El problema es que sus «Obras Completas» comprenden cuatro mil páginas, repartidas en cuatro gruesos volúmenes, y que él mismo formuló una escéptica paradoja: «En España, la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro».

No veía a España como un concepto «discutido y discutible», tal como una «lumbrera» la ha definido, no hace mucho. Proclamaba él sin la menor duda su rotundo patriotism­o: «Sí, soy español por los cuatro costados, aunque no sea españolist­a. Y es, en cuanto español, que me anima el espíritu propio de un liberal...». España era «la pasión de mi alma».

Defendió en las Cortes de la Segunda República «una política de reconstruc­ción de los valores históricos y espiritual­es de España, que valen la pena ser mantenidos en nuestra edad; no es una política de arqueólogo­s sino de hombres modernos...». Pretendía «restaurar el nombre de España en el mundo entero, con su autoridad moral y política, para situarla donde le correspond­e por su masa y por su historia».

Aunque sufrió en sus carnes la confrontac­ión política, negó radicalmen­te que existieran dos Españas: «España no hay más que una ni puede haber más que una. La continuida­d moral del espíritu español es una identidad. No puede haber dos Españas».

Observando a los labradores, en los nevados campos castellano­s, llegó a una conclusión rotunda: «Ésta es la tierra eterna, la raza perdurable, que clama por la resurrecci­ón de España». ¿Qué político actual se atrevería a decir algo semejante, ante el riesgo cierto de ser motejado de fascista?

Defendió la libertad del pueblo español, proclamada democrátic­amente en la Constituci­ón, y no aceptó la más mínima duda sobre la unidad de España: «Una vez votada la Constituci­ón, no hay prejuicio posible que se sostenga en cuanto a una posible dispersión de la unidad española. La uni

Ndad esencial de España no puede padecer».

Ése fue uno de los núcleos esenciales de su acción política: «La unidad española, la unidad de los españoles bajo un Estado común la vamos a hacer nosotros...».

En medio del desaliento que le provocó la guerra civil, el patriotism­o continuó siendo su fundamento y su consuelo: «Reconozco que la presencia real de España en mi ánimo es, sin duda, la entidad más cuantiosa de mi vida moral, capítulo predominan­te de mi educación estética, ilación con el pasado, proyección sobre el futuro... Siento como propias todas las cosas españolas».

En los años treinta, nuestro personaje, como otros intelectua­les españoles de buena voluntad, derrochó generosida­d para buscar una solución al nacionalis­mo catalán. Primero, con un optimismo ingenuo: «La libertad de Cataluña y la de España son la misma cosa». Pero siempre tuvo muy claro el límite: un Estatuto de Autonomía dentro de la Constituci­ón y sometido al debate de las Cortes, con una clara y expresa «renuncia a un régimen de independen­cia y de soberanía plena».

Nunca tuvo, en este punto, la menor duda: «No dejan de ser españoles por ser autonomist­as y catalanes». Lo afirmó categórica­mente en las Cortes: «Es pensando en España, de la que forma parte integrante, inseparabl­e e ilustrísim­a Cataluña, como se propone y se vota la autonomía de Cataluña, no de otra manera... El organismo de gobierno de la región –en el caso de Cataluña, la

Generalida­d– es una parte del Estado español».

Suponía esto negar privilegio­s a cualquiera de las regiones españolas (lo que, ahora, algunos disfrazan con la incomprens­ible logomaquia del «federalism­o asimétrico»): «Sería injuria... que la dotación de su autonomía representa­se para Cataluña una ventaja con respecto a las demás regiones españolas ... La misma pretensión que ustedes podrían ostentar Cuenca y Almería».

Eso implicaba, además, la defensa de la lengua común: «No puedo suponer que los catalanes o los vascos, o quien fuere autónomo en España, puedan dejar de hablar en castellano».

La dolorosa realidad vino a deshacer tantos buenos propósitos. Una y otra vez, comprobó nuestro personaje «los excesos y desmanes... las muchas y muy enormes y escandalos­as que han sido las pruebas de insolidari­dad y despego, de hostilidad, de chantajism­o, que la política catalana de estos meses ha dado frente al Gobierno de la República... Usurparon todas las funciones del Estado, en Cataluña... No en vano había asistido yo en Barcelona al desarrollo de la más desatinada aventura que se puede imaginar... No se han privado de ninguna transgresi­ón, de ninguna invasión de funciones». Y, entre las «extralimit­aciones y abusos» que denunció, mencionó algo que ahora mismo sigue existiendo y que se sigue tolerando: las «Delegacion­es de la Generalida­d en el extranjero».

Todo eso le llevó a una terrible frustració­n y a la dolorosa conciencia de su propia responsabi­lidad. Comprendió que se había equivocado: «Si al pueblo español se le coloca en el trance de optar entre una federación de repúblicas y un régimen centralist­a, unitario, la inmensa mayoría optaría por el segundo».

Llegó a atribuir a Negrín esta frase: «Y si esas gentes van a descuartiz­ar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos las entendería­mos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantab­les. Acabarían por dar la razón a Franco».

l 18 de julio de 1938, en el Ayuntamien­to de Barcelona, quiso hablar «para todos; incluso para quienes no quieren oír lo que se les dice», y concluyó con un estremeced­or mensaje de reconcilia­ción y patriotism­o: «El mensaje de la patria eterna, que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón».

Este patriota español se llamaba Manuel Azaña. En la Biblioteca Nacional se le ha dedicado una exposición. Sólo el confinamie­nto impidió a Pedro Sánchez asistir a su inauguraci­ón. A la vez, su vicepresid­enta anuncia que quieren traer a España sus restos. Mejor homenaje a Azaña sería defender la unidad de España y su lengua común, frente a los independen­tistas. Evidenteme­nte, Pedro Sánchez pretende sugerir que él está siguiendo el ejemplo de Azaña. A ustedes les toca juzgar si de verdad lo está haciendo.

EANDRÉS AMORÓS ES CATEDRÁTIC­O DE

LITERATURA ESPAÑOLA

 ?? NIETO ??
NIETO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain