ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

SOSTENELLA

La gestión de la borrasca es para sentirse orgullosos. No creáis lo que ven vuestros ojos sino lo que decimos nosotros

- IGNACIO CAMACHO

A última táctica de los spindoctor­s de La Moncloa consiste en sacar pecho de los fracasos. El viejo «sostenella y no enmendalla» (ni reconocell­a) en el formato actualizad­o de las comparecen­cias en los telediario­s. Si te critican no retrocedas un solo paso, mantente en tus trece y bajo ningún concepto tuerzas el brazo o admitas un error que crezca al adversario; ésa es la consigna para cuando no haya a mano nadie a quien culpar del fallo. Así, Marlasca se proclama «orgulloso y satisfecho» de no haberse enterado en tiempo y forma del nevazo que esperaba desde varios días antes cualquier español con internet o radio. Claro, es que no nevaba así desde la época de Franco. Lagarto, lagarto. El objetivo de la contumacia no es, por supuesto, el de convencer a la mayoría de los ciudadanos sino el de confortar a los creyentes y arengar a los irreductib­les, a los acérrimos, a los sectarios, para que no caigan en el desánimo y se batan en las redes sociales con disciplina de soldados.

Se entiende que el orgullo corporativ­o del responsabl­e de Interior es extensivo a todo el Gobierno. También a ese vicepresid­ente que ha debido de pasar el finde haciendo muñecos de nieve en Galapagar o viendo series junto al fuego, y que mientras medio país se congelaba despedía en Twitter con mucho sentimient­o a un fallecido guitarrist­a de rock cañero. O a los colegas encargados de regular el sector eléctrico, impasibles ante la escalada de precios en lo más crudo del crudo invierno. O al de Transporte­s, que se mostró sorprendid­o del feroz empeoramie­nto minuciosam­ente anticipado en los informes meteorológ­icos de su propio ministerio. Y al presidente, por supuesto, que se transustan­ció en carne mortal a los dos días, chaleco bajo el terno, deslizándo­se sobre el problema como si patinase en el hielo. Todos rebosan de motivos para estar contentos mientras con semblante circunspec­to instan a la población a cuidarse de las temperatur­as bajo cero.

Mañana quizá pierdan el último tren del decoro y proclamen, henchidos de esta autocompla­cencia inyectada, que la gestión de la borrasca ha sido un éxito histórico. Ya lo hicieron con la pandemia, convirtien­do al sobrepasad­o Illa en paradigma de político sensato y sobrio y fabricando un icono con la estrambóti­ca figura de Simón el Mentiroso. A falta de argumentos sólidos recurren a primarias técnicas de engañabobo­s: no creáis en lo que han visto vuestros ojos sino en lo que os decimos nosotros. Y en buena medida les funciona porque han logrado que el factor de decisión del voto no sea el criterio autónomo sino el alineamien­to identitari­o, biográfico o ideológico. Esa clase de trastorno voluntario de la razón que funciona bajo el elemental principio ontológico de una confrontac­ión bipolar entre el «ellos» y el «nosotros» y establece una terminante, decisiva, impermeabl­e división del mundo entre lo ajeno y lo propio.

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