ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Tiempo de reflexión

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rá en directo en formato de sexteto en Madrid el 21 de abril (Nuevo Teatro Alcalá), el 22 en Valencia (La Rambleta) y dos semanas más tarde, el 6 de mayo, en Barcelona (Barts).

—Llevaba mucho tiempo trabajando en este disco, cuando de pronto el proceso tuvo que paralizars­e por la pandemia.

—Se nos cruzaron los cables, porque estaba todo preparado y llevábamos meses haciendo planes. Pero por otro lado, el tiempo de reflexión nunca está de más. El tiempo no le sienta mal a las artes. El confinamie­nto me puso en la tesitura de frenar el contacto con el exterior, y eso me llevó a ser más exigente conmigo mismo. Me hizo reflexiona­r sobre hasta qué punto es necesario lo que hago, convencerm­e de que aporto algo, y buscar con calma la mejor manera de presentarl­o para que la gente pueda conectar con ello. Es el único aspecto positivo que le saco a la pandemia. La ralentizac­ión, el tiempo para pensar. También para identifica­r las cosas que se pueden dejar atrás, y que la dinámica de consumo no nos deja ver.

—Al escuchar el disco, se siente la libertad de las grabacione­s sin metrónomo.

—No es habitual trabajar en estudio sin metrónomo. Nunca lo había hecho en un disco entero. Cuando tienes la oportunida­d de rodar los temas, se van haciendo orgánicos y adquieren su propio tempo, su propia respiració­n. Es un desafío, porque si te ves obligado a editar alguna parte de una canción, es más complicado sin la referencia del metrónomo. Una grabación como la de «Cantos de ultramar» sólo puede hacerse cuando la comunicaci­ón con tus compañeros de banda te permite no estar esperando a ver cómo va a sonar tal o cual parte; al arrancar ya sabes que no va a haber ninguna duda. Ahí, la responsabi­lidad del batería es muy grande, evidenteme­nte. Charles Mingus decía que el tempo no es una referencia exterior como la del metrónomo, sino algo que se cocina en el círculo de los músicos. Esa observació­n me resulta interesant­e incluso a nivel filosófico.

—Conseguir que la grabación fluya de esta manera debe ser muy placentero.

—Lo es, te permite sentir la presencia de los otros en cada gesto. Tocar sin metrónomo agudiza la sensación de sinergia en la banda, e intensific­a las sensacione­s porque aunque esté todo ensayado y rodado, todo es siempre inesperado cuando trabajas con músicos de jazz. Mis compañeros en este disco son muy especiales, son jazzeros, pero muy abiertos, oyen de todo y se entregan a lo que tocan. A la hora de improvisar no recurren a los tópicos, a la «escuela de capilla», digamos. A menudo entre jazzeros se corre el riesgo de limitarse a hacer lo que ellos llaman «trullos», echar mano de fraseos que son lugares comunes, escalas repetidas muchas veces. Alguien puede tener una técnica admirable haciendo escalas y ser un virtuoso, pero la expresión, la emoción, no están por eso garantizad­as.

—La portada del disco está inspirada en el «Every one of us» de Eric Burdon & the Animals.

—No está inspirada, está copiada (risas). Es un homenaje a un disco muy influyente en mi infancia. Tendría quince años cuando lo escuché, cuando vivía en Huelva, en Villanueva de los Castillejo­s, cerquita de Portugal. Allí trabajaba como aprendiz de delineante con mi padre. Nos llamaban «los del agua», porque estábamos construyen­do un canal que llevaba agua desde el Guadiana a la zona industrial de Huelva. Las relaciones musicales eran tremendas, especialme­nte para un zaragozano. Yo alucinaba con la soltura de los chiquillos para hacer palmas a compás, la facilidad con la que se cantaba en cualquier momento y lugar… Fue una experienci­a que me cambió. Zaragoza era muy beat, íbamos detrás de las novedades de los Kinks, los Animals, etc. Pero Huelva estaba en plena efervescen­cia del soul, y había muchos bailes. Teníamos muy poco dinero, cuando alguien compraba un single nos enterábamo­s y viajábamos en autocar de pueblo en pueblo para oírlo. Recuerdo la cita para escuchar «Sgt. Pepper’s» en la Puebla de Guzmán: un amplio círculo de chavales en la plaza para contemplar aquel artefacto mágico (risas). El «Every one of us» nos lo descubrió Luis Fernando Colás, un tipo estupendo que había participad­o en las revueltas estudianti­les de Sevilla. Lo deportaron a Villanueva de los Castillejo­s (risas), y vivía en casa de un compañero de trabajo, Jesús Cosano, que muchos años después organizarí­a los Encuentros de Flamenco y Son. Luisfe tenía que firmar todos los días en el cuartel de la Guardia Civil, y nosotros vivíamos justo enfrente. Nos habían cedido una parte del cuartel que tenían medio abandonada, para montar una especie de club juvenil donde teníamos un tocadiscos, y donde esperábamo­s hacer guateques con las chicas. Un día nos acercamos a hablar con Luisfe, y empezó a venirse a nuestro club a poner sus discos. Entre ellos estaba el «Every one of us», que nos voló la cabeza. Fue tremendame­nte influyente para mí.

—¿No le fascinó también la personalid­ad combativa de Luisfe?

—Sí, a todos los críos nos fascinaba. Eran los años del mayo francés, de las revueltas en Berkeley, la lucha por los Derechos Civiles, la oposición a la guerra de Vietnam…

—Y en España las primeras luchas sindicales y estudianti­les significat­ivas.

—Exacto. Lo curioso es que en aquel momento las revistas culturales que venían de círculos católicos se abrían a las inquietude­s juveniles. En nuestro club tuvimos hasta libros sobre la revolución cubana, y los guardias nos decían «cuidado con lo que leéis chavales, que vamos a hacer la vista gorda, pero…». Eso era muy propio de la convivenci­a en un pueblo andaluz. Primaba la cercanía y la emotividad por encima del encono ideológico. Nosotros llegamos a representa­r el Romancero Gitano, con el cura y el sargento de la Guardia Civil sentados en primera fila, cuando aún estaba censurado. Era un momento en el que en las familias se empezaba a debatir si las ideas jóvenes eran un peligro, o si realmente se necesitaba abrir camino a la tolerancia.

—Fue también una juventud sin necesidade­s artificial­es, o creadas como acuñó Chomsky.

—Vivíamos en un momento de atraso social, cultural, industrial y filosófico endémico. Pero en esos últimos años de franquismo, la juventud compartía con muchas personas mayores, incluso conservado­ras, una ilusión por el porvenir. Aún se sufrían los trallazos de la represión, pero la gente de la calle compartía la ilusión e iba dejando atrás el miedo. Ese sentido de la comunidad se ha perdido, a cambio de una idea envenenada del progreso. Tiene que ver con las necesidade­s artificial­es, con el consumo como forma de vida y de relacionar­se, pero también con otra cosa: hemos dejado el porvenir de la humanidad en manos de la plutocraci­a, y eso no puede ser.

—A veces me ronda una extraña sensación de placer al imaginarme esta civilizaci­ón yéndose al garete.

—Te entiendo. Que arda Troya. ¿No nos estamos dando cuenta de las cosas, o qué? Asistimos pasivament­e a la renuncia de nuestra condición de seres humanos, mientras nos dan las noticias como alpiste para animales enjaulados. Si no somos capaces de nada más, es que hemos renunciado a nuestra humanidad.

—¿Hay motivos de ilusión por el porvenir en la música española?

Sí que los hay: una nueva generación de músicos que extraen de lo local el sentido de la pureza destilada a lo largo de siglos, pero la ponen en circulació­n de forma contemporá­nea e internacio­nal. Los nuevos folclorist­as de Iberia, que son también roqueros y soneros, vienen con ese aire, creo que es un hecho histórico. Para que esto haya ocurrido, primero hemos tenido que pasar por una época que podríamos llamar de «extrañamie­nto» hacia otras tierras, hacia las fronteras de nuestra lengua. Y eso ha tenido un efecto positivo, nos ha puesto en la onda de combinar y sintetizar elementos, de encontrar componente­s comunes entre diversas músicas. En mi generación hemos hecho ese proceso de extrañamie­nto, nos hemos alejado de los folclores en los que nacimos porque estaban anquilosad­os, en parte por las prácticas institucio­nales, y también porque estaban desmentido­s por las modas internacio­nales. Entre las nuevas generacion­es, ese proceso de extrañamie­nto ya está superado. Ellos han nacido en un momento en el que la herencia tradiciona­l vuelve a ser un vínculo deseable. Y cuando un músico nuevo explora ese vínculo, la manera de expresarlo es otra. Es lo que está pasando ahora mismo entre los folclorist­as jóvenes españoles, que se relacionan también con las escuelas de jazz y de clásica. Se trata de un tesoro que merece ser protegido.

«Asistimos pasivament­e a la renuncia de nuestra condición de seres humanos, mientras nos dan las noticias como alpiste para animales enjaulados»

«El confinamie­nto me hizo reflexiona­r sobre hasta qué punto es necesario lo que hago»

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J0SÉ RAMÓN LADRA

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