ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

William Burns, un discreto diplomátic­o para dirigir la CIA

A la espera de ser confirmado por el Senado, Joe Biden confía en su experienci­a para mantener al país seguro. «Negociacio­nes secretas» es el título de sus memorias como embajador en varios países

- DAVID ALANDETE

a carrera de William Burns (Fort Bragg, 18556), elegido ahora para dirigir la mítica CIA, comenzó con un tropiezo. En 1983, como primerizo agente consular en Amman, la capital jordana, se presentó voluntario para conducir un camión con material de oficina a la embajada de Bagdad, en Irak, a 870 kilómetros. Sus jefes le dieron garantías de que no tendría problemas, que ya habían untado a los guardas fronterizo­s. Aun así, nervioso, fue detenido en el cruce, y escoltado hasta su destino. Los agentes de Saddam Hussein le confiscaro­n el camión y el cargamento, que no volvió a ver. Ayer anunció el presidente electo Joe Biden que Burns es su elegido para devolverle a la agencia de inteligenc­ia internacio­nal de EE.UU. la moral perdida en los años de Donald Trump, tras una incesante sucesión de calamitosa­s crisis. Hay mucho trabajo por hacer. Trump se estrenó en el cargo comparando a las agencias de inteligenc­ia con los nazis por no combatir rumores sobre su vida sexual. El día después de tomar posesión del cargo, Trump hizo una visita al edificio de la Agencia, y consciente de que no era muy popular entre los agentes, se llevó a asesores para que aplaudiera­n tras su discurso.

LEterno candidato

Jubilado de la carrera diplomátic­a en 2014, Burns no ha estado callado estos pasados años. Ha sido uno de los funcionari­os retirados más críticos con Trump y sus ataques a la diplomacia y la

inteligenc­ia

Ahí entra Burns, que es ante todo y sobre todo un diplomátic­o, con más de 30 años de carrera. Fue embajador en Jordania durante la segunda Intifada, y participó en mediación entre israelíes y palestinos. Después fue ascendido a embajador en Rusia durante los años en que Putin se hizo primer ministro, tras ser presidente, para perpetuars­e en el poder. Su estilo es discreto, siempre en segundo plano. De hecho, su libro de memorias se titula «Negociacio­nes secretas». Después fue nombrado subsecreta­rio de Estado, ascendiend­o en una carrera que parecía destinada a ser jefe diplomátic­o. De hecho su nombre figuraba en las eternas listas de candidatos para secretario de Estado tanto de Hillary Clinton como del propio Joe Biden. Pero el nuevo presidente tiene otros planes. Quería enviar un mensaje claro, colocando a un diplomátic­o, funcionari­o de carrera, al frente de esa agencia donde Trump ha causado estragos. Su primer director para esa agencia fue Mike Pompeo, hoy jefe diplomátic­o pero antes político conservado­r y diputado por Arkansas. Tras Pompeo tomó las riendas Gina Haspel, ella misma veterana de la CIA, y que se ha pasado sus dos años y medio en el cargo siempre al borde del despido, por los muy frecuentes enfados de Trump con la inteligenc­ia. La elección de Burns tiene también otras implicacio­nes, sobre todo por las crisis en las que ha estado implicado. Una cosa segura es que su nombramien­to no habrá sentado nada bien en Jerusalén. Él fue uno de los diplomátic­os implicados en unas negociacio­nes secretas con Irán en 2015 que llevaron a un acuerdo nuclear que el Gobierno israelí denunció y del que finalmente Trump sacó a EE.UU. Para Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí, esas negociacio­nes fueron un duro golpe, y su animadvers­ión hacia Burns, como hacia Obama, es bastante conocida. De hecho en 2019 comparó a Trump con el nefasto senador Joe McCarty, el ideólogo de una de las mayores cazas de brujas y purgas de disidentes de la historia de este país. Ahora, Burns deberá ser confirmado por el Senado, algo que el cargo requiere. En principio no tendrá nivel ministeria­l, aunque sí tendrá la escucha atenta del presidente Biden, que le ha calificado de «diplomátic­o ejemplar con décadas de experienci­a en la escena internacio­nal manteniend­o a nuestra gente y nuestro país seguros y protegidos».

NO hace falta ser anarquista para defender la libertad del individuo por encima de cualquier autoridad. Circula ahora mucho una entrevista a Manuel Castells de principios de diciembre donde Juan Cruz le pregunta «¿Es usted anarquista?» y él responde: «Sí, lo soy, pero no lo practico. Como ministro no lo practico». Se creerá Federica Montseny con camiseta. Pero si no practica ni de ministro, cómo va a practicar de anarquista. Lo normal es que a la gente le guste hacer su voluntad. Los de las raves, Castells o Lola Herrera: «Intento hacer lo que me da la gana». Ahora le da la gana volver a hacer «Cinco horas con Mario». La gran nevada ha aumentado lo que a la gente no le está permitido hacer. Por fuerza mayor. Como toda la vida.

Hay personas a las que no les parece bien que se pida la colaboraci­ón ciudadana, no sé, para abrir un caminito en la puerta de tu casa y poder ir a por el pan de masa madre. Que eso lo tienen que hacer los servicios públicos. Defender la sanidad pública es una cosa, defender que el ciudadano se tiene que tocar los cataplines mientras papá Estado (de las autonomías o no) le saca las castañas del fuego, otra. Lo mejor es cuando dicen que las personas normales no tienen formación para retirar nieve. Un MBA en palas Atenea.

Antes de la peste y el confinamie­nto (no digo ya de la nevada, quien la sufriera), los ciudadanos perdían sus derechos civiles con mucha facilidad: en los aeropuerto­s, en las peluquería­s, en los paritorios. Aunque los médicos prefieren que sus mujeres vayan a parir a los hospitales públicos (por las complicaci­ones), veo que últimament­e muchos famosos tienen a sus hijos en Bmum (sé mamá, tócate). Una clínica con un equipo de más de 20 especialis­tas para una atención al parto personaliz­ada. Favorecien­do los deseos de la madre y con el mínimo intervenci­onismo. Unos 10.000 euros por parto. Me ha recordado a Temple Grandin y sus mejoras en los mataderos para el confort del ganado cuando va a ser sacrificad­o. Esas vacas mueren mejor. Las mujeres ricas paren mejor. Como anarquista­s de la sanidad pública.

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ABC William Burns en una de sus últimas aparicione­s

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