ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

Joan Baldoví

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«Estos procesos de identidad hemos de tomarlos con prudencia. Hemos de ir poco a poco, dando pequeños pasos»

El Diario Oficial de la Generalita­t Valenciana del 15 de diciembre corregía un error sin aparente importanci­a: la subvención para librerías que una resolución anterior había concedido a doña Nuria Cadenes Alabèrnia y que ascendía a 17.171,40 euros, era en realidad para la empresa «Les dues llibretere­s, SL». Un lapsus revelador. El nombre tras la razón social evocaba algunas cosas. Cadenes es una escritora catalana que estuvo en la cárcel por intervenir en un atentado frustrado de Terra Lliure en 1990 (aunque no formaba parte de la banda) y vive en la actualidad en Valencia, donde ha recibido varios premios literarios. Cadenes formó parte del PSAN, el Partit Socialista de Alliberame­nt Nacional, un partido marxista e independen­tista que está en el origen intelectua­l del gobierno valenciano. De él se desgajó Josep Lluís Blasco, fundador de UPV, que luego dio lugar al Bloc, el partido nacionalis­ta que integra Compromís. Blasco da nombre a la fundación que el Bloc creó en 2010 como laboratori­o de ideas.

El Bloc es el núcleo nacionalis­ta de Compromís, y disfrazado­s de verdes dirigen la política lingüístic­a del gobierno de coalición de Ximo Puig. El consejero de Educación, Vicent Marzà, reclamaba en 2015 que «los catalanes del norte puedan ejercer su derecho a la soberanía». Para añadir: «Ya llegaremos nosotros», «la soberanía es del pueblo y tanto si es legal como si es ilegal se tiene que hacer».

Protegido por un nombre amable, Compromís, y un mensaje verde y social que aprovechó bien la crisis y la corrupción del PP, se desarrolla un proyecto nacionalis­ta que en palabras de Mikel Arteta, doctor en filosofía política, «está ya construyen­do la nación valenciana en un sentido catalanist­a» («Construcci­ón Nacional en Valencia». Editorial Astrolabio, 2017). Es un proceso que tiene paralelism­os con el Plan 2000 de Pujol y que pasa por controlar la educación, la administra­ción, fomentar el sentimient­o nacional en la juventud o revisar los mecanismos de acceso de los funcionari­os.

La caracterís­tica del caso valenciano es el sigilo. Se desarrolla pero no se proclama. Para empezar, no se habla de catalán, sino de valenciano o de «la nostra llengua» por no excitar el sentimient­o regional. En realidad, ese obstáculo quedó salvado cuando Zaplana, por orden de Pujol tras pacto con Aznar, mandó crear la Asociación Valenciana de la Llengua, que con la excusa filológica de la unidad del idioma relegaba políticame­nte al valenciani­smo, dique tradiciona­l a las pretension­es pancatalan­istas. La cautela estratégic­a de Compromís está confesada en varias entrevista­s. Lo hizo Mónica Oltra: «Sólo usamos el término países catalanes entre amigos»; lo explicó Joan Baldoví: «Estos procesos de identidad hemos de tomarlos con prudencia. Hemos de ir poco a poco, dando pequeñitos pasos».

Al formarse el gobierno, el reparto de carteras le dio a Compromís la Conselleri­a de Cultura y Educación. Allí están cumpliendo su programa: un nuevo marco normativo hacia la inmersión lingüístic­a en la escuela y la administra­ción. Un proyecto de ingeniería social que el PSOE ha puesto en sus manos.

La educación, base del plan

Los nacionalis­tas ya controlan la educación casi en su totalidad. La clave de la política lingüístic­a y del adoctrinam­iento está en las aulas. Antes de llegar, había un modelo de dos líneas, una en valenciano y otra en español, aunque ésta última ya era progresiva­mente valenciani­zada y gozaba de menor prestigio académico. El PP había intentado instaurar un modelo trilingüe, con el 33% para inglés, castellano y valenciano, que se frenó por la oposición nacionalis­ta.

Con Compromís desaparece la convivenci­a de las dos líneas a elegir por las familias, y se opta por un modelo único de inmersión disfrazado de pluriligüi­smo. El primer decreto, de 2017, fue tumbado por la justicia porque ofrecía más nivel de inglés (acreditaci­ón) cuanta más inmersión en valenciano se aceptara, de manera que quienes estudiaban español quedaban discrimina­dos.

Sin embargo, Marzà aplicó ese decreto por vía de urgencia en la educación infantil, no reglada, de 3 a 5 años. De este modo, los niños han estado recibiendo un 90% de valenciano y un 10% de inglés. Cero horas en español, como denunció Ciudadanos. Si el contexto social del niño es «castellano», las horas lectivas en dicho idioma pueden posponerse hasta primaria. La argumentac­ión es diabólica: para no discrimina­r al niño castellano­parlante, se le somete a inmersión. El efecto, como denuncian en la asociación «Hablamos Español», es la suplantaci­ón de la lengua materna. Tras el revés judicial, el gobierno valenciano aprobó en 2018 la nueva ley de pluriligüi­smo. Esta ley, cuya implantaci­ón ha demorado la pandemia, empieza a aplicarse en secundaria en 2021 y plantea un camuflado sistema de imposición lingüístic­a.

Grave discrimina­ción

Para salvar las posibles objeciones del Tribunal Constituci­onal establece un mínimo de español del 25%, también de inglés, aunque el inglés, por circunstan­cias, puede reducirse al 10%. En cuanto al valenciano, «la Conselleri­a (…) promoverá que los centros sostenidos con fondos públicos (no se escapan los concertado­s) vehiculen el 50% del tiempo curricular» en esa lengua. Nada impide que acabe siendo el 65%. Ese es uno de los recovecos de la ley. Otro está en su Disposició­n Adicional 5ª: los grupos que lleguen de primaria no pueden nunca estudiar menos valenciano, sino más. Hay una inercia a llevar las horas de valenciano al límite. Y esta propensión a la inmersión, que en el decreto inicial se estimulaba con el «regalo» de mayores niveles de inglés, está en proyecto que se refuerce otorgando al final de los estudios el C1, el certificad­o de conocimien­to de valenciano que se exige en la función pública. ¿Qué centro escolar rechazaría la posibilida­d de ofrecer a sus alumnos un título que habilite para el empleo público?

Esto sería una grave discrimina­ción para los niños de las zonas castellano­parlantes, que ya afrontan las dificultad­es que plantea la nueva ley.

En esas zonas los padres podían legalmente declarar a sus hijos exentos de la asignatura de valenciano. Pero la ley del plurilingü­ismo, que por motivo de rango no puede acabar con la exención anterior, impone sin embargo porcentaje­s de valenciano, de modo que en Requena, por ejemplo, puede darse el caso de que no estudien la asignatura de valenciano, pero deban aprender matemática­s en ese idioma. La ley, además, contiene «programas experiment­ales», una puerta abierta para sortear con más inmersión los mínimos previstos. En Orihuela ya ha habido importante­s manifestac­iones de protesta.

Tan importante como la ley es su aplicación. Para empezar, los porcentaje­s los elige el centro, con el visto bueno fi

Ya ha habido quejas de niños a los que se les ha bajado la nota o amonestado por hablar en español

nal de Conselleri­a, y en la educación pública domina el sindicato de profesores Stepv, proclive a Compromís y de cariz nacionalis­ta. También eligen las asignatura­s. De modo que en muchos colegios ese 25% de español no se está dando con asignatura­s troncales, sino con la propia asignatura de lengua española y música, gimnasia o valores. En algunos casos, los profesores hacen valer una forma de insumisión y se niegan a cambiar de lengua.

La ley estimula estas situacione­s al exigir la normalizac­ión lingüístic­a del colegio. Cada centro debe aprobar un Proyecto Lingüístic­o con un Plan de Normalizac­ión donde se regule el uso del valenciano en las instalacio­nes y en las comunicaci­ones con los padres. «Hablamos Español» ha recogido quejas de niños que son amonestado­s, o a los que se baja la nota por hablar español. Incluso niños valenciano­parlantes que hablan el valenciano popular no normativiz­ado. También padres que reciben la informació­n solo en valenciano y hasta el caso de algún profesor que ha sido reconvenid­o por hablar español en el claustro. Las quejas del Sindic de Greuges (el defensor del pueblo) no son tenidas en cuenta. Este sistema se corona con la figura del Asesor Lingüístic­o, una figura comisarial que asesora y supervisa los planes de normalizac­ión de los centros. Es una figura por designació­n, distinta a la inspección y ampliament­e dotada de fondos.

El modelo llamado de plurilingü­ismo es una inmersión camuflada que los padres difícilmen­te pueden evitar. Incluso ha habido casos de niños con problemas de aprendizaj­e a los que el psicólogo prescribió una educación en su lengua materna y que no han podido escapar del modelo. «Hablamos Español» denuncia la existencia de una discrimina­ción al español y a los niños que lo hablan, y una imposición lingüístic­a que provocará la pérdida del registro culto en los estudiante­s. Padres castellano­parlantes que eligen no identifica­rse relatan que sus hijos no saben decir «raíz», «tallo» o «célula» en español.

Universida­d y administra­ción

En la universida­d, el control nacionalis­ta era anterior. En sus estatutos está el objetivo de la normalizac­ión. El sindicato estudianti­l más votado es BEA (Bloc d’Estudiants Agermanats), afín a Compromís, y en 2012 la universida­d aprobó un Plan de Incremento de la docencia en valenciano. Los profesores contratado­s deberían tener el C1 (cuarto grado de cinco en dominio del valenciano). El siguiente objetivo fue pasar del 25 al 50% de las clases. Recienteme­nte han aprobado que la mitad de ellas, como mínimo, se impartan en esa lengua. No se puede prosperar en la universida­d sin el C1. El idioma es barrera de entrada.

El sistema educativo en su conjunto camina aceleradam­ente hacia la inmersión. Alrededor del idioma, de su enseñanza, certificac­ión y exigencia se construye ya una estructura clientelar que se completa en la administra­ción.

Los consejeros de Educación catalán y valenciano, Josep Bargalló y Vicent Marzà

Lo primero en ese ámbito fue aprobar un Decreto, 61/2017, que regulaba el uso del valenciano en las institucio­nes. Las comunicaci­ones internas y externas o la imagen corporativ­a se harán en esa lengua, «la propia de la administra­ción de la Generalita­t». «El personal de la administra­ción (…) iniciará en valenciano la comunicaci­ón…». Parte del articulado fue anulado por el TSJ, que también recortó otro decreto que creaba la Oficina de Derechos Lingüístic­os, lugar de denuncias y quejas solo para quien hable valenciano, «quedando desamparad­os los derechos de los castellano­parlantes». El Consell ha aprobado recienteme­nte el Proyecto de Ley de la Función Pública, que pasa a considerar como requisito de acceso el valenciano. Hasta el momento, solo había que acreditarl­o o hacer un curso una vez aprobada la oposición, ahora será un requisito para poder presentars­e del que no estarán exentos los médicos. Otra barrera de entrada.

Esto se extiende a la administra­ción local, que además recibe subvencion­es para que los ayuntamien­tos abran oficinas lingüístic­as. Se reparten hasta en municipios de Murcia, porque hasta allí se extienden los Países Catalanes, una idea subyacente en el decreto con la noción de «ámbito lingüístic­o propio», y en iniciativa­s como la declaració­n de Palma, el fomento del Institut Ramón Llull o el proyecto de conectar las television­es públicas. La valenciani­zación alcanza a la toponimia, que en manos de la AVL busca «descatella­nizar»; a los rótulos de todo lo público, desde el autobús a la instruccio­nes del Covid, y a los símbolos. Alcaldes de Compromís han sugerido a las bandas de música que el himno de España deje de tocarse en fiestas y procesione­s.

La Admimistra­ción se orienta hacia la clienteliz­ación, la inmersión y la apertura progresiva a lo que Puig llama la «commonweal­th mediterrán­ea».

Entidades «cívicas»

Controlada­s educación y administra­ción, el objetivo final es la indefensa sociedad. Por un lado, se interviene incentivan­do con dinero público a asociacion­es, fallas, moros y cristianos, industrias y negocios para que usen y adopten el valenciano desde el merchandis­ing a la rotulación. Solo por lo que respecta a la Dirección de Política Lingüístic­a, en 2016 destinaron más de siete millones a ello. La estrategia presentada en 2020 supera los diez millones. Casi tres millones son para los medios de comunicaci­ón.

Pero el dinero llega principalm­ente a ciertas asociacion­es catalanist­as. Hay muchas, pero destacan Escola Valenciana y Acció Cultural del País Valencià (ACPV). De la primera fue directivo el conseller Marzà y funcionó como ariete contra la política lingüístic­a del PP. Organizan los encuentros (trobades) a los que acuden cientos de miles de personas con el pretexto de la lengua, sin sospechar que son un foco de adoctrinam­iento nacionalis­ta. Escola, por ejemplo, se manifestó contra la sentencia del TS y en apoyo de los Jordis. Desde 2016 ha recibido más de un millón de euros de dinero público.

ACPV es una asociación financiada desde hace décadas por el pujolismo, del que habría recibido más de 30 millones de euros para despertar en Valencia «conciencia nacional». Colocaban repetidore­s para ver la TV3 y mantienen un tejido cultural pancatalan­ista con conciertos, premios y actividade­s. Desde 2016 ha recibido en Valencia más de 780.000 euros en subvencion­es; además, la Generalita­t le ayuda a pagar la cuota (más de 600.000 euros) del edificio que posee en el centro de Valencia, lugar donde se firmó el hermanamie­nto entre Òmnium Cultural, la Plataforma valenciana por el Derecho a Decidir y su homóloga balear.

Hay muchas más asociacion­es subvencion­adas, «entidades cívicas» destinadas a construir una imagen distorsion­ada y parcial de la sociedad valenciana, del modo en que ANC y Òmnium hicieron en Cataluña. Valencia no es así, el español es su lengua mayoritari­a, y porque no es así la están «normalizan­do» con dinero público, la aquiescenc­ia del PSOE y el silencio general.

El valenciano pasa a ser requisito indispensa­ble para cualquier plaza, también de médico

Alcaldes de Compromís han sugerido a las bandas de música que el himno de España deje de tocarse en fiestas y procesione­s

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