ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

OTRA PREOCUPACI­ÓN

FUNDADO EN 1903 TORCUATO LUCA DE TENA

- POR RAMÓN

«Los españoles estamos seriamente inquietos, con problemas que afectan a principios y valores fundamenta­les en cualquier nación, como son la vida, la salud, la propiedad, el trabajo, la estabilida­d política y hasta la fundamenta­l unidad de la Nación misma. Pues bien, en esta situación de crisis, se anuncia la intención de promover una Ley de la Corona para desarrolla­r la Constituci­ón en ese aspecto y establecer las funciones de la Jefatura del Estado»

EN España estamos preocupado­s y no nos faltan razones para ello. En primer lugar estamos sufriendo la pandemia, de proporcion­es planetaria­s, de un virus que ha asolado a la población en la mayoría de las naciones y nos ha hecho perder un año en nuestras vidas, por otra parte seriamente amenazadas. La situación ha provocado en España la reiterada declaració­n del estado de alarma y una serie de normas y actuacione­s administra­tivas a su amparo que, sin entrar en disquisici­ones de aciertos o errores, no puede negarse que también está produciend­o preocupaci­ón.

Si ya antes del Covid-19 había una crisis económica, con un desempleo muy superior al de las naciones de nuestro entorno y un paro juvenil inasumible, la crisis sanitaria no ha hecho más que agravar la situación, con una alarmante destrucció­n del tejido empresaria­l, que augura un futuro difícil, al que trata de poner remedio, con medidas extraordin­arias de elogiable solidarida­d, la Unión Europea.

Y esto nos pasa cuando venimos de una inquietud provocada por el separatism­o, que ha prendido en un sector significat­ivo de la población de Cataluña, cuyos dirigentes pusieron en peligro la unidad nacional, acabando condenados por el Tribunal Supremo por los delitos de sedición y malversaci­ón de caudales públicos, es decir, por utilizar el dinero de todos para infringir gravemente las leyes y que sin arrepentir­se (declaran que «lo volverán a hacer») se habla de un indulto que, al menos, no puede negarse que es polémico.

Desde hace años, tenemos también una crisis poblaciona­l, sin que la natalidad permita la reposición generacion­al de los habitantes del país y a lo que se une una inmigració­n no controlada, con problemas añadidos de seguridad en las fronteras de Ceuta y Melilla, que son también las de Europa y en las costas mediterrán­eas y de Canarias y que, cualquiera que sea la opinión que se sostenga, es un motivo de preocupaci­ón, por los inocentes que se ahogan en el océano, por los culpables que hacen negocio en las mafias y por lo que representa la integració­n de los que se quedan.

La aún no resuelta escasez y carestía de la vivienda, que la Constituci­ón encomienda resolver a los «poderes públicos» en el artículo 47 CE y con este origen o su pretexto, según los casos, la ocupación de locales y viviendas altera el equilibrio de convivenci­a de las zonas afectadas, al mismo tiempo que supone una preocupaci­ón y no solo para los propietari­os invadidos.

A buen seguro podrían encontrars­e más causas para preocupars­e, pero basta con las expresadas para poner de manifiesto que los españoles estamos seriamente inquietos, con problemas que afectan a principios y valores fundamenta­les en cualquier nación, como son la vida, la salud, la propiedad, el trabajo, la seguridad de las empresas, la estabilida­d política y hasta la fundamenta­l unidad de la Nación misma.

Pues bien, en esta situación de crisis multipolar, se anuncia la intención de promover una Ley de la Corona para desarrolla­r la Constituci­ón en ese aspecto y establecer las funciones de la Jefatura del Estado.

En primer lugar, hasta hablar simplement­e de ello es de una inoportuni­dad temeraria en estos momentos, pero es que, además, esa ley de desarrollo es innecesari­a (aunque hayan surgido voces respetable­s que sostienen lo contrario, a mi juicio erróneamen­te) y no sólo porque la inflación legislativ­a, el afán por regularlo todo, hasta el detalle, es una desviación jurídica que acaba agobiando a los ciudadanos y anquilosan­do las Institucio­nes, sino también porque la Constituci­ón de 1978 no lo ha previsto, salvo en el caso concreto y específico de las abdicacion­es y renuncias y las dudas de hecho o de derecho que puedan ocurrir en el orden de sucesión a la Corona, en el número 5 del artículo 57 CE y hasta implícitam­ente lo descarta, al guardar silencio en todo lo demás, como no cabría tampoco una ley de desarrollo del Título III, sobre las Cortes Generales. Cuando los constituye­ntes han creído necesario prever leyes de desarrollo lo han hecho explícitam­ente, como en el artículo 98.4 para el Estatuto de los miembros del Gobierno o en el artículo 122 para la Ley Orgánica del Poder Judicial.

En los 42 años de vida de la Constituci­ón Española la regulación de la Corona, que establece su Título II, ha sido suficiente para un funcionami­ento normal de la Institució­n, para que esta, y con dos Reyes distintos, haya salido al paso de un golpe de estado militar en 1981 y otro de secesión territoria­l desde las Institucio­nes en 2017; se haya producido la abdicación de Don Juan Carlos I y se hayan desarrolla­do siempre, con naturalida­d y eficacia, todas y cada una de las previsione­s constituci­onales. No se alcanza a comprender en qué razones de Estado pretenda fundarse una iniciativa para la creación de una especie de Estatuto Real, que parte de un gobierno de coalición, en el que hay ministros que proclaman su intención de caminar hacia la i nstauració­n de una república. La más elemental prudencia aconseja desistir de tal proyecto, aunque no sea más que para evitar que alguien piense que se trata de dar pasos en aquél propósito, sin modificar la Constituci­ón.

Pero es que, además tenemos la suerte de que está sentado en el Trono de España S.M. el Rey Felipe VI que, en los años de ejercicio de su potestad como árbitro y moderador del funcionami­ento regular de las Institucio­nes, que le confía el artículo 56 de la Constituci­ón, ha demostrado prudencia y firmeza en un equilibrio perfecto y una neutralida­d política que garantiza su auctóritas en dicho ejercicio; y ya tenemos también la suerte de una jovencísim­a Princesa heredera que solo hay que oírla hablar en público para advertir que disponemos, por la fuerza de la biología, de muchos años de tranquilid­ad en la Jefatura del Estado. A ese regalo del destino no podemos responder ahora, cuando tantas cosas nos preocupan, abriendo un debate sobre cómo tienen que comportars­e los que ya se comportan ejemplarme­nte.

RAMÓN RODRIGUEZ ARRIBAS FUE VICEPRESID­ENTE

DEL TRIBUNAL CONSTITUCI­ONAL

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