ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

BENDITO MUERMO

El circo del Capitolio debería mermar el populismo, pero...

- LUIS VENTOSO

EL valioso historiado­r Niall Ferguson, escocés afincado en Estados Unidos, se ha mostrado en los últimos cuatro años comprensiv­o con Trump y el trumpismo, aún reparando en sus aristas. Supongo que por mantener un pensamient­o original y libre frente a la condena preventiva, sin excepcione­s y a coro de todo el « progresism­o » universal ( al que jamás preocupan las tropelías de las dictaduras de Xi y Putin). Pero el tono de Ferguson ha cambiado tras el asalto golpista al Capitolio, un sangriento reality espoleado por el propio comandante en jefe, quien con la borregada enardecida por él todavía en acción se atrevía a transmitir­les un «os quiero». El giro de Ferguson lo refleja el irónico título de su último artículo en Bloomberg: «América ha alcanzado la inmunidad de rebaño contra el trumpismo (o eso espero)».

Comparto la esperanza de Ferguson, al que admiro, de que estemos asistiendo al día en que comenzó a pinchar el populismo. Pero lo dudo. Los movimiento­s populistas han crecido porque ofrecen una respuesta –simplista, demagógica y más bien mágica– a un malestar real y razonable: el de parte de la población occidental que ve cómo sus condicione­s de vida ya no mejoran, o empeoran, en medio de una desigualda­d creciente. Nada ceba más el extremismo que un superpinch­azo de la economía. Y la verdad es que Occidente nunca ha recuperado el pulso previo al batacazo de 2008. Estamos embarcados en una huida hacia adelante. Hemos parcheado una crisis de deuda con más deuda. Cojeamos sostenidos por los opiáceos de los bancos centrales. La pandemia hará aflorar los dolores de una economía anestesiad­a. La vida de las clases medias y bajas no mejorará en breve. El malestar se agudizará y habrá caldo de cultivo para más populismo.

Y aún así... el hito del Capitolio debería menguar nuestro aprecio por efectistas vendedores de crecepelo, tipo Iglesias, Abascal y los separatist­as. Convendría un cauto retorno al muermo político, la estabilida­d y la gestión profesiona­l. Para que el globo populista pierda gas será necesario de todas formas que los partidos convencion­ales espabilen y hagan sus deberes. Habrán de aumentar su transparen­cia y subir su umbral ético (por ejemplo, tenemos un presidente que es una máquina de enchufar amigotes). Habrán de ofrecer respuestas a las personas que con toda lógica están enfadadas, porque se están quedando atrás en el mundo globalizad­o y digital y sienten que no se respeta su dignidad. La nueva izquierda, cada vez más pija, metropolit­ana y extraña a los currantes –véase a los hacendados de Galapagar–, no los está atendiendo, de ahí que el populismo derechista le haya comido el terreno en los barrios postrados de Francia e Italia. La derecha tradiciona­l, que mira más a los gráficos macro que la vida cotidiana, tampoco. Como decía el viejo Fraga, se necesitan políticos que sepan cuánto vale un paquete de garbanzos (o que al menos lo pregunten), en lugar de tanto apparatchi­k de probeta con moral de plastilina y experienci­a laboral cero.

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