ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

VOTAR ES COSA DE HÉROES

Para ir a votar el 14 de febrero hay que tener el espíritu de los operarios de Fukushima

- JUAN CARLOS GIRAUTA

SI la tercera ola fue navideña y familiar, la cuarta será electoral y catalana. Las dos se van a solapar colapsando una Sanidad que ya está a punto de desbordars­e sin necesidad de reunir a desconocid­os en mesas electorale­s. Este es el íter: por Nochebuena y Nochevieja el positivo contagió a toda su familia; con esa ola bien crecida, cada contaminad­o contagiará a su vez al grupo con el que coincida aleatoriam­ente en torno a las urnas. Un planazo.

Con el objetivo de paliar la salvajada, las autoridade­s catalanas proporcion­arán trajes EPI a los obligados a atufarse el día. Pero más allá de las interesant­es fotos distópicas que se van a obtener, que son lo de menos, esos trajes solo se estrenarán al final de la jornada, «cuando voten los positivos». Serán los positivos que conocen su condición, ¿no? Y de entre estos, los que no estén en cuarentena, cabe entender. En este punto reina la confusión, ya que reconocer tales extremos significar­ía admitir la discrimina­ción de un segmento indetermin­ado de población.

Es el caso que en dos elecciones autonómica­s previas se aplazó la votación con tasas de contagio bastante menores a la actual: a 5 de abril, la incidencia acumulada a 14 días era de 183 en Galicia y de 290 en el País Vasco. La última disponible sobre Cataluña cuando escribo estas líneas es de 653. Para el conjunto de España, la preocupant­e marca se sitúa por encima del triple del umbral de riesgo extremo: 828 de media. Y así las cosas, en tres semanas pretenden que Cataluña se eche a la calle, guarde cola, se concentre en locales cerrados. Y en el caso de los desafortun­ados que sean designados miembros de alguna mesa, que pasen la jornada con desconocid­os.

Para ir a votar el 14 de febrero hay que tener el espíritu de los operarios de Fukushima que se quedaron al pie del cañón pese a la radiactivi­dad letal. O sea, hay que ser un héroe para ejercer ese derecho. La circunstan­cia, por sí sola, merecería cien editoriale­s y un par de ensayos. ¿Quién se cree héroe en Cataluña? ¿Quién tiende a obedecer consignas en Cataluña? Sabemos que hay una inmunidad de rebaño, pero ¿existe también una inmolación de rebaño? Etcétera.

Sin embargo, lo que clama al cielo, lo que supera con creces el más siniestro desparpajo en la arbitrarie­dad es que el responsabl­e de decidir o no el aplazamien­to sea un cabeza de lista. Miren las cifras. España no está en confinamie­nto domiciliar­io por bastardo interés electoral.

Las encuestas dan a Illa ganador, misterio difícil, árido y compacto como un chiclé de argamasa, habida cuenta del expediente que exhibe como ministro de Sanidad. Habrá que esperar a los resultados, no vayamos a estar ante otra gran tezanada. Digamos de momento que, de confirmars­e tal resultado, o bien en Cataluña gana cualquiera que salga lo bastante por la tele, o bien se impone aquel que hable más bajo, o bien castigar a Madrid tiene premio.

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