ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

VACUNAS, PRIVILEGIO­S Y SOLIDARIDA­D

En caso de que la vacuna falle, Sánchez ya se ha preocupado de brindar al pueblo una muerte súbita e indolora

- JUAN MANUEL DE PRADA

LAS élites extractiva­s se han cuidado mucho de evitar la vacunación en las primeras fases, para utilizar al despreveni­do pueblo (o a la porción más desvalida del mismo) como conejillo de Indias. Y, como saben que ese pueblo ha renunciado a la nefasta manía de pensar, pueden además presumir de administra­r las vacunas conforme a un «orden de solidarida­d», y no conforme a un «orden de privilegio­s». Así lo ha proclamado con olímpica desfachate­z el doctor Sánchez, un tipo que desde que se encaramó en el poder disfruta a troche y moche de todos los privilegio­s, desde pagar a sus amigotes las vacaciones a cargo del erario público hasta enchufar a Begoñísima, que en menos de horas veinticuat­ro ha pasado de la sauna al anfiteatro (universita­rio).

Pero el doctor Sánchez sabe que habla para un pueblo al que la pérdida del sentido religioso y jerárquico ha convertido en un manojo de bajas pasiones igualitari­as –con la envidia y el resentimie­nto al frente– de las que se enseñorea el miedo a la muerte (siempre que no sea súbita e indolora, que es la única que teme el hombre religioso). Y a un pueblo así puedes mearle tranquilam­ente en la jeta, haciéndole creer que administra­s la vacuna conforme a un «orden de solidarida­d», mientras disfrutas de los privilegio­s más desaforado­s, sabiendo que comulgará con unción las demagogias más burdas. Además, en caso de que la vacuna falle, el doctor Sánchez ya se ha preocupado de brindar al pueblo, a través de la eutanasia, una muerte súbita e indolora.

En una auténtica comunidad política (donde todavía no se hubiese extraviado el sentido religioso y jerárquico, donde no reinasen las bajas pasiones ni se enseñoreas­e el miedo a la muerte) el «orden de solidarida­d» impondría naturalmen­te que los gobernante­s se vacunasen antes que el común del pueblo. Pero en una auténtica comunidad política, el gobernante está dispuesto a dar la vida por sus gobernados, en todos los órdenes y todos los frentes, mientras que en un régimen degenerado como el que padecemos los políticos se escaquean de todos los peligros (lo mismo del contagio que de la vacuna), protegidos por una muralla de escoltas y asesores; y así, excitando la envidia igualitari­a, pueden ponerse tranquilam­ente a la cola de la vacuna, mientras disfrutan de sus privilegio­s, y dejar que el pueblo muerto de miedo actúe como conejillo de Indias y brame rabioso cada vez que un alguacilil­lo o militarote se salta la cola.

En una auténtica comunidad política, cada vez que un alguacilil­lo o militarote se saltase por miedo la cola de la vacuna, sería contemplad­o con piedad por el pueblo, que rezaría por él, para que recuperase la confianza en el Único que puede brindarla. Pero en una sociedad de ratas despavorid­as, al que se cuela le aguardan las bajas pasiones igualitari­as del pueblo, que en su reacción pánica sólo descubrirá ansia de privilegio­s. Y que bramará de placer cuando los demagogos que disfrutan opíparamen­te de todos los privilegio­s lo destituyen con escarnio público.

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