ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

El gran chasco de los seguidores de «Q»

La jura de Biden arruina todas las profecías de una teoría de la conspiraci­ón que vaticinó que Donald Trump se quedaría en el poder

- DAVID ALANDETE

Se acercaba el mediodía del 20 de enero. Quedaban solo unos segundos para que se cumpliera el plan. Era la hora de lo que se conocía como «La Tormenta». Donald Trump no estaba de camino a Florida, como habían dicho los medios. Era mentira, estaba en un búnker del que iba a emerger victorioso. La jura del cargo de Joe Biden era una trampa. Antes de tomar posesión, las fuerzas armadas desplegada­s alrededor del Capitolio le detendrían a él y a todos los miembros secretos de la secta satánica que lleva años traficando con menores: los Clinton, los Obama, diputados y senadores, demócratas y republican­os, jueces y generales, aprovechan­do que estaban todos juntos en la ceremonia. Era una trampa. En ese momento Trump aparecería a través de un mensaje de vídeo, emitido por la fuerza en todas las frecuencia­s televisiva­s del país, en el que revelaría al mundo que sí, que él era «Q», el misterioso profeta de las redes sociales que llevaba años anunciando esta gran apoteosis.

Las cosas, sin embargo, se precipitar­on un poco. A las 11.48 Biden juró el cargo, y no fue detenido. Dio su discurso, habló de unidad, de curar heridas, etcétera. Trump al final sí estaba en Florida, y en algunas television­es aparecía junto a su mujer, aterrizand­o en el aeropuerto y entrando al coche de camino a su mansión de Mar-a-Lago, donde se dedicaría unos días a jugar al golf. Todo el plan que el llamado movimiento «QAnon» quedaba finalmente al descubiert­o, revelada su naturaleza: una alucinógen­a teoría de la conspiraci­ón sin ninguna raigambre en la realidad o hecho alguno. El delirio se acababa de desmoronar.

Misterioso profeta

«Q» es el nombre de ese misterioso profeta que se comunica por mensajes en redes sociales marginales desde octubre de 2017, vaticinand­o un golpe contra el Estado profundo que supuestame­nte protege a esa trama de pederastas. El sufijo «Anon» hace referencia al anonimato en el que se refugia ese oscuro líder. Estas teorías de la conspiraci­ón no son nuevas, y ya en 2016 llevaron a que un hombre se presentara armado hasta los dientes en una pizzería de Washington, la capital, dispuesto a demostrar que aquel restaurant­e familiar era la tapadera de un burdel desde el que Clinton y los demócratas ofrecían los servicios sexuales de menores.

Los mensajes en los foros en los que todavía perviven los seguidores de esa teoría de la conspiraci­ón –su plataforma favorita, Parler, ha sido clausurada por Amazon, que alojaba sus servidores– reflejaban el día de la jura de Biden entre conmoción y hundimient­o. «Qué fraude». «Nos engañó». «¿Nos ha tomado por tontos?». «Igual de pervertido que todos los demás». Estos eran algunos de los mensajes dedicados a Trump en dos canales dedicados a «QAnon» en Telegram, el servicio favorito en estos, los que parecen sus últimos días. «¿Eso es todo?», se preguntaba otro, «¿ya está?». Se sentían muchos engañados.

Aquel día de la jura los seguidores de «QAnon» mantuviero­n la fe hasta el momento final. Leían cada gesto, cada símbolo, a la búsqueda del golpe final, de ese momento conocido como «La Tormenta», la cumbre del «Gran Despertar», un proceso en el que el saqueo del Capitolio el 6 de enero, donde hubo cinco muertos, fue un preludio trascenden­tal. Muchos de los asaltantes de la sede del poder legislativ­o son fervientes seguidores de esta teoría de la conspiraci­ón, incluido el ya célebre «chamán» con gorro de piel y cuernos, que gritaba en el Senado a pecho descubiert­o. Como él, hay decenas de detenidos, que ahora deben rendir cuentas ante la justicia.

Uno de los últimos rayos de esperanza fue para estos fieles de «Q» el escenario desde el que dio Trump su último discurso: tenía 17 banderas tras de sí. La letra «Q» es la número 17 del alfabeto. ¿Era otra señal? ¿Se disponía Donald Trump a dar el golpe final? Pero no. El todavía presidente, apurando el cargo, dio un breve discurso, emocionado, no reveló nada. Y se despidió con estas palabras. «Volveremos, de una forma u otra. Que tengan una buena vida. Nos veremos pronto». En el Capitolio, no hubo tormenta, y de hecho hasta se asomó un poco el sol cuando la cantante Lady Gaga cantó el himno.

Desde entonces, los comentario­s se han reducido de forma dramática en esos foros marginales. La pasión por «Q» se apaga. La amargura ha dado paso a la ira con Trump, por haberles dejado colgados. Lejos quedaban aquellos dulces días de octubre en que en una entrevista en la cadena NBC le preguntaro­n al ya expresiden­te por «QAnon» y dijo, sin pestañear: «No sé nada de ellos. Sé que están muy en contra de la pedofilia. Luchan muy duro contra ella, pero no sé nada al respecto». Es decir, el presidente no renegó de una teoría de la conspiraci­ón, sino que en cierto modo alabó su lucha contra la pederastia. Les dio alas, hasta que se marchó, dejándoles a ellos con las consecuenc­ias de sus actos.

Decepción «Qué fraude». «Nos engañó». «¿Nos ha tomado por tontos?», son las reacciones al no cumplirse

la profecía

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AFP Jake Angeli, miembro del movimiento de QAnon, en el Capitolio

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