ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

EL PENÚLTIMO REFUGIO

El destino para comprar transistor­es y tabaco evolucionó a refugio de chorradasc influencia­doras

- RAMÓN PALOMAR

a noche del 20 de noviembre dee 1945 Isaiah Berlin llamó a laa puerta de Anna Ajmatova, quee vivía en una habitación de unn viejo palacio de la Fontanka en Lenin-ngrado. Eran las nueve. El ensayista ee historiado­r abandonó la casa a las oncece de la mañana del día siguiente. ¿Quéé sucedió en esas 14 horas? Nadie puedee saberlo con seguridad a pesar de los re-elatos posteriore­s de ambos.

Lo que sí parece seguro es que todoo sucedió por puro azar. Berlin, profesoror en Oxford, viajaba en una delegación­n del British Council para comprar do-ocumentos y libros de historia, seis me-eses después del final de la guerra. Na-acido en una familia acomodada de Riga,a, había vivido diez años en Leningrado­o y el ruso era su lengua natal. Tenía enn eso momento 35 años.

Anna había cumplido 56 años. Se-eguía conservand­o su legendaria belle-eza, pero había encanecido y tenía oje-eras. Su marido, el poeta Nikolai Gumi-iliov, había sido ejecutado por orden de Stalin y ella sobrevivía en penosas condicione­s junto a su hijo. Había sido condenada y deportada en los años 20. Y, por supuesto, sus poemas estaban estrictame­nte prohibidos.

Cuando llegó a Leningrado, Berlin no tenía intención de visitar a Ajmatova. Pero fue a una librería junto a su amigo Vladimir Orlov, que le habló de ella y le dijo que vivía a poca distancia. Encaminaro­n sus pasos hacia la Fontanka, donde Anna les recibió con amabilidad. La estufa estaba apagada y el intelectua­l británico quedó muy impresiona­do al ver colgado un retrato de Anna en la pared, pintado por Modigliani en París en 1922.

Cuando apenas llevaban una hora, escucharon las voces de Randolph Churchill, el hijo del primer ministro, que llamaba desde el patio a Isaiah. Eran viejos conocidos. Se había enterado en el hotel de que estaba allí y se le ocurrió ir a buscarlo. Berlin descendió las escaleras y se fue con el hijo de Churchill, que le necesitaba para una traducción, pero quedó con Anna en volver a visitarla a las nueve de la noche.

Así lo hizo. Berlin, que estaba muy nervioso al llegar a la casa, escribiría muchos años después en sus memorias que la cita «fue el momento más emocionant­e de su vida». Anna estaba acompañada de una amiga, que se mar

Lchó antes de la medianoche. Cuando se quedaron solos, una fuerte química surgió entre los dos. Tenían la impresión de que se conocían de toda la vida.

Hablaron de Pasternak, que había sido pretendien­te de ella, de lo que significab­a Beethoven para ambos y discutiero­n sobre Dostoievsk­i y Turgueniev. Pero, tras una breve interrupci­ón del hijo de Anna, empezaron a contarse detalles íntimos sobre su infancia y sus amores juveniles. Ella se refirió a su etapa en Odessa y él a su vida familiar en Rusia hasta 1917. Anna lloró al relatar el drama de su marido y la persecució­n que había sufrido.

Berlin pidió que recitara sus versos y ella cumplió su deseo. Luego Anna le pidió que le contara los efectos de los bombardeos alemanes sobre Londres. Y también le interrogó sobre la vida de los exiliados rusos en Francia y Gran Bretaña.

Los dos confesaron que la intensidad emocional fue subiendo a medida que avanzaba la noche. Berlin reconoció que estaba deslumbrad­o por su personalid­ad y su penetrante mirada. Pero es imposible saber si la relación tuvo una dimensión física. Isaiah siempre lo negó.

Al día siguiente, Stalin ya había sido

Sobre estas líneas, Isaiah

Berlin. A la izquierda, la poetisa Anna

Ajmatova informado del encuentro por el NKVD, que vigilaba a Ajmatova y probableme­nte a Berlin. Al parecer, el caudillo soviético le comentó despectiva­mente a Zhdanov, el ideólogo del régimen, que Anna era una «vieja punta y monja». Nunca volvió a publicar nada hasta su defunción.

Berlin y Ajmatova volvieron a verse en 1965 en Oxford, un año antes de la muerte de la poetisa. Con más de 75 años, la habían permitido salir para recoger un premio en esa ciudad. Isaiah la invitó a su casa, donde vivía con su esposa. Fue al parecer un encuentro muy frío, ya que A nna, que seguía instalada en la penuria, quedó sorprendid­a por el lujo de la mansión de su amigo.

Ajmatova falleció de un infarto en un sanatorio a las afueras de Moscú. Hubo que esperar hasta 1990 para que los rusos pudieran leer sus poemas, traducidos a medio centenar de lenguas. Joseph Brodsky escribió sobre ella: «Alta, de pelo oscuro, esbelta, su mirada corta el aliento».

Isaiah Berlin, nacionaliz­ado británico, tuvo una larga vida y falleció en 1997 en Oxford, dejando una obra que había alcanzado un reconocimi­ento e influencia extraordin­arios. Nunca olvidó a Anna, el amor imposible de su vida.

N «La novela de un literato» Cansinos Assens describía unos tugurios de humo, muggre y golfemia donde, para entrar ccuando la hora punta, se necesitabb­a la motosierra del amigo Caracuerro de « La matanza de Texas » por aaquello de cortar el espeso muro de nnicotina y establecer un pasillo. Seggún la leyenda, si a González-Ruanno le extirpabas del microcosmo­s dde las brumas tóxicas del café para aarrastrar­lo hacia el monte, corría el rriesgo de asfixiarse ante la cantiddad de aire puro inundando sus pulmmones. Algunos profesamos, ejemplo de genuina ecología, tal respeto hacia la naturaleza que jamás la pisamos. Si desaparece el asfalto bajo nuestro pies sufrimos mareos.

Andan vapuleando a un chaval espabilado que se gana la vida a lo grande desde su tribuna cibernétic­a porque ha decidido, para escaquear el trallazo fiscal, instalarse en ese pequeño país incrustado entre los Pirineos. El mundo de ese joven me cae lejano como los bailes folclórico­s de Laponia, pero sospecho que los gallardos defensores del hachazo impositivo no emplearon semejante brío justiciero cuando descubrimo­s que el clan Pujol visitaba con frecuencia esos paisajes bucólicos para nutrir los refajos acorazados que pespuntean su villa principal. Por otro lado, no me atrevo a pronunciar­me sobre el escamoteam­iento de los impuestos que tantos practican en España, cada uno a su manera. Me choca que se larguen a un sitio tan aburrido. Sería capaz de pagar el 75% de mis ingresos con tal de no pasar allí ni una semana. Vamos, me obligan a permanecer en aquella tierra varios días y con tal de obtener la liberación les añado de regalo todos mis vinilos con alguna joya de Charlie Parker incluida y la foto que tengo firmada por Robert Duvall vestido de coronel Kilgore. Una amiga le preguntó a su hijo de once años que si sabía algo de Andorra. «Claro, es la ciudad de los youtubers», respondió el crío. El destino para comprar transistor­es y tabaco evolucionó a refugio de chorradas influencia­doras. Renovarse o morir.

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