ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)

A LO SENCILLO SE TARDA EN LLEGAR

FUNDADO EN 1903 TORCUATO LUCA DE TENA

- POR ENRIQUE

«La sencillez es la virtud de los sabios. Por eso sus efectos conducen a un cierto equilibrio psicológic­o, en donde las distintas estancias de la persona están bien compensada­s. Esta actitud está llena de moderación y es rica, grande, madura. La cultura nos abre horizontes; la sabiduría nos abre caminos. La primera es horizontal y extensa, la segunda es vertical e intensa»

LA sencillez es la virtud de la persona madura. Y consiste en el arte de reducir lo complejo hacia lo elemental. Es lo indivisibl­e, lo que es fácil de comprender o de hacer. La calidad de la sencillez se expresa en aquello que no tiene artificio ni ostentació­n, que expresa ese concepto como lo que realmente es. Llaneza sin doblez. Es el más ligero de los valores, transparen­te, nítido, sin artificio.

Yo como psiquiatra veo con mucha frecuencia gente muy complicada de cabeza y a veces les digo: tu peor enemigo es tu cabeza, que te ha jugado muy malas pasadas y que yendo de acá para allá sin control, te somete a un vaivén de idas y venidas, en donde asoman preocupaci­ones, miedos, malos presagios… y anticipaci­ones negativas.

Quiero hacer una distinción entre dos palabras cercanas, pero que muestran claras diferencia­s. Simple y sencillo. Empezaré por la primera: simple es una persona que despacha un tema importante con dos pinceladas, sin matizar y sin un cierto análisis serio y se queda tan tranquila. De hecho, decimos en el lenguaje coloquial, con cierto desprecio: esa persona es muy simple, es un simplón. Falto de sazón y de sabor. Persona corta, plana, de pocas luces, con un discurso pobre, que no matiza. Por el contrario, sencillo significa alguien que no tiene artificio, que carece de ostentació­n, es la facultad de ser uno mismo, de aspirar a una cierta coherencia de vida en donde hay una buena relación entre lo que uno dice y lo que uno hace. Ser lo que se es, sin preocupars­e por parecerlo, sin fingir. No hay muchas virtudes tan agradables: son personas fáciles para vivir, para amar, para entender lo que está pasando y dar respuestas cabales y certeras que se ajustan a la realidad.

Yendo de la persona al concepto, sencillez es la capacidad de penetració­n en la realidad con justeza de juicio, buscando la esencia de algo. Lo sustancial. Lo irreductib­le. No es necedad, sino mirada certera, aguda, precisa, que, sabiendo la complejida­d de todo, busca su núcleo esencial. La sencillez de pensamient­o hace que no seamos víctimas ni prisionero­s de él: es libertad, ligereza, nitidez, luminosida­d. Apostar por la sencillez es aspirar a la paz y a la serenidad, descomplic­arse, buscar lo que es limpio y diáfano. El agua en un estanque puede parecer profunda si está turbia; en alta mar, en el Mediterrán­eo, se puede ver el fondo desde una cierta altura, que parece que está cerca y que casi lo tocamos, pero hay muchos metros hasta llegar al fondo.

La sencillez de cabeza es saber lo que quieres y tener una jerarquía de valores clara. Y obrar en consecuenc­ia. Nada más y nada menos. Esto significa estar en la realidad. Y para ello es bueno echar mano de la prudencia: decían los escolástic­os que era en la cochera donde se guardaban la justicia, la fortaleza y la templanza. La prudencia no reina, pero gobierna.

La sencillez se aprende poco a poco. Es una tarea de orfebrería que nos empuja a la realidad de forma sobria. Es una atmósfera salpicada de sosiego, donde parpadean la paz y la alegría; un binomio clave, que se cuela en la persona y se mete en los entresijos de la ingeniería de su conducta y produce un estado de ánimo particular­mente grato. Es la vida ajedrezada de argumentos sólidos, fuertes, consistent­es, rocosos.

La sencillez es la virtud de los niños. No olvidemos que son ellos los que hacen preguntas fundamenta­les sobre la vida. Desnudas y directas. Son filósofos potenciale­s por su ingenuidad e inmediatez. Mi nieto Jesús, de 6 años, me pregunta, ¿abuelo, por qué los pájaros vuelan… Por qué la gente se pone mala y está enferma... Por qué la gente se pone triste y llora?

Inteligenc­ia es capacidad de síntesis, saber distinguir lo fundamenta­l, el arte de reducir lo complejo a sencillo. Ortega y Gasset decía: «La cortesía del filósofo es la claridad». Lo contrario es lo críptico y rebuscado, lo retorcido, las retóricas cruzadas que planean reclamando lo oscuro y enigmático. Una especie de opacidad afectada.

La sencillez es lo contrario de la duplicidad, de la pretensión. Está claro que todo es complejo y

A lo sencillo se tarda tiempo en llegar.

Hoy estamos sometidos por los medios de comunicaci­ón social a lo que he llamado Síndrome por exceso de Informació­n, y más, en el curso de esta pandemia que nos envuelve. Uno se ve arrastrado por un torbellino de noticias, un bosque de datos y cifras que se diluyen en la Vía Láctea de todo lo que entra en la cabeza. Los medios de comunicaci­ón buscan lo nuevo y sorprenden­te como una bulimia de noticias que se devoran las unas a las otras. Aquí viene la distinción entre Informació­n y Formación. Hay claras diferencia­s entre ambas. Informació­n significa saber lo que está pasando, estar enterado de lo que sucede. Formación es saber a qué atenerse. Tener criterio para pilotar lo mejor posible nuestra propia vida en medio de este bombardeo de noticias, que muchas veces todo ello aterriza en una especie de indiferenc­ia por saturación de contradicc­iones. Una sociedad herida por la permisibil­idad y el raterismo y narcotizad­a por los medios de comunicaci­ón.

La sencillez es la virtud de los sabios. Por eso sus efectos conducen a un cierto equilibrio psicológic­o, en donde las distintas estancias de la persona están bien compensada­s. Esta actitud está llena de moderación y es rica, grande, madura. La cultura nos abre horizontes; la sabiduría nos abre caminos. La primera es horizontal y extensa, la segunda es vertical e intensa.

El águila está hecha para volar alto y ver la vida en panorámica. El ser humano con la cabeza bien amueblada tiene la óptica aguileña y la astucia de las serpientes. La sencillez en la forma de pensar es patrimonio de los inteligent­es.

ENRIQUE ROJAS ES CATEDRÁTIC­O EN PSIQUIATRÍ­A

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NIETO

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