ABC (Toledo / Castilla-La Mancha)
LOS EXTREMEÑOS SE TOCAN
EL Gobierno de Pedro Sánchez salvó ayer in extremis un trámite fundamental para ver aprobado el decreto que le permitirá repartir arbitrariamente las ayudas del fondo antiCovid previstas por Europa. Y lo hizo con la abstención de Vox en una votación extraña e inédita en el Congreso, que reafirma la tesis de que el manejo de la aritmética variable no era un farol del PSOE al inicio de la legislatura, sino un desafío de cirugía parlamentaria que siempre ha permitido a Sánchez salir indemne de cada votación determinante. Suena raro. Suena raro que Vox, el partido más vitriólico contra ese decreto por ser discrecional en el manejo del dinero, por ser opaco en su fiscalización, y por intuirse un reparto a dedo más allá de los agravios que cause, concediese un triunfo a Sánchez... siendo la misma formación que días atrás definió ese decreto como «la mayor red clientelar de la historia de España». Siguiendo el razonamiento, Vox deberá explicar la lógica de haber permitido a Moncloa aprobar la coartada jurídica para justificar todo un oasis de corrupción.
Sus razones tendrá Vox. Y sus sudores para explicárselo a su electorado. Pero suena raro. Suena raro que Santiago Abascal vea «un mal necesario» en la tramitación de un decreto que reserva a Moncloa en exclusiva el control del rescate europeo. Suena raro que reivindique ahora ese mismo patriotismo parlamentario que reprochó a Ciudadanos cuando Inés Arrimadas apoyaba a Sánchez en votaciones similares. Suena raro que tras tildar de «Gobierno criminal» al de Sánchez e Iglesias, a Vox le invada ahora un ataque de arrepentida y prudente responsabilidad. Suena raro que el mismo Gobierno que ha llamado «fascista» a Vox, y que hizo de la «foto de Colón» un icono electoral para el revanchismo ideológico, se apoye sumisamente en Abascal.
Suena raro que los portavoces de Vox apelaran ayer a la «urgencia» del decreto y a la «sensatez» como justificantes de su abstención. Y suena raro que Bildu, que anteayer anunció su voto contrario al decreto, ayer lo hiciera a favor y se erigiera en el tótem de la responsabilidad institucional y el sostenimiento económico de España. Y todo, sin negociar nada, nadie con nadie. Es demasiado lo que no cuadra. Las casualidades no existen. O Sánchez ha heredado con intereses la «baraka» de Zapatero en el Congreso, o es un genio del trapicheo parlamentario y conviene reconocérselo.
Quizás la explicación no esté tanto en la sobrevenida confluencia de intereses de PSOE, Podemos, Bildu y Vox en la salvación de España –o de Sánchez–, sino en el cansino tacticismo electoral que todo lo intoxica. La «derechita cobarde» de PP y Ciudadanos ser preguntaba ayer por los motivos de la «derechaza valiente». ¿La explicación? Aquella vieja costumbre hispana de que los «extremeños» se toquen.